Ciclo B. Domingo de Ramos
Julio Suescun, C.M.
Realmente este hombre era Hijo de Dios
El eco de las aclamaciones de los hebreos a la entrada de Jesús en Jerusalén, se
mezcla en la celebración litúrgica de este Domingo de Ramos, con los acentos del
relato de la pasión. En el evangelio de Marcos, Jesús defiende su mesianismo de
toda pretensión triunfalista. A los discípulos se les hacía difícil entender esto. Hoy,
después de que han pasado las cosas, los cristianos entendemos lo que quería
decir. Él es el Mesías enviado por Dios, el auténtico rey de Israel, pero un Mesías
Rey que reina desde la cruz.
El relato que escuchamos hoy, comienza con el juicio de Jesús ante Pilato. En los
días anteriores a la Pascua, los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando
cómo prender a Jesús y darle muerte. Querían hacerlo en secreto, porque Jesús
contaba con muchos partidarios que podrían alborotarse. Encontraron la ocasión en
la traición de Judas que se ofreció a entregárselo de noche, mientras estaba sólo
con algunos de sus más inmediatos seguidores, sin el agobio de las turbas. Y todos
se dieron cita en la casa del sumo sacerdote. Allí intentaron dar apariencia de
legalidad a una sentencia ya previamente determinada. Pero no había acuerdo
entre los testigos sobre las acusaciones en las que basar su condena. Así que el
Sumo sacerdote se encaró directamente con Jesús preguntándole si era el Mesías.
La respuesta afirmativa de Jesús sonó a blasfemia en los oídos del Sumo sacerdote
y todos lo declararon reo de muerte.
Estaban ansiando que se hiciera de día para redactar y dar validez a la sentencia
antes de presentársela al gobernador romano para su ejecución. A Pilato, que no
pertenecía al pueblo judío, le interesarían poco las cuestiones mesiánicas. Por eso,
en la redacción de la sentencia, destacaron que Jesús se había dicho Rey de los
judíos. Esto podría sonar a revolución frente a la dominación romana. Y Pilato se ve
en la obligación de preguntar a Jesús: ¿Eres tú el Rey de los Judíos? Ante las demás
acusaciones que le hacen los judíos, Jesús calla. En cambio a la pregunta de Pilato
responde: Efectivamente, tú lo dices.
La perspicacia del Procurador, ante el poco peso de las acusaciones, le hizo pensar
que tal vez no era más que una cuestión de envidia. Si Jesús fuera un alborotador
nacionalista, podría ser peligroso, pero entonces tendría que estar apoyado,
siquiera bajo cuerda, por los jefes de los judíos. La prueba será contraponerlo a
Barrabás que ha sido encarcelado por una revuelta nacionalista, con homicidio
incluido. Y el pueblo se declara a favor de Barrabás y pide la crucifixión de Jesús. Y
Pilato, para congraciarse con el pueblo, manda azotar a Jesús y lo entrega a los
soldados para que lo crucifiquen. La brutal rechifla ante el Rey de los Judíos
termina en la crucifixión. En lo alto de la cruz queda escrito el título de la condena:
INRI (Jesús Nazareno Rey de los Judíos).
Ante la cruz elevada al cielo se reproducen las actitudes adversas a Jesús: unos le
recuerdan lo que interpretan como bravatas suyas sobre la destrucción y
reconstrucción del templo; otros, se burlan de su poder salvador, ya que no puede
salvarse ni siquiera a sí mismo; le insultan hasta los malhechores crucificados con
él. Pero de la boca de un pagano, el centurión que mandaba el piquete de
ejecución, brota una alabanza a Jesús: Realmente este hombre era Hijo de Dios. Y
esto lo dijo, anota el evangelista, al ver cómo había expirado. Es la tesis que
intentaba demostrar el evangelio de Marcos desde el inicio del mismo: Comienzo
del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Los creyentes vemos la cruz, no como un patíbulo de muerte, sino una fuente de
vida y de gracia que llega hasta nosotros en los sacramentos de la Iglesia en los
que por la actualización del misterio de la cruz, llega la gracia y la vida de Cristo a
los cristianos. En ella reina Cristo mostrándonos un ejemplo de vida sacrificada y
entregada. Ante la cruz, cantamos la victoria de Cristo y nuestra victoria. Adoramos
la cruz y la llevamos adelante en nuestras dificultades, animados por el Espíritu del
Señor. Descubrimos también la cruz de Cristo en los hombres que sufren hoy en
nuestro mundo. Vemos en ellos a Cristo que pasa cargando la cruz y nos invita a
ser sus cireneos, porque cuanto hicisteis con uno de estos mis hermanos más
pequeños, conmigo lo hicisteis..
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)