Ciclo B. V Domingo de Cuaresma
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
El de hoy es uno de los evangelios dominicales más patéticos e importantes sobre
Jesús. Y lo escribe Juan (Jn 12, 20-33), como pórtico de entrada a la Pasión,
Muerte y Resurrección (Exaltación) del Señor y a continuación de lo que nosotros
conocemos como el Domingo de Ramos (12, 12-17). El día ha sido apoteósico y
hasta unos griegos de la diáspora han pedido hablar con Él. Y Jesús, que sabe que
tiene los días contados, les habla, a ellos y a todos, con el corazón en la mano.
Yendo de su muerte, que ve inminente, a la gloria (exaltación) que el Padre va a
darle con la resurrección.
Es entre sentimientos de alegría y de pesar, que Jesús habla de la necesidad de
darse al otro sin pensar en uno mismo y de servir generosamente al Señor en los
demás. Lo que dice es ante todo un retrato de Sí mismo y una invitación a los
demás a hacer otro tanto. La propuesta puede parecer difícil, pero es necesario
hacerla. Entonces, la recompensa será grande y el mismo Padre Dios, en persona,
nos premiará. Otro aspecto interesante del discurso de Jesús es que, cosas tan
profundas y transcendentales, las presenta en la forma de una sencilla parábola: la
parábola del grano de trigo. Lamentablemente no la conocemos ni utilizamos tanto
como otras parábolas. Por ejemplo, la de que somos luz del mundo (Mt 5,14), sal
de la tierra (Mt 5,13), levadura en la masa (Mt 13, 33)
Y sin embargo la parábola del grano de trigo es más importante que ellas, no
obstante ser tan breve. La Iglesia la usa con mucha propiedad en la liturgia de
difuntos. Aparentemente, viene a decirnos el Señor, no pasa nada en nuestras
vidas, como no le pasa nada al grano de trigo que puede estar por años dentro de
una vasija. Pero dejen que el grano caiga en tierra, entonces rompe, brota un tallo
y sale una espiga cargada de nuevo y abundante trigo. Así es nuestra vida dice
Jesús. El grano de trigo que somos va germinando aún sin darnos cuenta, con lo
bueno y lo malo que hacemos. Hasta que un día caemos en tierra (la muerte) y nos
abrimos para Dios, presentándole la espiga de nuestra vida. ¿Con bueno y
abundante trigo? ¿Con abundantes obras buenas? Nuestras manos ¿irán llenas o
vacías?
Jesús es ese grano de trigo. Tú y yo somos ese grano de trigo…, que si no muere
no da fruto. Y que si no muere como grano bueno, no da fruto bueno para el Señor.
No es fácil pues para ello hay que ir a contracorriente del “mundo” (1 Jn 2,16). Y
aceptar y vivir la llamada paradoja de Jesús: que “el que ama su vida (piensa sólo
en sí mismo), la destruye (la perderá para la vida eterna); y que “el que descuida
su vida en este mundo (se olvida de sí por los demás), la conserva para la vida
eterna” (Jn 12,25; Mt 16, 25). Difícil, sin duda, pero piensa en lo que te recuerda el
Señor: ¿¡de qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde su alma!? (Mt
16,26)
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)