Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Domingo VI de Cuaresma. Ciclo
B.
La vocación a la santidad.
"El que te creó sin ti, no te salvará sin ti" (San Agustín).
Estimados hermanos y amigos:
Normalmente, cuando se nos pregunta por nuestra vocación de religiosos o laicos
comprometidos con el servicio a Dios en nuestros prójimos los hombres, tenemos
tendencia a recordar el instante en que decidimos obedecer la llamada de Dios que,
por la fe que nos caracteriza, sentimos en nuestro interior. El hecho de recordar la
entrada triunfal de Jesús en Jerusalén por medio de la procesión litúrgica de los
ramos, constituye para nosotros una excelente oportunidad para meditar sobre la
llamada que Dios nos ha hecho para que lo sirvamos en nuestros prójimos los
hombres, porque nuestra vocación es vitalicia, no se desarrolla en el momento en
que nos ponemos a disposición de Nuestro Santo Padre. Un año más, hemos
acompañado al Señor en su entrada triunfal en Jerusalén, y nos disponemos a vivir
su Pasión, muerte y Resurrección, para concluir el tiempo de Pascua, contemplando
su gloriosa Ascensión al cielo como Rey vencedor del mal y la muerte, y recordando
nuestra recepción del Espíritu Santo.
En este día en que nos alegramos al aclamar sinceramente a Nuestro Salvador en
su gloriosa entrada en Jerusalén, vislumbramos una gran noticia para quienes
sufren por cualquier circunstancia dolorosa, hasta llegar a desear que Dios les
impida seguir viviendo. El dolor es una vía de purificación y santificación que
debemos recorrer si Dios considera que somos aptos para padecerlo, porque El
nunca permitirá que vivamos ninguna circunstancia que no podamos superar. La
citada buena noticia consiste en que Dios ha empeñado su Palabra para salvarnos,
y no lo ha hecho haciendo un juramento, sino permitiendo el sacrificio de Aquel que
es su Palabra salvadora, para que podamos creer que Nuestro Santo Padre, Jesús y
el Espíritu Santo, nos aman, a pesar de nuestras infidelidades.
Recuerdo que, pocas semanas antes de casarme, me dijo una amiga: "Pronto
aprenderás que aquellos de quienes esperas más amor te decepcionarán, y que
aquellos de quienes esperas recibir menos amor, serán los que mejor te tratarán".
A Dios se le pueden aplicar las citadas palabras de mi amiga, porque nadie ha sido
tan generoso con nosotros como Nuestro Santo Padre, y nadie ha sufrido tantas
infidelidades por nuestra parte, como el Dios Uno y Trino.
San Juan puso en el libro del Apocalipsis unas palabras en boca de Jesús, que son
muy significativas para nosotros.
"Has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi
nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor"
(AP. 2, 3-4).
No permitamos que el desinterés que tiene mucha gente a la hora de conocer,
amar y servir a Dios, debilite la fe que tenemos en Nuestro Padre común. Puede
suceder que quienes anunciamos el Evangelio no consigamos que todos nuestros
oyentes -o lectores- crean en Nuestro Padre común, pero, al no permitir que se nos
debilite la fe, nos mantenemos activos, mientras aguardamos la conclusión de la
plena instauración del Reino mesiánico entre nosotros.
Para poder crecer espiritualmente, no solo necesitamos ser libres, pues también
nos es necesario saber utilizar la libertad que Dios nos concedió, desde que creó el
mundo. La Biblia es como un mapa en que se nos indica el camino que debemos
tomar para alcanzar la felicidad. De nosotros dependen tanto el hecho de ser
felices, como la posibilidad de alcanzar la salvación de nuestra alma.
Si no comprendemos que Dios nos invita a vivir en su presencia, pero no nos
impide que no cumplamos sus Mandamientos, para no impedirnos usar la libertad
que nos ha concedido, podremos caer fácilmente en la tentación de perder la fe,
pensando que su voluntad y omnipotencia son insuficientes para evitarnos el
sufrimiento, impedir que pequemos, y concedernos la vida eterna.
Quizá sentimos rabia e impotencia cuando meditamos sobre la Pasión del Señor,
y lo vemos maltratado por los soldados, y agonizando en la cruz, y no nos damos
cuenta de que estamos rodeados de cristos en quienes se repite la Pasión de
Nuestro Salvador. De nada nos sirve pensar que si hubiéramos podido presenciar la
Pasión de Jesús le hubiéramos evitado al Mesías el sufrimiento que le condujo a la
muerte, si no nos prestamos a ayudar desinteresadamente a quienes necesitan
dádivas espirituales y materiales.
Si en verdad somos cristianos, no debemos contentarnos contemplando a Jesús
en oración como si estuviéramos viendo una película. Los sufrimientos de Nuestro
Salvador se prolongan en quienes sufren por cualquier circunstancia, en aquellos a
quienes se nos ha encomendado ayudar, porque Dios actúa por nuestro medio.
Utilicemos nuestros medios para hacer todo el bien que podamos, y dejemos que
Dios resuelva los problemas que no podemos solventar.
La Pasión y muerte de Jesús nos fueron útiles porque fueron el medio que Dios
utilizó para demostrarnos que nos ama, pero, el sufrimiento de la humanidad debe
ser evitado. Dios espera por nosotros para que actuemos en beneficio de nuestros
prójimos.
Los cristianos somos una gran familia que debe estar abierta a acoger a toda la
humanidad. La aceptación del Dios Uno y Trino por nuestra parte, significa que
estamos dispuestos a cambiar nuestra vida, con el fin de adaptarnos al
cumplimiento de su voluntad. La vida que Dios nos promete si le aceptamos y
amamos es eterna, y, aunque actualmente solo podemos tenerla a nivel espiritual,
y se perfecciona en nuestro interior en conformidad con nuestra adaptación al
cumplimiento de la voluntad de Nuestro Santo Padre, sabemos, -por la fe que
profesamos-, que nos caracterizará plenamente, cuando nuestra tierra sea
convertida, plenamente, en el Reino de Yahveh.
Dispongámonos a vivir inspirados en el mensaje predicado por Jesús, porque
Nuestro Salvador es el Camino que nos conduce a la presencia de Nuestro Santo
Padre, la Verdad que nos hace totalmente libres de las esclavitudes que amenazan
con coartar nuestra libertad cristiana, y la Vida plena que deseamos alcanzar (CF.
JN. 14, 6).
Para recorrer el Camino que nos conduce a la presencia de Dios, necesitamos ser
iluminados por Cristo, quien es la luz indeficiente de Dios (CF. JN. 8, 12. 9, 5).
Para que la Verdad de Jesús nos haga libres, debemos conocerla, aceptarla y
amarla (CF. JN. 8, 31-32).
El cumplimiento de la voluntad de Dios, es un desafío para quienes meditamos
las siguientes palabras de Jesús:
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y
sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda
su vida por causa de mí, la hallará" (MT. 16, 24-25).
¿Cómo podemos seguir a Jesús sin conocer perfectamente la Biblia, y cargando
con nuestra cruz? El deseo de ser imitadores de Cristo, es el único medio de que
disponemos para adquirir una excelente formación, y para pedirle al Espíritu Santo
que, por medio de la efusión de sus dones, nos ayude a convertir nuestra cruz, en
un instrumento purificador y santificador.
Al ver las procesiones de Semana Santa, debemos tener presente lo que se dice
en el Nuevo Testamento con respecto a la Pasión y muerte de Nuestro Salvador,
para que no nos suceda que veamos en Jesús a un suicida, que se dejó asesinar,
con el único propósito de que quienes sufren se identificaran con El. Jesús ama a
quienes sufren, pero nunca amó el padecimiento. Es necesario que nos formemos
espiritualmente, pues debemos aprender a identificarnos con Jesús en su gloria, y
nunca en el dolor humano. Jesús no vino a Palestina a confirmarnos en el hecho de
que debemos resignarnos ante el padecimiento cuando no podemos evitarlo, sino a
enseñarnos que todos los acontecimientos de nuestra vida tienen significado, y que
debemos orientarlos a la salvación de nuestra alma.
Cuántas veces contemplamos a Jesús en su Pasión y muerte, y nos olvidamos de
que el Señor vive para siempre. Corremos el riesgo de no creer ciegamente que
Cristo vive para no morir jamás, aunque nos identificamos con El en su Pasión,
buscando en el Hijo de Dios y María, un compañero con quien compartir el
infortunio que caracteriza nuestra vida.
Jesús no nos reveló durante su Pasión y muerte únicamente lo que Dios es capaz
de hacer por nosotros, pues también nos enseñó lo que debemos hacer, para ser
dignos de vivir, en la presencia de Nuestro Santo Padre. Es necesario que sirvamos
al Señor humildemente, -reconociendo nuestra pequeñez ante El-, para disponernos
a ser copartícipes de su grandeza. Aunque la Iglesia nos hace recordar la Pasión de
Nuestro Salvador durante la Semana Santa, sabemos que, durante todos los días
del año, debemos ser cirineos, a la hora de ayudar a nuestros prójimos los
hombres, a cargar con sus cruces. No seamos seguidores mediocres del Señor, que
se conforman con tener una fe incapaz de hacerles ver a Dios en la más mínima
dificultad que encuentren en su camino, sino apóstoles incapaces de llamarse
cristianos, si no trabajan denodadamente para conducir al mayor número de almas
posible, a la presencia de Nuestro Padre común.
Nos gustaría comprender la forma de actuar que caracteriza a Dios exactamente,
pero ello no nos es posible. Nos gustaría saber la razón por la que carecemos de
trabajo, padecemos enfermedades, y vemos morir a nuestros familiares y amigos
queridos, sin poder evitarlo, y, si no lo conseguimos, se nos debilita la fe, porque,
el desconocimiento que tenemos del Dios Uno y Trino, no nos anima a creer en El,
porque no comprendemos su forma de proceder. No juzguemos a Dios desde
nuestra óptica, y dejémosle ser Dios, para que pueda hacernos contemplar nuestra
vida desde su punto de vista. Que la incomprensión de Dios no nos impida seguirlo,
al tener la seguridad de que, Nuestro Padre común, es incapaz de despreciarnos.
Cuando San Pablo les escribió a los cristianos de Filipo que quería identificarse
con Cristo en su Pasión y muerte, no les indicó que quería meditar tan
trascendental episodio bíblico durante un rato de oración, sino que quería ser
imitador de Jesús, aunque ello le costara la vida, con tal de poder alcanzar la vida
eterna, -no por sí misma, sino para vivir con Nuestro Salvador-, en la presencia de
Nuestro Santo Padre.
"Quiero conocer a Cristo, experimentar el poder de su resurrección, compartir sus
padecimientos y morir su misma muerte. Espero así alcanzar en la resurrección el
triunfo sobre la muerte" (FLP. 3, 10-11).
Acompañemos a Jesús en su Pasión en quienes sufren, y ayudémosles a llevar su
cruz. Evitemos juzgar, condenar y golpear a nadie. Ayudemos a quienes deseen
conocer al Señor, y acompañemos en su agonía a quienes le entreguen su espíritu
a Nuestro Padre del cielo.
Vivamos intensamente las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa, para
disponernos a celebrar la Pascua de Resurrección.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com