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V Semana de Cuaresma (Año Par)
Jueves
Jn 8, 51-59
Su padre Abraham se regocijaba con el pensamiento de verme. En su vida
terrena, Jesús manifestó claramente la conciencia de que era punto de referencia
para la historia de su pueblo. A quienes le reprochaban que se creyera mayor que
Abraham por haber prometido la superación de la muerte a los que guardaran su
palabra (cf. Jn 8, 51), respondió: “Su padre Abraham se regocijó pensando en ver
mi día; lo vio y se alegró” (Jn 8, 56). Así pues, Abraham estaba orientado hacia la
venida de Cristo. Según el plan divino, la alegría de Abraham por el nacimiento de
Isaac y por su renacimiento después del sacrificio era una alegría mesiánica:
anunciaba y prefiguraba la alegría definitiva que ofrecería el Salvador.
Al igual que Abraham, Jacob y Moisés, también David remite a Cristo. Es
consciente de que el Mesías será uno de sus descendientes y describe su figura
ideal. Cristo realiza, en un nivel trascendente, esa figura, afirmando que el mismo
David misteriosamente alude a su autoridad, cuando, en el salmo 110, llama al
Mesías «su Señor» (cf. Mt 22, 45; y paralelos).
Así, pues, Cristo está presente, de modo particular, en la historia del pueblo
de Israel, el pueblo de la Alianza. Esta historia se caracteriza específicamente por la
espera de un Mesías, un rey ideal, consagrado por Dios, que realizaría plenamente
las promesas del Señor. A medida que esta orientación se iba delineando, Cristo
revelaba progresivamente su rostro de Mesías prometido y esperado, permitiendo
vislumbrar también rasgos de agudo sufrimiento sobre el telón de fondo de una
muerte violenta (cf. Is 53, 8).
La esperanza cristiana lleva a plenitud la esperanza suscitada por Dios en el
pueblo de Israel, y encuentra su origen y su modelo en Abraham, el cual,
«esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones”
(Rm 4, 18).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)