Ciclo B. V Domingo de Cuaresma
Pedro Guillén Goñi, C.M.
En el fragmento del evangelio del V domingo de Cuaresma Juan nos presenta a
Jesús llegándole “la Hora”, el momento definitivo, cuando ingresa a Jerusalén y el
“grano de trigo debe morir” (Jn. 12,24) para desparramar su fruto a todo el mundo.
Morir no es sólo caer en tierra y pudrirse sino multiplicarse en un fruto mayor. La
“Hora de Jesús” es el momento elegido por Dios para revelar a los hombres el
resplandor eterno de su Hijo.
Jesús, ante la proximidad de su Pasión, nos indica por medio de sus discípulos que
su vida no ha sido ni es un camino de rosas sino una aceptación incondicional de la
cruz asumida por amor. ¿Cómo pudo si no asumir tanta incomprensión y rechazo?
Si como Cristo y en Él, los cristianos supiésemos asumir con generosidad los
abandonos, las penas, los fracasos, los sufrimientos de nuestras propias
limitaciones, las enfermedades y la muerte misma, veríamos florecer alrededor
nuestro una luz, una esperanza y una vida sin término. Sin embargo nos ocurre con
frecuencia que el dolor nos abruma y no lo interpretamos a la luz de la esperanza y
de la aceptación de nuestras propias limitaciones. Entonces nuestra vida se
convierte en un vacío interior y en una rebeldía. Por el contrario, cuando vemos
experiencias de “aprender, sufriendo, a obedecer” (Hb. 5,8) y se acepta el dolor
como algo inherente a la propia naturaleza humana sin resignación pasiva pero con
esperanza firme; cuando las cruces de cada día no son síntomas de desesperación y
derrota sino pruebas y posibilidades para revitalizar nuestra atonía y apatía; cuando
el eco del mensaje de Jesús no es una teoría pesada sino una fuerza que nos libera
“en espíritu y en verdad” (Jn. 4,24) entonces descubriremos que de la muerte brota
la vida y de la cruz nace la salvación.
Jesús presiente la llegada de “la Hora”, la oblación de su vida para nuestra
redención, el momento elegido por Dios para revelar a los hombres el resplandor
eterno del Hijo. Si como Cristo, cada uno de nosotros supiésemos asumir con
generosidad los abandonos, las penas, los fracasos, los sufrimientos y limitaciones
y hasta la muerte misma, no caeríamos en un vacío interior sino en la esperanza de
la resurrección que culmina en la otra vida, en el encuentro gozoso con el Señor,
pero tiene sentido en el talante que adoptamos ante esas mismas situaciones en
nuestro momento presente.
Culminando ya la Cuaresma, tiempo de preparación en conversión y purificación
hacia la celebración de la Pascua del Señor, Jesús nos habla de entregar la vida
Solamente una vida entregada por amor fructifica y tiene sentido auténtico. La
dinámica de la vida es amar. El que más ama más vive y nunca muere aunque en
muchas ocasiones el mundo nos oriente por otro camino. No es el triunfo, el éxito o
la fama la garantía de una vida plena sino el amor entregado como donación para
que, transformado en tierra, dé fruto abundante.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)