Ciclo B. III Domingo de Cuaresma
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El evangelio del día de hoy nos ofrece la escena, dura y enérgica, de la expulsión de
los vendedores del templo que lo habían convertido en un lugar de mercado. No
estamos acostumbrados a presenciar una reacción de Jesús tan contundente y,
aparentemente, “impulsiva”. Marcado por la serenidad y el estilo de autoridad
desde la persuasión y el convencimiento de palabras y obras que le caracteriza nos
resulta un poco extraño una toma de postura de este estilo. ¿Por qué reaccionó el
Señor así? Es la pregunta espontánea y legítima que nos podemos hacer.
Todos aspiramos a sentir la presencia de Dios en nuestras vidas y hay muchos
espacios que nos acercan a ese encuentro: la contemplación serena desde el
monte, cualquier lugar de la naturaleza, el silencio interior… pero en el templo, bien
sea de forma personal o comunitaria, alabamos y bendecimos a Dios en un
ambiente más intimista y sagrado.
El templo dejó de ser lugar de encuentro con Dios y se convirtió en un mercado de
compra-venta y Jesús con su acción purificó aquel lugar que solamente debía ser
espacio de oración con Dios y con los hombres. También en nuestra vida el
síndrome materialista nos impide ver y manifestar la hondura de nuestro corazón
(“templo de Dios”) y las acciones positivas que deben surgir de él. En la sociedad
secularizante en que vivimos necesitamos reivindicar también la función y
necesidad del ”templo”. No solamente el edificio en sí sino la orientación de
nuestras vidas hacia un mundo más trascendente para superar la influencia
consumista y alienante y optar también por fortalecer los valores del espíritu.
Por eso Jesús, especialmente en este tiempo de Cuaresma, nos sigue llamando a la
conversión. A realizar una verdadera transformación interior y exterior de nuestra
vida. A cambiar el corazón, duro y frío, en un corazón acogedor, amistoso, solidario
con los demás. A optar por una vida sincera y transparente, “en espíritu y verdad”
y en fidelidad a los compromisos adquiridos, que nos lleve a ser templos de Dios sin
profanaciones.
Creer en “Espíritu y en verdad” (Jn 4,20-24) va a suponer aceptar
incondicionalmente el plan de Dios; evitar los falsos ídolos que nos impiden y alejan
el encuentro y seguimiento con el Señor que nos llama y hacer de nuestra vida, en
todas las circunstancias que conlleva, un templo agradable donde se sienta acogido,
amado y adorado. Hacer de nuestra vida “un templo agradable a Dios”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)