“Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre”
Jn 10, 31-42
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
LOS JUDÍOS TOMARON PIEDRAS PARA APEDREAR A JESÚS.
La escena pasa en Jerusalén, en los días en que se celebraba la fiesta de la Dedicación.
Esta fiesta tenía por objeto conmemorar anualmente la purificación del templo por Judas
Macabeo. La fiesta duraba ocho días Para la fiesta de la Dedicación no era obligatoria la
peregrinación a Jerusalén, como en las otras tres grandes fiestas de Pascua, Pentecostés y
Tabernáculos. La escena tiene lugar cuando Jesús se paseaba en el templo, por el llamado
pórtico de Salomón. En este escenario, un día de la fiesta de la Dedicación, los judíos, que
son indudablemente, por su argumentación, los fariseos, lo rodean, lo estrechan así en un
círculo para forzarle a una respuesta.
La respuesta de Jesús, es que ya se lo dijo repetidas veces, no tomando la misma palabra
de Mesías, pero sí con las obras, que, hechas en nombre de mi Padre, dan, por lo mismo,
testimonio de El. Pero, a pesar de todo, ellos no creen en El. Jesús les había dicho a los
judíos, Lo que mi Padre me dio es mejor que todo, y nadie podrá arrebatar nada de la mano
de mi Padre. Porque es un don que le dio el Padre, el cual es el don es más precioso que
todas las cosas. Nada es comparable a la vida eterna, que Jesús dispensa. El mismo lo dijo
en otra ocasión:
YO Y EL PADRE SOMOS UNA COSA.
¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26; Lc 9:25) Por
último, Jesús, como garantía de este poder salvífico que tiene para sus ovejas, proclama su
divinidad, diciendo: Yo y el Padre somos una cosa. Directamente se expresa esta unidad
entre el Padre y el Hijo en el poder. El Padre y el Verbo encarnado son una sola cosa. Pero
lo son no sólo como un profeta, en el plan, conocimiento y actividad de Jesús para su obra
salvadora. Sino también, por razón de la persona divina, tiene una unión ontológica divina
con el Padre. En el prólogo, San Juan enseña abiertamente que el Verbo, que se va a
encarnar, era Dios.
Entonces Jesús dijo: Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre y les
pregunta por cuál de ellas le quieren apedrear. Los judíos fariseos que le oyeron, trajeron
piedras de las que había allí mismo en el templo aún en construcción, y de las que se
sirvieron los judíos en más de una ocasión para apedrear a la guarnición romana. Los
judíos le respondieron: No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque
blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios. Al argumentarle los fariseos, sacando la
conclusión que encerraba su enseñanza, que se hacía Dios, quisieron apedrearle, puesto
que este tipo de pena era el que correspondía a los blasfemos.
YO SOY HIJO DE DIOS.
Y el argumento que Jesús va a esgrimir contra ellos es éste: ¿No está escrito en la Ley de
ustedes?: Yo dije: Ustedes son dioses. Si la Ley, llama dioses a los que Dios dirigió su
Palabra -y la Escritura no puede ser anulada-¿cómo dicen: Tú blasfemas, a quien el Padre
santificó y envió al mundo, porque dijo: Yo soy Hijo de Dios. Si no hago las obras de mi
Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí.
En la Ley, que son los Salmos, pero que san Juan así en otras ocasiones las Escrituras, se
lee la siguiente personificación escenográfica: Dios cita a su juicio a los jueces inicuos, y
para nombrarles y constituirles como tales, les dice: Yo dije: Sois dioses, todos vosotros
hijos del Altísimo (Sal 82:6). A los jueces, por recibir su poder de Dios (Rom 13:1) y porque
el juicio es de Dios (Dt 1:17; cf. Dt 19:17), se los llama, en esta mentalidad semita, dioses,
por participadores de este poder divino (Gen 1:27).
ASI RECONOCERÁN Y SABRÁN QUE EL PADRE ESTÁ EN MÍ Y YO EN EL PADRE.
Partiendo de esto, Jesús va a usar un argumento, la Escritura no puede ser anulada, si
llama dioses a unos hombres por participar un simple poder judicial, no puede ser blasfemia
que El, a quien el Padre consagró y envió al mundo, y la prueba de lo que dice son los
milagros, diga que es Hijo de Dios. Los milagros de Jesús eran tan evidentes, que aquí
mismo los alega como testimonios inexcusables; precisamente los milagros fueron lo que
hizo creer en El a Nicodemo y a otros grupos de fariseos. Más que un simple juez — Dios
— era el que el Padre envió al mundo como su Mesías, y que, proclamándose el Hijo de
Dios, lo rubricaba apologéticamente con milagros. Por eso alega esto, como en otras
ocasiones, en el mismo evangelio de San Juan, para que sepáis y conozcáis que el Padre
está en mí, y yo en el Padre. Si Dios estaba jurídicamente presente en los jueces, tenía que
estarlo realmente en el que se decía su Hijo. Jesús luego les dice; Así reconocerán y
sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre.
EL QUE ME HA VISTO A MÍ (COMO HIJO), HA VISTO AL PADRE
San Juan nos escribe en el capítulo 14, que Jesús dijo: El que me ha visto a mí (como Hijo),
ha visto al Padre. El Padre, que mora en mí, hace sus obras. Creedme, que yo estoy en el
Padre, y el Padre en mí; al menos, creedlo por las obras. Así como también nos dice en el
capitulo 1:1 del Verbo encarnado que el Verbo estaba en Dios (en el Padre), y el Verbo era
Dios.
Es la profunda presencia y unión con el Padre en sus obras, ya que El nada hacía sin el
Padre (Jn 5:30). Pero la lógica de la argumentación es que, no habiendo retirado nada de
su proposición primera, es por la que querían lapidarle. Ellos intentaron nuevamente
detenerlo, pero él se les escapó de las manos.
Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, Y en ese lugar muchos creyeron en él. Y queriendo
apoderarse de El, se salió de sus manos. No había llegado su hora. El mismo logró evadir
aquello, porque una vez más, la grandeza de Jesús, sin aparatosidad, se impone.
AL NO PODER REPLICAR A JESÚS, SE ENFURECEN Y QUIEREN APEDREARLO.
Este evangelio, nuevamente nos hace ver como los judíos eran sumamente reacios a creer
en la divinidad de Jesús, a pesar de lo que oían y veían. Así es como Jesús les argumenta
con buenas razones, las que son visibles y fáciles de entender. A los judío no le faltaban
motivos para conocer la verdad, solo necesitaban fijarse en los milagros que hacia Jesús,
pero ellos eran gentes de corazón duro y se mostraban duros para recibir la verdad. Por eso
esto judíos, molestos, al no poder replicar a Jesús, se enfurecen y quieren apedrearlo.
Hoy día, nos encontramos también con muchos enemigos de Jesús, y al no tener
argumentos que oponer, persiguen sus enseñanzas. Así es como día a día, la Iglesia recibe
ataques. Esto, lejos de separarnos de Dios, debe unirnos aún más a El. En la adversidad,
es cuando se demuestra si actuamos por amor a Dios.
El Señor les Bendiga