Domingos de Ramos, Ciclo B.
Pautas para la homilia
“Realmente este hombre era Hijo de Dios”
La homilía podría comenzar exhortando a los fieles a hacer real el calificativo de
“santa” que tiene esta semana, invitándoles a participar activamente en las
celebraciones, sobre todo en los actos litúrgicos y en alguna celebración
comunitaria de la penitencia, que tendría su momento apropiado el martes o el
miércoles santo. Un modo de hacer “santa” esta semana es vivirla desde la
conversión, la vuelta a Dios, y el agradecimiento por todos los bienes salvíficos que
nos han venido con Jesucristo.
El relato de la pasión según Marcos está lleno de contrastes. Comienza con uno de
los “temas” principales de la predicacin de Jesús, a saber, el amor al dinero, que
nos insensibiliza ante los bienes del Reino. Los que critican a la mujer por haber
comprado un perfume caro para honrar a Jesús no están en realidad preocupados
por los pobres. La mujer criticada ha entendido que todo lo que se gasta para
manifestar amor y solicitud por Jesús y por los pobres en los que Jesús se hace
siempre presente, es un buen gasto, que complace a Dios. En contraste con este
buen gasto, los sumos sacerdotes emplean el dinero para pagar al traidor, hacer
daño a Jesús y matarlo.
Un segundo contraste aparece en la cena de Pascua que Jesús celebra con sus
discípulos: “os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Y, sin embargo,
Jesús entrega su cuerpo y su sangre, su vida toda, también en beneficio de aquel
que le entrega. Porque Jesús muere, como diremos luego en la liturgia eucarística
“por todos los hombres para el perdn de los pecados. Por “todos”, también por los
que le crucifican, sino no estarían “todos”. En el contexto de la traicin de Judas,
los otros discípulos se hacen los valientes, dispuestos a morir con Jesús. Pero
cuando los sumos sacerdotes, llegan para prenderle “todos le abandonaron y
huyeron”. Judas es el paradigma de nuestras traiciones, Pedro y los otros discípulos
el paradigma de nuestras cobardías. Pero Pedro es también el paradigma de
nuestros arrepentimientos y de nuestra vuelta a Jesús. Pedro no puede disimular
que es de los suyos, incluso cuando le niega. El diálogo que mantiene con la criada
del sumo sacerdote es significativo. “Se te nota demasiado que eres de los suyos”,
viene a decirle la criada. Este diálogo podría provocar en nosotros esta oración:
“Seor, ayúdanos, cuando te neguemos, a hacerlo tan mal, que en este hacerlo
mal, esté el principio de nuestra vuelta a ti”.
Contraste también entre las acusaciones incoherentes de las que es objeto Jesús y
su silencio. Solo responde a la pregunta fundamental, formulada por el Sumo
Sacerdote: ¿Eres tú el Mesías? Pero el Sumo Sacerdote no entiende nada. Ve una
blasfemia donde Jesús le indica el camino de la salvación del mundo. Algo parecido
ocurre en el diálogo con Pilato: tampoco entiende qué tipo de realeza es la de
Jesús. Y aunque, en el fondo, el gobernador romano está convencido de la
inocencia de Jesús o, en todo caso, no está seguro de la fuerza de las acusaciones,
“queriendo dar gusto a la gente”, o sea, al populacho manipulado por las
autoridades judías, suelta a Barrabás y entrega a Jesús para que lo crucifiquen. La
conciencia de Pilato, convencido de la inocencia de Jesús, pasa a un segundo plano
cuando se trata de conservar el poder. Hay algo en esta actitud que nos toca de
cerca: las presiones del ambiente pueden ser muy poderosas, pero nunca deben
ahogar nuestra conciencia de cristianos.
Con Jesús crucificado “toda la regin qued en tinieblas”. Y, sin embargo (otro
contraste y éste fundamental), en medio de tanta oscuridad y sin sentido aparecen
signos de esperanza. Un pagano, el centurin romano, “al ver cmo había muerto”
(había muerto como había vivido, había muerto amando, sin insultos, ni amenazas,
¡perdonando a sus enemigos!, como dirá el evangelio de Lucas), confesó:
“Realmente este hombre era Hijo de Dios”. Otro signo de esperanza: “unas mujeres
miraban desde lejos” y cuando un hombre bueno, José de Arimatea, se hace cargo
del cadáver, estas “mujeres observaban dnde lo ponían”. Tener la vista siempre
fija en Jesús, sean cuales sean las circunstancias, es mirar hacia el lugar del que
puede surgir la vida. Nosotros hoy, los aquí presentes, estamos invitados a
identificarnos con el centurin y “al ver cmo ha muerto” y cmo ha vivido, al
recordar su obra y su mensaje, confesar nuestra fe en Jesús, Hijo de Dios, salvador
del mundo. Y estamos invitados a identificarnos con las mujeres, que nunca pierden
de vista a Jesús, porque saben que en él está su única esperanza de salvación; él
es la referencia a la que acudir, también en la hora de nuestras muertes.
Fray
Martín
Gelabert
Ballester
Convento de San Vicente Ferrer (Valencia)
Con permiso de dominicos.org