Domingo IV de Cuaresma del ciclo B.
Nos hemos acostumbrado a clasificar a la gente en dos grupos diferentes cuyos
miembros se oponen con su conducta los unos a los otros, me refiero a la
clasificación que todos hacemos al juzgar si la gente es buena o mala ateniéndonos
a nuestros conceptos personales del bien y el mal.
Nosotros no somos ni buenos ni malos, somos cristianos que intentamos ser
felices salvo raras excepciones de algunos hermanos que creen que lastimándose le
tributan a Dios culto sagrado. Dios ha hecho de cada uno de nosotros un mundo de
posibilidades que hemos de explotar para alcanzar la plenitud de la dicha, así pues,
a Nuestro Santo Padre no le sirve de nada que mortifique mi cuerpo y mi alma, -
aunque a mí sí que me será útil evitar llevar a cabo las obras que indiquen que me
opongo a cumplir la voluntad divina-, pero seguro que mi labor en Internet hace
posible que mucha gente se relacione mejor consigo misma, con sus prójimos y
nuestro Padre y Dios.
¿Por qué os digo que no somos buenos ni malos? Todos hacemos con los demás
lo mismo que ellos han hecho con nosotros a lo largo de nuestra vida. Cada
persona se caracteriza por la nota de originalidad que aporta a esta sociedad en la
cual todos somos semejantes a imágenes de un prototipo originario de antaño que
pocos pueden describir acertadamente.
La gente que piensa que pagando con maldad el mal que se le ha hecho consigue
que se le haga justicia, vive en una terrible equivocación. Supongamos que camino
con mi bastón de ciego por la calle, una señora pasa corriendo sin mirar por dónde
va, tropieza con mi bastón, y está a punto de caerse. Cuando la señora se recupera
del susto, me dice enfadada que tenga cuidado. ¿He sido el causante del incidente?
Yo creo que es hora de que cuidemos el uso que hacemos de los términos del bien
y el mal con tal de no considerarnos superiores a nadie, y nos dispongamos a
construir un mundo justo y solidario en que dejemos de buscar culpas y culpables y
aprendamos a hacer con los demás lo que queremos que ellos nos hagan a
nosotros (MT. 7, 12)
Pidámosle a nuestro Padre y Dios que nos abra la mente y el corazón para
aceptar la verdad aunque la realidad divina y humana nos cause dolor en el alma,
pues ese dolor es el camino de perfección por el cual los Santos se han granjeado la
amistad de Dios y el afecto de muchos que por alguna causa no creen en nuestro
Padre del cielo y la tierra.
"Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí; mi vida en este mundo
consiste en creer en el Hijo de Dios, que me amó y entregó su vida por mí" (GAL. 2,
20).
En nosotros ya no cabe ningún sentimiento de miedo con respecto a nuestro
Padre Dios, y si ya no tenemos miedo porque hemos conseguido convencernos
plenamente de que el Señor nos ama, tampoco reina en nuestro corazón la
desconfianza porque sabemos que el mal no nos impedirá ser amados por Dios.
Tenemos una característica que nos une mucho, tenemos miedo a lo
desconocido. Nos hemos acostumbrado a considerar que Dios es más grande y
poderoso que nosotros. Paradójicamente, al contemplar los milagros que hizo
Jesús, en muchas ocasiones, pensamos que Dios nos castiga permitiendo nuestro
sufrimiento, porque no hace nada para ayudarnos a resolver nuestros problemas.
Creo que es hora de que aclaremos algunos conceptos que resultan ser de vital
importancia en la vida de los cristianos.
¿Permite Dios el mal? Dios permite que exista el mal, porque ello nos sirve para
crecer espiritualmente. Debemos mirar la vida ateniéndonos a enfoques positivos
de las circunstancias que nos acaecen.
¿Qué decimos que es el mal? Muchos lectores y amigos me preguntáis cuál es la
razón por la que Dios me ha hecho ciego si le dedico a El muchas horas ayudando a
la gente que sufre. Pero, hermanos, amigos, ¿es la enfermedad un mal, -es decir,
un castigo que Dios nos impone para que suframos por sufrir-? Sé que hay
extremos en los cuales nuestra sabiduría no ha detectado que los enfermos
obtengan provecho espiritual alguno de su dramático estado, pero estoy convencido
de que todo lo que nos sucede está encaminado a ayudarnos a ser felices, ora en
este mundo, ora en la presencia de Dios, cuando concluya la instauración de su
Reino entre nosotros.
Algunos amigos me decís muchas veces que Dios os castiga injustamente porque
sois muy buenos con la gente que os rodea. Por favor, pensad un momento, ¿no
creéis que las dificultades nos acaecen a buenos y malos indistintamente de nuestra
conducta? Creo que debemos ser maduros como para no creer que los malos son
más felices que los buenos porque Dios los atormenta menos, así pues, os digo que
es cosa de mentes perversas pensar que los malos ríen hoy porque Dios los
castigará en su post muerte, porque no nos compete juzgar a nadie. No conocemos
plenamente el designio de Dios, pero sabemos que El nos ama y no lo culpamos por
nuestros males porque estamos seguros de que los problemas nos afectan por una
causa que aún no comprendemos perfectamente, por consiguiente, no le demos
más vueltas a un tema que comprenderemos fácilmente cuando Dios juzgue
oportuno que ello suceda. No culpemos a Dios porque no nos resuelve los
problemas cuya resolución depende exclusivamente de nosotros.
Hay que mirar la vida con buenos ojos. Consideremos que es más feliz la mujer
que se levanta cantando todos los días que el hombre que se levanta enfadado con
mucho sueño malhumorado porque tiene que hacer el trabajo que menos le gusta.
Pidámosle a Dios que nos ayude a conocer las respuestas referentes al dolor que
aún no hemos encontrado, para que nos convenzamos de que nuestras dificultades
tienen un sentido trascendental, con tal de que podamos crecer espiritualmente.
José Portillo Pérez