SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN (25 de Marzo)
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
a.- Is. 7, 10-14: La virgen concebirá.
La primera lectura nos presenta la segunda intervención de Isaías frente al rey
Ajaz; en la primera el rey desentendió el consejo del profeta (cfr. Is. 7,9). Las
consecuencias de tal decisión del rey, trajo el sometimiento de Judá al poder asirio
(cfr. 2Re18,7). Pero Dios no abandonó a Ajaz, le ofreció nuevamente su auxilio, un
signo. Las palabras “desde lo profundo del Seol o desde lo más alto” (v.11), está
hablando que Yahvé hará lo que pida Ajaz, así sea en lo más profundo de la tierra,
como en lo más alto de los cielos: Ajaz puede pedir lo que sea, que Yahvé se lo
dará. Pero el rey rechaza la ayuda divina con falsa piedad, dice no querer tentar a
Dios, palabras tomadas de un discurso de Moisés (v.12; cfr. Dt. 6,16). Moisés
exhortó al pueblo a no despreciar la ayuda de Dios por la falta de agua que se
quejaban y hubieran querido permanecer en Egipto; Ajaz no sólo rechaza la ayuda
de Dios, sino que pervierte el sentido de las Escrituras, manteniendo así su
arrogancia. El profeta habla al rey con la expresin “Casa de David”, recordando la
permanencia de la alianza entre Yahvé y David (cfr.2S 7,1-17), pero le advierte de
lo harto que se encuentra Dios y él del continuo desprecio de la voluntad divina.
Hay una alusión del lamento de Moisés, por las quejas de Israel, durante la travesía
del desierto (cfr. Ex. 32, 7-14). El profeta confirma el deseo de Yahvé de ayudar a
su pueblo. Le dará una señal: la virgen está encinta y dará a luz un hijo. Concebirá
un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa, Dios con nosotros. El
nombre es simbólico, presenta un contenido profético (cfr. Is.1,8; 8,8.10).
Concretamente se refiere a la presencia de Dios en medio de su pueblo; dicha
presencia otorgará seguridad a Israel ante las pretensiones de asiria y las naciones
vecinas (cfr. Sal. 46, 8.12). La doncella, se refiere a una persona concreta, pudo
ser la joven esposa del rey, el hijo será Ezequías, y Ajaz su padre le pondrá el
nombre. El niño gozará de la protección divina, comerá cuajada y miel, alimento
que comía David y el alimento que comerá el pueblo salvado por Yahvé (cfr.
Dt.1,39; 1 Re.3,9; 2 S 17,29; Is.7,22). La alusión a Ezequías, trajo efectivamente
una era de esplendor, antes que fuera capaz de discernir, Ajaz vio el fin de los
reyes que lo amenazan Rasín y Pécaj. Siria fue conquistada por Teglatfalar III
(cfr.2Re.16,9) y Sargón II, tomó Samaría y acabó con Israel (cfr.2 S17,1-6).
Ezequías vivió un período de esplendor, desconocida para Judá desde que Efraín se
apartó de Judá, es decir, desde que el reino de Israel, con Joroboam rompió con la
dinastía de Roboán en el año 930 a.C. Las características de salvación aportadas
por el Enmanuel, anunciadas por Isaías (cfr. Is.9,1-6; 11,1-9), superan la época de
Ezequías y esbozan la llegada del Mesías definitivo, el Ungido, que gobernará con
los criterios de Dios. Cristo significa Mesías y Ungido. El rey de Israel era ungido
con aceite para asegurar su ingreso en el ámbito del Espíritu de Dios, con el que
será intermediario entre Yahvé y su pueblo y gobernará Israel con los criterios de
Dios (cfr.1S 9,16; 16,3). Pero los reyes no siempre fueron fieles a Yahvé, lo que los
llevó al exilio babilónico, a su regreso fueron administrados por sacerdotes; el
Sumo sacerdote fue ungido como rey, pero tampoco consiguieron sus sucesores
inaugurar la era mesiánica. Ante el fracaso de reyes y sacerdotes, los profetas
auspiciaron la llegada del verdadero Mesías, del auténtico Ungido del Señor (cfr.
Lev.4,3.5; 2M 1,10). Es más, se esperaban dos mesías, uno sacerdote y otro como
rey (cfr. Ez. 45,1-8; Za.4,1-14). En la plenitud de los tiempos, se esperaba la
llegada del Mesías, que instaurara el Reino de Dios. El NT, presenta a Jesús de
Nazaret como el Mesías esperado (cfr. Mt.1,16). Jesús no instauró el Reino de Dios,
como los reyes y sacerdotes, sino como Hijo del Hombre y como Siervo de Yahvé
(cfr. Mt.26-27; Is.52,13-53,12; Sal.22; Dn.7). Es Mateo que actualiza la profecía de
Isaías, cuando habla del origen mesiánico de Jesús (cfr. Mt.1,23), por ello el
término virgen, alude a María, que concibe un hijo y lo pone por nombre Enmanuel
(cfr. Mt.1,23), de la misma forma Enmanuel, define a Jesús, como el Mesías
definitivo que anunció Isaías. Los Padres de la Iglesia contemplan a María, como
figura de la Iglesia, que alumbra a Jesús, como presencia de Dios en medio de
nuestra sociedad.
b.- Hb. 10, 4-10: “Aquí estoy oh Dios para hacer tu voluntad”.
Esta lectura nos presenta la recapitulación que hace el autor sagrado, entre los
sacrificios levíticos y el sacrificio de Cristo. Sacrificios ineficaces para santificar, que
ahora son reemplazados por el único Sacrifico de Cristo, suficiente por sí solo para
perfeccionar para siempre a los santificados (cfr. Hb.10,14). Respecto a los
sacrificios mandados por la antigua Ley, los denomina sombra (cfr. Hb. 8,5) de los
bienes futuros (cfr.Hb. 9,11), no son capaces de santificar a los que los ofrecen. Se
alude a los sacrificios ofrecidos en el día del Kippur cada año (cfr. Hb. 9,7) y a los
otros sacrificios ofrecidos durante el año litúrgico judío (cfr. Hb.10,11), que no
pueden quitar los pecados, y por ello, se repiten continuamente, con lo que se
demuestra que son ineficaces, pues de lo contrario no habría necesidad de
repetirlos (vv.2-4). Se podría pensar que la repetición se explicaría por los nuevos
pecados cometidos, después del sacrificio, pero hay que tener en cuenta que para
el autor el sacrificio perfecto debía ser capaz de expiar todos los pecados, de todos
los tiempos. El sacrificio del Kippur, ofrecido cada año, daba una pureza legal, pero
no borraba los pecados ni siquiera del año, disponía los espíritus para implorar el
perdón divino, que si se concedía el perdón ra en virtud del único sacrificio futuro
de Cristo en la Cruz, como ya lo había dado a entender el autor (cfr. Hb. 9,26;
v.14). El autor enseña que los antiguos sacrificios ineficaces para santificar
interiormente, ahora son sustituidos por el sacrificio de Cristo, por ello aplica ahora
el Salmo 40,7-9, al sacrificio de Cristo (vv.5-7) de las que luego hace su propia
exégesis (vv.8-10). El salmista exalta el agradecimiento por los beneficios
recibidos, debido no a los sacrificios ofrecidos, sino a la confianza en Yahvé y a la
obediencia a sus preceptos, por eso son escuchados por el Dios de Israel. No hay
un rechazo a los sacrificios mandados a ofrecer por el mismo Dios, sino que más
que la materialidad de los sacrificios, Yahvé aprecia más la entrega al cumplimiento
de su voluntad y que de poco sirven los sacrificios, cuando falta la entrega del
corazón (cfr. 1 Sam.15,23; Is.1,11-17; Os.6,6; Miq.6,6-8). El autor exalta la
obediencia de Cristo al Padre, con lo que enseña, que quedan abrogados los
sacrificios de la antigua Ley, y que el verdadero sacrificio se da en la Cruz, voluntad
del Padre, cumplida en Cristo (vv.9-10). Es en la obediencia de Cristo y en virtud
de ella, que son santificados los que lo ofrecen, por la oblación del cuerpo de Cristo
(vv.9-10). Una vez ofrecido el sacrificio de Cristo no es necesario repetirlo, ya que
sentado a la diestra del Padre, espera la plena realización de los efectos de su
inmolación, con la sumisión total y definitivo de sus enemigos (cfr. Hb.10, 11-18; 1
Cor.15, 22-26). Bastó una sola inmolación, para perfeccionar a los santificados, es
decir, para conseguir el perdón de los pecados y la purificación interior de los
hombres de todos los tiempos, que serán individualmente, personalmente,
santificados en la medida que hagan suyos los meritos de la fe y de los
sacramentos (v.14; cfr. Rm.3,21-26; 6,3-11). Como prueba que la nueva alianza,
establecida por Cristo, por su oblación, hay una verdadera remisión de los pecados,
recuerda con palabras del profeta, que Dios no se acordará más de nuestros
pecados e iniquidades (cfr. Jr. 31,33-34; Rm. 4,7-8; Hb. 8,10-12). Una vez
remitidos los pecados, no es necesario ofrecer nuevos sacrificios por el pecado (cfr.
Hb.10,18), puesto que sería una injuria a la Sangre de Cristo, como si aquel
Sacrificio no hubiese bastado (cfr. Gál. 2,21). Esta realidad expuesta por el autor,
no se opone a la celebración continua del Sacrificio de la Misa, que hace la Iglesia,
pues este sacrificio, no es distinto del sacrifico de la Cruz (cfr. Hb.7, 27), sino que
el mismo, que se renueva de modo incruento, y se no aplican sus frutos de
santidad y justicia a todos los cristianos.
c.- Lc. 1,26-28: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo.
El evangelio nos presenta a la llena de gracia, la Madre de Jesús. Son las palabras
que el Ángel Gabriel dirige a María. En ellas hay una invitación al júbilo y a la
alegría mesiánica, pues Dios está pronto a cumplir sus promesas: ¡el reconciliador
anunciado desde antiguo ya está por llegar! La segunda palabra es “llena de
gracia”. No la llama por su nombre propio, sino con esta expresión: Llena de gracia.
En realidad, éste es el nombre propio que Gabriel aplica a María, queriendo reflejar
con el nuevo nombre también la misión, que conlleva en la historia de la salvación
(cfr. Gn 17,4-5; Jn 1,42; Mt 16,18); el que nacerá de María, se llamará Jesús, es
decir, Dios salva (cfr. Mt 1,21; Is 7,14). Si el Ángel, llama a la Virgen «Llena de
gracia» está revelando su ser y su misión. Y con este nombre, la reflexión bíblica y
la Tradición de la Iglesia, ha comprendido con el tiempo, su alcance y profundidad:
María es llena de gracia, porque, por un singular privilegio y regalo divino, fue
preservada del pecado original desde el mismo instante de su concepción, en vistas
a una misión y vocación muy específica: ser la Madre del Mesías, la Madre del Hijo
de Dios, la Madre de Dios-con nosotros. El Vaticano II, por esta función singular, la
denominará Madre de la Iglesia (cfr. LG 53). Este privilegio es un don de Dios,
quien desde el principio pensó en Ella, la eligió y la preparó con esta gracia
particular para que fuese una digna morada para su Hijo. Mas este privilegio, en
todo, no menoscabó la libre respuesta de María: ella supo acoger esta gracia de ser
libre de todo pecado, rechazando desde el recto ejercicio de su libertad todo mal,
optando por servir a Dios y su plan de salvacin: “He aquí la sierva del Seor;
hágase en mí según tu palabra” (v. 38). Por esta unin del privilegio divino y por su
Sí, la gracia permanece en Ella en toda su plenitud. El dogma nos enseña: si María
fue preservada inmune de todo pecado, lo fue por los méritos que el Señor Jesús
obtendrá para todo el género humano con su pasión, muerte y resurrección. A
María Inmaculada se le aplican en el momento de su concepción, en el seno de su
madre, los mismos frutos de la Redención que su Hijo ha obtenido para toda la
humanidad, y que nosotros recibimos en el Bautismo. Como a María, Dios nos ha
elegido para ser santos e inmaculados en su presencia, en una comunidad eclesial
que está llamada a ser santa en el amor redentor de Jesucristo, reconociendo que
formada por pecadores (cfr. Ef. 1,4). María Inmaculada, nos llama a aplastar con su
Hijo en nosotros la cabeza de la serpiente, es decir, la tentación y la inclinación al
mal (cfr. Gen 3,15), la lucha de todo cristiano es contra Satanás y por eso debemos
revestirnos de la armadura de la fe, la esperanza y la caridad para vencer siempre
las asechanzas del mal, para ser en esta vida y en la eternidad, alabanza de la
gloria de la Santísima Trinidad (cfr. Ef. 6,12).
Sor Isabel e la Trinidad, escribía el 8 de diciembre de 1897 escribe esta
poesía a María Inmaculada:
- “Oh, consérvame siempre casta y pura, libre de toda mancha. Vela sobre mi frágil
corazón, para que agrade siempre al Salvador.
- Haz que sea un jardín en soledad, donde Jesús descanse, que venga a visitarlo
con frecuencia, y pueda en él morar.
- Quiero que Él sea su único Señor, su Esposo y fiel Amigo y de su amor cautivo,
haga en él su morada.
- Siempre mi corazón está con ÉL, siempre está recordando, noche y día, al Esposo,
al Amigo celestial, a quien quisiera demostrar su amor.
- Hacia Él se eleva mi único deseo; No quiero morir, quiero padecer, padecer por
Dios dándole la vida, y rogar por los pobres pecadores.
- Este es mi santo anhelo. Desde aquella inmortal y santa patria, oh mi Virgen
bendita, dulce Madre, vela sobre mi frágil corazón.
- Si, consérvalo siempre casto y puro, libre de toda mancha para así complacer al
Salvador.” (Poesía 43)