Ciclo B. V Domingo de Cuaresma
Julio Suescun, C.M.
Queremos ver a Jesús
Jeremías es testigo personal de la postración en que ha caído el pueblo por haber
olvidado la Alianza sellada en el Sinaí. En el destierro, el pueblo ha perdido
prácticamente su identidad. Sin templo, sin sacerdotes, sin profetas, se ha
identificado con los paganos y se ha ido con ellos en pos de otros dioses. En tal
situación, Jeremías alza su voz, prometiendo de parte de Dios una alianza nueva.
Se trata de la misma buena voluntad, del amor salvador con que Dios quiere seguir
favoreciendo a su pueblo. Será distinta su expresión: a la ley escrita en tablas de
piedra, sucederá una ley interior, escrita en el corazón del hombre. Se apunta con
ello a una renovación del hombre que aceptará la voluntad de Dios, ya no con
sumisión de siervo, sino con amor de hijo, aún en las mayores dificultades. Para
eso, Dios envió a su Hijo al mundo.
Jesús, el Hijo de Dios enviado al mundo, arrastraba a las gentes con sus palabras y
con los signos que hacía. Uno de estos signos, la resurrección de Lázaro, atrajo tal
cantidad de gente que los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro,
porque muchos judíos se les iban por su causa y creían en Jesús (Jn.11, 10-11). La
entrada triunfal en la ciudad santa, con palmas y aclamaciones mesiánicas, hizo
temblar a los sumos sacerdotes que temían que los romanos les quitasen el puesto
por no haber mantenido el orden establecido. En el contexto de este rechazo oficial
de los jefes del pueblo judío, resalta más el episodio de un grupo de griegos que
quieren ver a Jesús. El deseo fue transmitido a Jesús, a través de una serie de
mediaciones. El evangelio no nos da datos para afirmar que la súplica fuera
atendida. Jesús, fuera de una pequeña excursión por tierras paganas, anunció su
evangelio en Palestina. La evangelización de los gentiles sería obra de sus
discípulos y singularmente de Pablo.
La respuesta de Jesús a la petición de los gentiles, fue dar a conocer que había
llegado la hora de la glorificación del Hijo para gloria del Padre. En el lenguaje de
este evangelio, la hora de la glorificación del Hijo es la hora de su muerte. En la
obediencia del Hijo hasta la cruz, es glorificado el Padre y sellada la nueva alianza
de salvación. Jesús muere sólo, como el grano de trigo, para resucitar hecho espiga
de multitud de cristianos. La segunda lectura de hoy nos habla de lo que
humanamente hubo de soportar Jesús en su obediencia a la voluntad salvadora del
Padre. Nuestro mediador en la Nueva Alianza, conoce por propia experiencia, los
sufrimientos y dolores del hombre. En su oración, a gritos y con lágrimas, fue
escuchado y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación
eterna.
Jesús fue escuchado, pero no se cambiaron los acontecimientos que le llevaron a la
muerte. Fue escuchado, porque siguiendo la prontitud del espíritu frente a la
debilidad de la carne, aceptó hacerse obediente al Padre hasta la muerte y muerte
de Cruz. Por eso Dios lo exaltó y en su nombre, todos nosotros somos salvados. Su
muerte es su glorificación. Su cruz, el signo de la Nueva Alianza, es también
nuestra gloria. En su muerte y resurrección está nuestra victoria. Cuando yo sea
elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Dar la vida, desvivirse como él por
amor, en obediencia al mandamiento del Padre, es la sementera del grano de trigo
que sólo muerto, hace nacer la espiga de la cosecha.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)