Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, Ciclo B.
Segunda Lectura: Fil 2, 6-11: Se rebajo, por eso Dios lo levantó
sobre todo
Este Domingo de Ramos da inicio a la Semana santa en la que viviremos el
misterio pascual: pasión, muerte y resurrección de Cristo. La liturgia de la palabra
apunta hacia el drama de la cruz. San Pablo, en el himno recogido en su carta a los
Filipenses, ofrece un resumen del proceso de humillación y exaltación de Cristo que
se cumple en el triduo pascual.
Hoy vamos a reflexionar ahora sobre la primera parte de ese himno de san
Pablo (cf. vv. 6-8), donde se describe el paradójico “despojarse” del Verbo divino,
que renuncia a su gloria y asume la condición humana. Cristo encarnado y
humillado en la muerte más infame, la de la crucifixión, se propone como modelo
vital para el cristiano. En efecto, todo cristiano debe tener “los mismos sentimientos
de Cristo Jesús2 (v. 5), sentimientos de humildad y donación, desprendimiento y
generosidad.
Cristo, Dios como el padre y el Espíritu Santo, “se despojó”, se rebajó, se
humilló, se vació a sí mismo, sumergiéndose sin reservas en la miserable y débil
condición humana. La forma divina se oculta en Cristo bajo la “forma” humana, es
decir, bajo nuestra realidad marcada por el sufrimiento, la pobreza, el límite y la
muerte (cf. v. 7).
Dios no sólo toma apariencia de hombre, sino que se hace hombre y se
convierte realmente en uno de nosotros, se convierte realmente en “Dios con
nosotros”; no se limita a mirarnos con benignidad desde el trono de su gloria, sino
que se sumerge personalmente en la historia humana, haciéndose “carne”, es decir,
realidad frágil, condicionada por el tiempo y el espacio (cf. Jn 1, 14).
Esta participación radical y verdadera en la condición humana, excluido el
pecado (cf. Hb 4, 15), lleva a Jesús hasta la frontera que es el signo de nuestra
finitud y caducidad, la muerte, y una muerte de cruz, es decir, la más degradante,
pues así quiere ser verdaderamente hermano de todo hombre y de toda mujer,
incluso de los que se ven arrastrados a un fin atroz e ignominioso.
Este himno nos hace la invitación a tener los mismos sentimientos de Jesús.
Tener los mismos sentimientos de Jesús significa no considerar el poder, la riqueza,
el prestigio como los valores supremos de nuestra vida, porque en el fondo no
responden a la sed más profunda de nuestro espíritu, sino abrir nuestro corazón al
Otro, a Jesús, llevar con el Él el peso de nuestra vida y abrirnos al Padre del cielo
con sentido de obediencia y confianza, sabiendo que precisamente obedeciendo al
Padre, decíamos el domingo pasado, seremos libres. Tener los mismos sentimientos
de Jesús ha de ser el ejercicio diario de los cristianos.
Así como Cristo estaba totalmente unido al Padre y le obedecía, así sus
discípulos debemos obedecer a Dios y tener entre nosotros un mismo sentir.
Pidamos a Dios el ánimo y la humildad de avanzar por el camino de la fe, de
alcanzar la riqueza de su misericordia y de tener la mirada fija en Cristo, la Palabra
que hace nuevas todas las cosas, que para nosotros es “Camino, Verdad y Vida” (Jn
14, 6), que es nuestro futuro.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)