Domingo de Resurrección, Ciclo B
Pautas para la homilia
“María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la
losa quitada del sepulcro”
1. Los seres humanos respiramos siempre anhelos de ser más, de llegar más alto.
Nos constituye un deseo de infinitud. Pero nos vemos burlados por nuestras
limitaciones en todos los ámbitos y sobre todo por la muerte que como una losa fría
troncha todos nuestros mejores proyectos. No es fácil esta vida humana, que aspira
siempre a lo sublime y eterno, pero con frecuencia se queda en lo rastrero y caduco
¡Cuántas promesas de amor sepultadas por el egoísmo! ¡ cuántos empeños por la
justicia que terminan en fracaso! ¡cuántos atropellos impunes contra víctimas
inocentes silenciadas para siempre!
2. María Magdalena fue al sepulcro “cuando aún estaba oscuro”; pero “vio la losa
quitada del sepulcro”. En la revelación bíblica la esperanza en la resurrección fue
madurando desde dos vertientes. La exigencia del amor: si Dios mira siempre con
amor a los seres humanos y es dueño de la vida, no los abandonará en la oscuridad
del sepulcro. A la inversa, la muerte no puede terminar con el amor del ser humano
que por ser fiel a Dios y ayudar a los demás ha sido silenciado y privado de la vida
Como dice San Pedro en su discurso de Pentecostés: no podía quedar en las garras
de la muerte aquel hombre cuyo alimento fue hacer la voluntad del Padre, viviendo
y muriendo con amor para que todos tengamos vida. . En la resurrección de Jesús
se da la respuesta deseada que de algún modo barruntamos por seres humanos en
nuestro anhelo infinito de felicidad sin límites. Sequita por fin la losa del sepulcro
sellada por las fuerzas del mal y se abre para todos una puerta de salvación o plena
realización humana que ya nunca se cerrará.
3. Según el evangelio, la resurrección de Jesús es un acontecimiento inédito. No es
lo mismo revivir que resucitar. Cuando el difunto Lázaro vuelve a la vida, sale del
sepulcro “con las manos y los pies vendados y la cara envuelta en un sudario”;
lleva todavía las marcas de la muerte. Pero la resurrección de Jesús es ya la
entrada en la vida plena; “las vendas y el sudario” han quedado en el sepulcro
vacó. Y la resurrección de Jesús es confesión central de la comunidad cristiana. No
es invento de una mujer. Incluso el discípulo amado que intuye y corre más que
Pedro, al llegar al sepulcro no entra; espera que primero el representante oficial de
la comunidad cristiana que confiesa el artículo central de su “credo”. En esa
comunidad, y no fuera de la misma, el discípulo ideal que intuye e incluso corre
más que Pedro, “vio y creyó”.
Fr. Jesús Espeja Pardo O.P.
Convento de Santo Tomás de Aquino "Olivar" (Madrid)
Con permiso de dominicos.org