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19 de marzo. San José
(Mt 1, 16. 18-21. 24)
José hizo lo que le había mandado el Ángel del Señor. José no sabía del
misterio que ahora a nosotros nos es tan familiar: “El Verbo se hizo carne y habit
entre nosotros” (Jn 1, 14). Y sobre todo, que había venido a habitar en el seno de
la Virgen que, permaneciendo virgen, se convirtió en madre; Jesé no sabía que
“esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 18).
En efecto, este misterio de María era desconocido para José. No sabía que en
Aquella de quien era esposo, aun cuando, de acuerdo con la ley judía no la había
recibido aún en su casa, se había cumplido la promesa de la fe hecha a Abraham,
de la que habla San Pablo en la segunda lectura de hoy. Esto es, que en Ella, en
María, de la estirpe de David, se había cumplido la profecía que en otro tiempo
había dirigido el Profeta Natán a David. La profecía y la promesa de la fe, cuya
realización esperaba todo el pueblo, el Israel de la elección divina, y toda la
humanidad.
Este fue el misterio de María. José no conocía este misterio. Ella no se lo podía
transmitir, porque era misterio superior a las capacidades del entendimiento
humano y a las posibilidades de la lengua humana. No era posible transmitirlo con
medio humano alguno. Se podía solamente aceptarlo de Dios, y creer. Tal como
creyó María. José no conocía este misterio y por esto sufría muchísimo
interiormente. Leemos: “José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla,
decidi repudiarla en secreto” (Mt 1, 19).
Pero llegó cierta noche en la que también José creyó. Le fue dirigida la palabra
de Dios y se hizo claro para él el misterio de María, de su Esposa y Cónyuge. Creyó,
pues, que en Ella se había cumplido la promesa de la fe hecha a Abraham y la
profecía que había escuchado el Rey David. (Ambos, José y María, eran de la
estirpe de David).
“Cuando José se despert del sueo, concluye el Evangelista, hizo lo que le
había mandado el ángel del Seor” (Mt 1, 24). En honor a la verdad, José no
respondi al ‘anuncio’ del ángel como María; pero hizo como le había ordenado el
ángel del Seor y tom consigo a su esposa. Lo que él hizo es genuina “obediencia
de la fe” (cf. Rom 1, 5).
Nosotros, reunidos aquí, escuchamos estas palabras y veneramos a José;
hombre justo. A José que amó más profundamente a María, de la casa de David,
porque aceptó todo su misterio. Veneramos a José, en quien se reflejó más
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plenamente que en todos los padres terrenos la paternidad de Dios mismo.
Veneramos a José, que construyó la casa familiar en la tierra al Verbo Eterno, así
como María le había dado el cuerpo humano.
En este día oremos a san José con las mismas palabras del Papa León XIII:
“Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios…
Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas…; y
como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así
ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda
adversidad”. Así pues, existen suficientes motivos para que todos seamos fieles
devotos del señor san José, viviendo y trabajando para Jesús y María, a ejemplo
suyo. Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)