¿No había sociedad protectora de animales en tiempo de Cristo?
Domingo 3º. Cuaresma 012 B
Nunca podremos agradecer suficientemente a Cristo que en un arrebato de santa
cólera haya querido echar fuera del templo de Jerusalén a todos los animales que
afeaban el paisaje, levantaban olores que no eran de incienso y que proporcionaban
ciertamente buenas ganancias a los dueños que tenían a los animales como
instrumentos o substitutos para su ofrenda en el templo en vez de utilizar el
corazón. Tendríamos que preguntarnos ¿como un hecho tan lejano como ese nos
trajo un beneficio tan inmenso a nosotros? Tendríamos que decir que los animales
eran importantes en el templo de Jerusalén pues siendo el único lugar donde los
israelitas podían ofrecer sacrificios al Señor, alguien tendría que ofrecer a los
viajeros peregrinos, un animal en las manos para la ofrenda y el sacrificio. Así se
podían comprar carneros, bueyes y palomas, según la categoría económica del
comprador. Podemos imaginarnos entonces la cantidad de animales que se
necesitaban, sobre todo en las grandes fiestas que congregaban a miles de
peregrinos venidos de todos los lugares de Israel. El volumen de ventas era
entonces considerable, y el lugar en el que se tenía la compra-venta era el patio de
los gentiles que de alguna forma se consideraba parte del templo. Pero había otra
circunstancia, como no se podría ofrecer cualquier clase de moneda para el templo,
tenían que ser monedas sin ninguna efigie de personaje público, en la transacción
de las monedas que circulaban cada día y las propias del templo, también se
generaban muchos intereses, e incluso la simple concesión de parte de los sumos
sacerdotes, les generaba a éstos pingues beneficios. Y si nadie se escandaliza, por
la seguridad que generaba el templo y por no tener que pagar impuestos a nadie,
Jerusalén se había convertido en un banco que movía grandes cantidades de
dinero.
Cuando Cristo llegó y vio el lamentable estado de todo aquello, despejó todo aquél
lugar: “Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo con todo y sus
ovejas y bueyes, a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las
monedas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten todo de aquí y no
conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.
Por supuesto que este hecho encendió la furia primero de los comerciantes, pero
también de la guardia del templo y de los sumos sacerdotes, pues se les iba de la
mano una fuente inmejorable de riquezas. El hecho trascendió de tal manera, que
fue uno de los argumentos para deshacerse de Cristo al final de su vida. Para
nosotros esto tiene una importancia primordial, pues Cristo dejó claro que desde
entonces, al echar fuera a los animales del templo, estaba echando fuera una etapa
muy larga de explotación y congoja para muchas gentes en Israel. Desde entonces,
el único lugar, o mejor la única persona desde la cuál tenemos que adorar el Dios
de los cielos, es Cristo Jesús y si antes se tenía que ofrecer algo en las manos que
representaba la ofrenda del corazón, desde entonces será la propia vida del
cristiano, que en unión con Cristo y movidos por el Espíritu Santo, se tendrán que
ofrecer como hostia viva y como ofrenda agradable al Buen Padre Dios. Desde
entonces, el templo es Jesús y nuestras iglesias serán la casa de oración de los
creyentes, pero la ofrenda de la vida no tendrá que ser circunscrita al interior del
templo, pues los cristianos, para serlo en verdad, tendrán que ofrecerse en todo
lugar y en toda circunstancia, en los medios de comunicación, en la vida familiar y
laboral, en la salud y en la enfermedad, entre todos los hombres, hasta esperar el
momento en que ya no haya clases sociales, y podamos ser una familia unida en
camino a la casa del Buen Padre Dios. Bienvenido Cristo que nos quitó los animales
para ponerse él mismo en nuestras manos como la mejor ofrenda al Buen Padre
Dios.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx