Ciclo B. III Domingo de Cuaresma
Antonio Elduayen, C.M.
El Queridos amigo
La expulsión de los comerciantes del templo de Jerusalén, la cuentan los cuatro
evangelistas. Juan al comienzo de la vida ministerial de Jesús (Jn 12, 13-25) y los
sinópticos, que la sitúan al final (Mt 21, 12-25; Mc 11, 15-19 y Lc 19, 45-48). Les
pongo las citas porque, a lo mejor, siendo Cuaresma, se dan un tiempo para leerlas
y confrontarlas. El episodio no deja de ser chocante, por lo que Jesús hace y por
cmo lo hace, lleno de una .extraa fuerza, que logra que, en un instante, “la cueva
de ladrones” se transforme en “casa de oracin”. Debi ser impresionante ver el
templo sin las cuadras de animales en venta para los sacrificios y sin las mesas de
los cambistas. Pero la cosa no gusto para nada a las autoridades y a los afectados.
La razón por la que Jesús actuó así la encuentran los sinópticos en los profetas
Isaías (56,7) y Jeremías (7,11), cuyas palabras ponen en su boca. Las autoridades
y el pueblo sabían que estaba prohibido el uso del templo para fines profanos, pero
lo consentían por razones de conveniencia (y de utilidad para los jefes). Sabían
también que, algún buen día, habría de aparecer un profeta o el mismo Mesías, que
poniendo el grito en el cielo pondría también las cosas en su sitio. ¿Era eso lo que
había pasado? ¿Era Jesús el Mesías? Había respetado a las personas, pero el celo
por la Casa de Dios lo devoraba (Sal 69,10) y no pudo menos de hacer lo que hizo.
Para los discípulos se trató de un signo de que Jesús era el Mesías.
Lamentablemente no pensaron lo mismo los afectados y los jefes (judíos, los llama
Juan), y se apersonaron donde Jesús pidiéndole explicaciones y un signo o milagro
como prueba de su autoridad para actuar así. Lo que Jesús hizo no fue
exactamente el milagro o hecho portentoso sobrenatural, que ellos esperaban. Pero
sí el milagro de los milagros: la reconstrucción en tres días del templo de su prpio
cuerpo, su resurrección. Los judíos lo tildaron de loco, al interpretar mal lo que
había dicho de los tres días (Mt 27,40). Pero para nosotros, los creyentes, Jesús no
sólo profetizó su resurrección sino que nos hizo entender que desde entonces hay
un nuevo templo en la tierra. Más santo y en el que se adora a Dios en espíritu y en
verdad.
El templo, todo templo levantado por mano de hombres, ha sido reemplazado por
un templo más santo, por el Cristo glorificado, del que la Iglesia es su cuerpo
resucitado y hace que los bautizados sean morada de Dios (Jn 14,23) y templos
vivos del Espíritu Santo (1 Cor 6,19). Será bueno tenerlo en cuenta a la hora de
pedir y dar respeto y cuidado al templo material. ¿¡Cuánto más respeto, cuidado y
atención, merece la persona? Y nos merecemos y nos debemos nosotros a nosotros
mismos. Gracias a su resurrección y glorificación, Jesucristo es hoy el lugar
privilegiado del encuentro con Dios y entre nosotros, es decir, la verdadera Iglesia.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)