IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Segunda Lectura: Heb 5, 7-9:
Aprendió a obedecer y se convirtió en autor de salvación eterna
En la segunda lectura la carta a los hebreos nos dice que, Jesús “A pesar de
ser Hijo de Dios, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se
ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna» (Hb 5,
8-9). Exuberantes en su significado, estos versículos hablan de la compasión de
Dios hacia nosotros, manifestada en la pasión de su Hijo; y hablan de su
obediencia, de su adhesión libre y consciente a los designios del Padre, explicitada
especialmente en la oracin en el monte de los Olivos: “No se haga mi voluntad,
sino la tuya” (Lc 22, 42).
Hoy Jesús nos enseña que el verdadero camino de salvación consiste en
conformar nuestra voluntad a la de Dios. Es exactamente lo que pedimos en la
tercera invocación de la oración del Padrenuestro: que se haga la voluntad de Dios,
en la tierra como en el cielo, porque donde reina la voluntad de Dios está presente
el reino de Dios. Jesús nos atrae con su voluntad, con la voluntad del Hijo, y de
este modo nos guía hacia la salvación. Saliendo al encuentro de la voluntad de
Dios, con Jesucristo, abrimos el mundo al reino de Dios.
En su pasión y muerte Cristo testimonia su adhesión libre y consciente a la
voluntad del Padre, como hemos escuchado en la carta a los Hebreos: “A pesar de
ser Hijo, aprendi, sufriendo, a obedecer” (Hb 5, 8). El elemento fundamental de
frase, que meditamos, es la invitación a tener los mismos sentimientos de Jesús.
Tener los mismos sentimientos de Jesús significa no considerar el poder, la riqueza,
el prestigio como los valores supremos de nuestra vida, porque en el fondo no
responden a la sed más profunda de nuestro espíritu, sino abrir nuestro corazón a
Cristo, llevar con Jesús el peso de nuestra vida y abrirnos al Padre del cielo con
sentido de obediencia y confianza, sabiendo que precisamente obedeciendo al Padre
seremos libres. Tener los mismos sentimientos de Jesús ha de ser nuestro ejercicio
de todos los días.
Sólo con la luz del evangelio, mediante la instrucción religiosa, mediante el
conocimiento de Dios, puede la conciencia ser formada para seguir la voluntad del
padre de Jesucristo sin ninguna coacción sobre su libertad. Como enseña el
Vaticano II: “Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo, en
lo referente a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla.
Confiesa asimismo el sagrado Concilio que estos deberes tocan y ligan la conciencia
de los hombres y que la verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de
la misma verdad que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas”.
De ahí que obedecer a Dios signifique entrar en ‘otro’ orden de valores,
captar un sentido nuevo y diferente de la realidad, experimentar una libertad
imprevisible, tocar los umbrales del misterio: “Porque mis planes no son sus planes,
ni mis caminos son sus caminos, oráculo del Señor. Porque cuanto distan los cielos
de la tierra, así distan mis caminos de los suyos” (Is 55, 8-9).
Por esto, la voluntad del Padre fue el alimento que sostiene a Jesús en su
obra (Jn 4, 34) y consigue para Él y para nosotros la sobreabundancia de la
resurrección, la alegría luminosa de entrar en el corazón mismo de Dios, en la
dichosa multitud de sus hijos (cf. Jn 1, 12). Por esta obediencia de Jesús “todos son
constituidos justos” (Rm 5, 19).
A ejemplo de Cristo, el cristiano se ha de definir como un ser obediente. La
primacía indiscutible del amor en la vida cristiana no puede hacernos olvidar que
ese amor ha conseguido un rostro y un nombre en Cristo Jesús y se ha convertido
en Obediencia. En consecuencia, la obediencia no es humillación sino verdad sobre
la cual se construye y realiza la plenitud del hombre. Por eso el creyente debe
cumplir la voluntad del Padre de forma tan intensa que esto se convierta en su
aspiración suprema. Igual que Jesús, nosotros hemos de querer vivir de esa
voluntad. A imitación de Cristo y aprendiendo de Él, con gesto de suprema libertad
y confianza sin condiciones, la persona consagrada ha puesto su voluntad en las
manos del Padre para ofrecerle un sacrificio perfecto y agradable (cf. Rm 12, 1).
“En realidad, es el mismo Seor resucitado, nuevamente presente entre los
hermanos y las hermanas reunidos en su nombre, quien indica el camino por
recorrer”. Por consiguiente, en este camino, no estamos solos: nos guía el ejemplo
de Cristo, el amado en quien el Padre se ha complacido (cf. Mt 3, 17; 17, 5), y
Aquél al mismo tiempo que nos ha liberado por su obediencia. Es Él quien inspira
nuestra obediencia para que también a través de nosotros se cumpla el plan divino
de salvación.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)