Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Látigo a la mojigatería
Hay comportamientos que resultan agradables a los ojos de Dios y otros que no lo son. Esto
no es prerrogativa divina, pues nosotros también reaccionamos ante el testimonio de los
demás. Podemos quedar edificados o enfadados y molestos, como le ocurrió a Jesús cuando
al llegar al templo de Jerusalén para las fiestas de pascua, se encontró con una auténtica
mafia de vendedores de ovejas, bueyes y palomas para los sacrificios rituales. No podían
faltar los cambistas, que equivaldrían a las actuales casas de bolsa. Es obvio que se había
perdido el auténtico sentido religioso y se desvirtuaron cayendo en vanos formulismos
vacíos de significado. No había conversión de corazón, sino prácticas supersticiosas.
Hoy en día resulta chocante asistir a una misa y encontrarse con gente criticona o que
intriga dándose golpes de pecho en la iglesia. Llevan el santo en los labios, pero nunca en
sus obras. La incoherencia y la falta de autenticidad cristiana repugnan tanto, que muchos
se han alejado de la Iglesia con este pretexto, aunque no tienen razón, pues no se renueva el
cuerpo abandonándolo, sino santificándolo. No se gana una batalla huyendo, sino
conquistando.
Muy diverso es el clima de fe y oración que reina en los centros marianos como la Villa de
Guadalupe, la Divina Pastora, Aparecida, Lourdes o Fátima. El fervor es tan auténtico y
profundo que hasta nos envuelve y contagia. Pienso también en el clima de silencio, de paz
y de tranquilidad que se percibe en los conventos de monjitas de clausura. Tan pronto como
se cruza el umbral de la puerta, nos damos cuenta de que allí hay algo distinto. ¡Y qué decir
de las capillas donde está el Santísimo Sacramento expuesto!
En uno de estos ambientes es como Jesús quedó edificado por el espíritu de compunción
del publicano, la fe de la mujer sirio-fenicia o la generosidad de aquella viuda que dio de
limosna todo lo que tenía para comer. La judía Edith Stein comenzó su camino de
conversión cuando vio a una señora entrar en una iglesia católica llevando a su hijo recién
nacido en sus brazos y ponerse de rodillas para orar ante el Santísimo.
La fe reviste una doble dimensión, personal y social. Personal porque sólo Dios puede
juzgar en el interior de la conciencia, pero al mismo tiempo es social y eso nos exige
autenticidad y coherencia. No juzgamos a las personas, pero sí los actos.
En un mes estaremos celebrando la semana santa y miles de personas volverán a las
Iglesias a revivir los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Ojalá que este
acercamiento sea ocasión de una auténtica devoción y fervor agradables a Dios y no un rito
folklórico vacío de significado. twitter.com/jmotaolaurruchi