Solemnidad de la Anunciación del Señor
UNA MINÚSCULA PARTÍCULA QUE CAMBIÓ EL MUNDO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Os escribo, mis queridos jóvenes lectores, el mismo día y a la misma hora cuando
hace muchos, muchos años, nací. Pensado en ello os redacto este mensaje. Pienso
en el momento en que mi madre fue consciente de que un nuevo embarazo se
iniciaba en su seno. Se lo comunicaría a mi padre, que ilusionado pensaría que tal
vez esta vez tendría un hijo. (Me habían precedido cuatro niñas, dos de las cuales
habían muerto). Fui muy esperado y deseado, de aquí que cuando me quisieron dar
nombre, escogieron Pedro, el de mi progenitor y José, la festividad del cual estaba
al caer. Como testimonio de estos aconteceres, decidí poner unidos los dos
nombres y que así me llamaran. Si he iniciado el día dando gracias a Dios por mi
existencia, he entrado en mi iglesita donde conservo la imagen de Santa María que
desde que se casaron ellos, presidió nuestra vida familiar y que estoy seguro de
que está impregnada de tantas plegarias que delante de ellas le dirigimos al Cielo.
En el Sagrario he dicho: buenos días, me des, Dios. Ante la imagen: Ave María. Y
¡muchas gracias!
El pueblecito, Pozaldez, donde nací se enteró pronto y me mimaron tanto el párroco
como los vecinos. Pero el prodigio de mi existencia había empezado nueve meses
antes, pese a permanecer discretamente oculto. Aquí quería llegar. La fiesta
cristiana, el clamor alegre, se manifiesta en Navidad, pero la reflexión seria y
responsable, nos debe conducir al día de la Encarnación que la antecede. Voy a
redactar mi mensaje, mis queridos jóvenes lectores, desde dos puntos de vista.
En primer lugar os recordaré un hecho, situado en un lugar geográfico concreto,
Nazaret, y en un momento histórico determinado (aproximadamente el año seis
“antes de Cristo”). Pese a la belleza de las representaciones plásticas,
extraordinarias algunas, desearía que ahora las olvidaseis. Los artistas han
reproducido la escena a su manera, no os fijéis en el paisaje, ni en los vestidos, ni
en las alas de Gabriel, ni siquiera en los ademanes (dicho con todos los respetos,
en algún caso, parece que Santa María y el arcángel, van a iniciar un “pas a deux”
de ballet clásico).
Según tradición del lugar, María estaba en la fuente llenando de agua su ánfora,
cuando vio a un joven que se dirigía a ella. Hablar en público con un chico no era
correcto, así que se apresuró a ir a su casa. La fuente donde pudo pasar este
primer encuentro, existe todavía, mejor dicho, el manantial donde brota el agua. Es
el único de la localidad. Hoy esta albergado en una iglesia ortodoxa, llamada
precisamente San Gabriel. Al cabo de pocos minutos entró en su casa. Aquí
también la localización arqueológicamente es segura y el diálogo que resumiré es
texto revelado.
Estando ya dentro, vio a su lado al joven que la saludaba, piropeándola (perdonad
la palabra, si os parece vulgar). Se azoró ella, naturalmente. Prosiguió hablando
con firmeza el personaje. Ella fue consciente de que no era un cualquiera. Con
sencillez quiso informarse, era precaución, no desconfianza. Fue atendida. La edad
de ella no alcanzaría los trece años, su anatomía correspondería a la de una joven
de unos diecinueve de hoy de la cuenca mediterránea. Su madurez espiritual,
bastante más avanzada, su vida espiritual inmensamente más profunda.
Responsablemente dijo sí, con palabras de aquel tiempo, contestó con lo de soy la
esclava del Señor… como cualquiera de vosotros diría simplemente: de acuerdo,
vale u OK.
Ante este testimonio, no cabe otra reflexión que la de decirse: lo que importa es
decir sí, cada uno a su manera. Esta frase es la que pongo a quien regalo un trocito
de la roca de aquella casita.
Empapados de la escena que habréis imaginado, podéis mirar ahora las pinturas de
la Anunciación de Fra Angélico, maravillosas, pese a que ni vestidos, ni entorno
correspondan al de Nazaret. Os advierto también que el encuentro no sería en el
lugar señalado hoy por una estrella, en la maravillosa basílica de Nazaret, que
correspondería al dormitorio, inimaginable para una entrevista entre chico y chica.
Ocurriría uno o dos metros más adelante, donde estaría la morada de piedra
calcárea. Los serios estudios arqueológicos, vuelvo a repetiros, aseguran la
exactitud: allí estaba la casa de Santa María o, más exactamente, la de sus padres
con quienes todavía vivía. (piadosa e ingenuamente podemos pensar que las
piedras de las paredes del edificio, fueron llevadas a Loreto por manos de ángeles,
o de los caballeros cruzados, pero no pongáis en duda esto en presencia de ningún
italiano)
Llamamos protoevangelio a aquel texto del Génesis donde se dice que alguien,
descendiente de los transgresores, vencerá al demonio. Deben marchar del Paraíso
derrotados, pero no vencidos. Pasan los siglos, aparece un joven beduino, hijo de
un jeque nómada, de nombre Abraham, emigrante forzado por la sequía, que
causaba la desaparición de hierba por donde se mueven. Se desplazan a poniente,
decide separarse de su padre y vivir por su cuenta y un día se encuentra con que
aquella Trascendencia en la que creía, le habla, y descubre que no es realidad
abstracta, sino personal y que se ofrece para a ser su amigo. Pasan los siglos y otro
pastor es escogido para salvar a la descendencia de Abraham, que ya es un pueblo,
hablo de Moisés, colaborador en la consolidación de la Salvación. Continúan las
vicisitudes, las dificultades y los triunfos. Intervienen los profetas. Madura la
historia. Cree Dios que es el momento oportuno y se propone una más íntima unión
con el género humano.
Envía a uno de su confianza para solicitar la colaboración de María. El universo
trascendente permanece en silencio, esperando una respuesta afirmativa. La
existencia geográfica e histórica lo ignora y continúa en sus bullicios.
Escucha la joven la proposición que de parte de Dios le trae Gabriel. Ni se precipita,
ni desconfía, desea información y conseguida acepta. El asombro del Universo
trascendente lo ilumina todo, pese a que nadie lo perciba sensorialmente. Más
tarde, cuando la Virgen lo cuente, cuando se vean las consecuencias, este
encuentro, esta docilidad, este inicio de unión, que es existencia de un hombre
Dios, que es Divinidad humana, percibimos la extraordinaria importancia. Hoy,
cuando en la misa lo proclamamos, nos arrodillamos adorando reverentemente el
misterio.
La Anunciación, la Encarnación, la Unión Hipostática, solo se puede vislumbrar
desde la Fe. No pretendáis, mis queridos jóvenes lectores, que lo entiendan o lo
acepten quienes carecen de ella. ¿os acordáis de aquel adhesivo que se anunciaba
diciendo: no pega, une? En el seno de Santa María se efectúa algo semejante, y
perdóneseme la vulgaridad del ejemplo.
A nosotros no nos propone Dios proyectos semejantes, pero a cada uno nos
manifiesta, con mejor o no tan fácil claridad, eso sí, un papel en el gran teatro del
mundo, nos tiene preparado. Es lo que llamamos vocación. Ser protagonista,
comparsa, director de escena o telonero, todo es necesario para que la obra de
Dios tenga éxito.
Hoy es un día de reflexión. Hay vocaciones de Dios para toda la vida, la
fundamental. Pero hay vocaciones transitorias. Las que debemos ejercer durante
una peregrinación, mientras ejercemos una labor profesional que no es fija, la que
se nos pide si se nos elige para un cargo que al cabo de un tiempo deberemos
abandonar (monitor, entrenador, visitador de enfermos etc.). Si la responsabilidad
es grande la ayuda de Dios, el ejemplo de Santa María y su intercesión, no nos han
de faltar.
Padre Pedrojosé Ynaraja