IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Pautas para la homilia
"Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por él".
Dios, preocupado por la vida, por el mundo
Es constante esta preocupación en él. Es su exceso de amor lo que le hace enviar al
mundo a Jesús y dejarle con los brazos abiertos para irradiar vida salvadora y no
solo vida biológica. Tal es su preocupación por el mundo que entrega a su propio
Hijo, el único, por amor para que tenga vida verdadera, la que hace feliz. Además
Jesús conecta su vida con la fe, con el creer y no creer y, mejor, con el ver y no
ver.
Cuando estamos cansados de análisis religiosos, calificando a nuestros
contemporáneos como indiferentes, como hombres instalados en la finitud, que
Dios ni les interesa, ni hablan de él, ni le buscan, sino que su lugar es el lugar de
los trastos; cuando encontramos apreciaciones de los observadores que hablan de
“pérdida de amor a la vida” o del síndrome de pasividad, personas que sometidas a
los ídolos, sin capacidad de reacción y relación con el mundo, de “cansancio
existencial”, falta de ilusión, desgana, ¿para qué es la pregunta?, de “carácter
necrófilo”, lo negativo de la vida o de nihilismo, “vacío existencial”, negación de
toda creencia, pobreza de valores, …el contraste es grande y, al menos, podemos
interpretar como los profetas que el problema no es de Dios, sino del mismo
hombre y no porque crea o no crea, sino en el planteamiento de Juan, el problema
es que hay hombres que ven y otros que no ven.
La mirada es importante para ver el mesianismo de Jesús
Nicodemo era un hombre que creía en los signos y en el poder de Jesús. Un
intelectual que reconocía a Jesús como Mesías, pero no debía de entender bien.
Aunque abierto a la luz, estaba en la noche, porque no estaba seguro de su verdad,
quería ver, quería dialogar con Jesús y, por eso, Jesús le presenta otro signo: el de
la cruz. Jesús le invita a dejar su sabiduría y su pensamiento judío sobre la ley, el
templo y nacer de nuevo. Para Nicodemo imposible nacer físicamente otra vez, pero
Jesús le hablaba de nacer en el Espíritu, como si le ofreciera otra cocedura a su
vida.
“Subir al cielo y quedarse” es el verdadero triunfo visible de Jesús. El cielo no es ni
un lugar, ni un espacio, sino la vida de Jesús capaz de acercar el proyecto amoroso
de Dios al hombre, por eso es prototipo de hombre. El mesianismo de Jesús es su
capacidad de ser hombre, de entregarse a sí mismo y revelar la gloria de Dios,
conferir la vida y el amor, rubricándolo en la cruz como expresión máxima de la
efusión del amor, de la manifestación del Espíritu. “El levantado” visibiliza la vida,
de él brota de él y no de la ley. Es el Hijo único de Dios, del Padre que como
Abraham es capaz de desprenderse de él. Su mesianismo no discrimina a nadie, es
luz y vida para toda la humanidad, sin privilegios.
La mirada es importante para colocarse como hombre
El amor y la luz cubren e iluminan a todos y su permanencia es duradera en el
mundo, pero el hombre ve o no ve el resplandor de su vida y su mirada puede irse
hacia la tiniebla que sofoca la vida. “El levantado” no crea indiferencia, sino
aceptación o rechazo, por eso el hombre se juzga a sí mismo ante el ofrecimiento
de Jesús. La relación con él no es de siervos, sino de hijos donde hay vida, donde al
hombre se le abren todas las posibilidades de tener vida al recibir el amor de Dios,
no basta con reformas institucionales, como ofrecían y querían las instituciones
judías. El pecado del hombre es este rechazo y el no querer rectificar su mentira y
violencia.
El levantamiento de Jesús provoca una forma de ser, de vivir en la luz, de distinguir
actitudes y de salir de la tiniebla. Estar por el hombre y la vida es estar con Jesús,
pues solo los hombres generosos, dispuestos a amar hasta la muerte, dispuestos a
darse totalmente son capaces de construir la nueva humanidad. Experimentar esa
libertad y romper con el pasado es nacer de nuevo.
¿Qué significará hoy contemplar “al levantado”?
Benedicto XVI en la carta que nos ha dirigido esta cuaresma habla cómo la
cuaresma es momento para reflexionar el sobre el corazón de la vida cristiana: la
caridad; de fijarnos en el Otro y en los otros. Significa entender lo que salva, lo que
hace feliz, lo que construye la vida cristiana:
ver, contemplar la entrega, el camino creado y transitado por Jesús como
ofrecimiento de vida y salvación. Por este camino se construye y salva el mundo.
despegarnos de lo que nos hace andar cabizbajos, preocupados, con la vista
plana. Dejar el mundo de la injusticia, del egoísmo y el yo; de la miseria, la mentira
y el engaño. Benedicto XVI dice que hay tres actitudes que no nos dejan ser
guardianes del hermano y tener sensibilidad ante su dolor y sufrimiento: los bienes
materiales, la saciedad y anteponer nuestros intereses ante los de los demás.
poner clavado con Jesús nuestras mordeduras y picaduras de la vida, porque
él las ha tomado sobre sí.
contemplar los crucificados de nuestro mundo hoy.
asumir aquí y ahora el fracaso de la cruz a los ojos del mundo, pero que para
nosotros es camino recto y seguro de la vida. Es el camino del Espíritu de Jesús.
la Eucaristía como memorial de la vida exaltada de Jesús.
Fr. Pedro Juan Alonso O.P.
Convento del Santísimo Rosario (Madrid)
Con permiso de dominicos.org