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Cuando Dios es un pretexto
3º Domingo de Cuaresma (Jn 2,13-25)
11 de marzo de 2012
El dulce Jesús, el que bendice a los niños y se compadece de viudas, de pobres y
hambrientos como ovejas sin pastor, tiene una escena que nos deja perplejos y confusos. Tal
vez nos extrañe el Evangelio de este domingo. No nos tiene acostumbrados Jesús a estos
modos y maneras, y por eso nos resulta casi hirientemente insólito ver que el Maestro tenga
este arrebato violento. Con un látigo rudimentario la emprenderá contra todo un montaje
sacrosanto: cambistas de moneda, vendedores de ovejas, bueyes y palomas. Se comprende
que los judíos pregunten con increíble extrañeza: ¿a cuento de qué y en nombre de quién te
comportas asi?
La escena transcurre en una dependencia del Templo llamada “el atrio de los gentiles”,
lugar de paso de los judíos de la diáspora especialmente, que servía para muchas cosas: foro
de tertulia, banco para cambio de divisas, mercado popular, mercado religioso. Todo ello
supondría un notable jaleo, un lío tremendo nada menos que en el corazón de la religiosidad
judía: el Templo, la casa de Dios. La respuesta que da Jesús es muy simple: habeis convertido
la casa de mi Padre en un mercado, haciendo de Dios la gran coartada para organizar vuestros
tenderetes, para engrosar vuestras cuentas y bolsas, para redondear vuestros negocios... pero
vuestra vida, luego, no tiene mucho que ver con Dios: sencillamente os aprovecháis de Él.
La crítica de Jesús es durísima; el relativizar el Templo y colocarse Él mismo en su
lugar, preparará el diálogo con la Samaritana en el que se declara la gran cuestión que
enfrentará a Jesús con el poder religioso de su época y la que le llevará, en definitiva, a la
muerte, que será muerte redentora por nuestra salvación.
Desde una lectura cristiana, este Evangelio debe ser leído también dirigido a nosotros,
porque son muchas las tentaciones –muy sutiles a veces– de sustituir a Dios por sus
mediaciones, de quedarnos en los medios, en los reglamentos, en las prácticas. Todas estas
cosas tienen su sentido, pero sólo como medio, como ayuda y como pedagogía que nos
educan y acompañan en el encuentro con Dios, pero no son jamás –no lo deben ser– fines en
sí mismas.
La Cuaresma puede ser un momento propicio para revisar nuestros tenderetes, y para
convertirnos al Señor. Sólo Dios, sólo Jesús es lo absoluto. Él es el fin, es a Él a quien
seguimos e imitamos, a quien anunciamos y compartimos. Cuando el encuentro con Él ha sido
claro y real, apasionante y apasionado, entonces no hay temor a quedarse en los “templos y en
sus atrios”, sino que todos los medios pueden ser bienvenidos: basta que nos permitan
mantener vivo ese encuentro y nos urjan a anunciar el Evangelio a los pobres, sea cual sea su
pobreza. Ellos son siempre los preferidos de Dios.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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