IV Semana de Cuaresma
Con permiso de dominicos.org
Introducción a la semana
Nota armoniosa para la devoción y la fiesta la que el lunes de esta semana se
nos ofrece con la solemnidad de San José, esposo de María; siervo fiel y
cumplidor que puso todo su corazón en custodiar a Jesús y su madre, como
ahora lo pone en cuidar del pueblo de Dios que camina hacia la Pascua.
El tramo cuaresmal que corresponde a esta semana se abre con brío en el IV
domingo. Duras palabras para denunciar las frivolidades y crímenes de los que
se empeñaron en mancillar la casa y el pueblo del Señor y dieron pie al exilio
babilónico. Frente al relato de infidelidad, Pablo y el evangelio de Juan nos
hablan de un Dios que comparte la riqueza de su misericordia con los que, en su
Hijo, ha salvado. Por Él somos peregrinos de la verdad, buscadores de la luz
salvadora.
A renglón seguido, la Palabra no cesa de provocarnos. Así, el lunes, si no
silenciamos el diapasón de nuestra sensibilidad creyente, escucharemos la
prodigiosa melodía de que Dios lo hace todo nuevo y es manantial de alegría y
vida, para quien busca su rostro, para quien cree en la palabra de su Hijo. La
visión del profeta Ezequiel, el templo como fuente fecunda y regeneradora,
antesala de la página evangélica de la piscina de Betesda. Isaías toma el relevo
profético el miércoles para recordarnos que Dios tomó la iniciativa de aliarse con
su pueblo, en un derroche de amor materno-paterno con todos nosotros,
aspecto que se resalta con la entrega del Hijo del hombre que da vida a los que
quiere.
La segunda parte de la semana pone ante nuestros ojos en el jueves
evocaciones de infidelidades cuando el pueblo vivía su éxodo de salvación; pero
Dios, a pesar de todo, no rompe su alianza; es mucho lo que Dios quiere a sus
hijos. La palabra del viernes es un a modo de anticipación del remate de Jesús
de Nazaret, la condena del justo, la cercanía de su ‘hora’. Similar argumento nos
ofrece el sábado en la página de Jeremías, y cierra el evangelio con la tensa
polémica en torno a la persona y palabras de quien jamás habló con tanto
encanto de un Dios amor, al que cada uno de nosotros le duele demasiado como
para dejarnos de su mano.
Quizá nosotros, pobres creyentes, no entendamos mucho de la Ley como la
gente que oía las palabras de Jesús, pero, como ellos, sabemos quién es el que
nos lleva a la alegría amorosa de la Pascua.
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)