Viernes Santo
El Siervo sufriente y glorificado de Yahveh.
Introducción:
Estimados hermanos y amigos:
Un año más estamos conmemorando un gran acontecimiento de la vida de
nuestro Señor que, aunque es recordado detalladamente en cada ocasión que
celebramos la Eucaristía, nuestro Señor lo vive en quienes sufren por cualquier
causa todos los días. Desgraciadamente, en el siglo XXI, aún están siendo
cambiados los clavos con que se fijan a Jesús a la cruz, y, aunque los torturadores
del Mesías siguen teniendo la misma condición que quienes asesinaron al Hijo de
María el primer Viernes Santo, no debemos olvidar quién es el que muere
realmente en cada ocasión que fallece alguna persona siendo víctima de alguna
injusticia social.
¿Qué podríamos hacer los cristianos para que se acepten nuestras denuncias
referentes a las injusticias que se cometen en el mundo?
¿Qué podemos hacer para erradicar totalmente la práctica del aborto?
¿Qué podemos hacer para ayudar más y mejor a los pobres?
¿Qué debemos hacer para evitar ayudar a los enemigos de los débiles a asesinar
a sus víctimas?
Quizá estamos contribuyendo al aumento de la pobreza inconscientemente.
¿Cómo podemos hablarle de la cruz a la gente de nuestro tiempo, cuando vivimos
en una sociedad que huye del dolor, e intenta disimularlo cuando no puede
evitarlo?
¿Cómo podemos hablarles de la muerte a quienes intentan evitar el recuerdo de
que nuestra vida será transformada cuando Dios nos llame a vivir en su presencia?
¿Siguen siendo ciertas las palabras de San Pablo referentes a la sabiduría de la
cruz, o podemos decir que las mismas han perdido su sentido, porque el mundo
cada día es más nihilista?
San Pablo escribió:
"En efecto, el mundo con su sabiduría no ha llegado a conocer a Dios a través de
la sabiduría desplegada por Dios en sus obras. Por eso, Dios ha decidido salvar a
los creyentes a través de un mensaje que parece absurdo. Los judíos, sí, piden
milagros y los griegos buscan sabiduría (los creyentes buscamos milagros que
aviven nuestra fe y el mundo quiere creer en Dios a través de los descubrimientos
científicos); nosotros anunciamos a Cristo crucificado. Este Cristo es, para los
judíos, una piedra en que tropiezan (los creyentes podemos tropezar con Cristo si
adaptamos el mensaje bíblico a nuestros intereses personales); y para los griegos,
cosa de locos; mas para los que Dios ha llamado, sean judíos o griegos, es poder y
sabiduría de Dios" (1 COR. 1, 21-24).
Si entendemos bajo la óptica cristiana que la muerte no es el fin de la vida, sino
que representa la transformación de nuestra existencia, y que cuando nacemos
tenemos pocas certidumbres tan seguras como el hecho de que estamos destinados
a morir, cuando queremos saber cómo ha muerto uno de nuestros familiares o
amigos, e incluso el mismo Jesús, queremos conocer detalladamente la vida de esa
persona. Es esta la causa por la que este año quiero meditar con vosotros los
cuatro poemas del Siervo sufriente y glorificado de Yahveh, pues los mismos nos
ayudan a reflexionar sobre los aspectos más importantes de la vida y la obra de
Jesús.
Primer poema del Siervo de Yahveh.
"He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi
alma. He puesto mi espíritu sobre él: dictará ley a las naciones" (IS. 42, 1).
¿Cómo sostuvo Dios a Jesús con el fin de que nuestro señor pudiera cumplir la
difícil misión de redimirnos?
Antes de que el Hijo de Dios se encarnara en las entrañas purísimas de María, el
Verbo divino fue instruido en el cielo, con el fin de que pudiera cumplir su difícil
misión, así pues, el Mesías le dijo a Dios Padre en su oración sacerdotal:
"Yo he manifestado tu gloria aquí, en este mundo, llevando a cabo la obra que
me encomendaste. Ahora, pues, Padre, hónrame en tu presencia con aquella gloria
que ya compartí contigo antes que el mundo existiese" (JN. 17, 4-5).
Jesús aguantó sus sufrimientos con la esperanza de vivir en la presencia de Dios
nuevamente. Es verdad que Jesús oró en la cruz, diciendo: ""¡Dios mío, Dios mío!
¿por qué me has abandonado?" (CF. MT. 23, 46), pero, si nuestro Señor fue un
hombre como nosotros, marcado por su natural debilidad humana, hemos de
admirarnos a causa de la manera en que afrontó el sufrimiento.
Aunque San Juan escribió en el prólogo de su Evangelio con respecto a Jesús: "En
el mundo estaba, y, aunque el mundo fue hecho por él, el mundo no le reconoció"
(JN. 1, 10), existe un hecho que hacía que Jesús se sintiera apoyado por Dios, lo
cuál le ayudó a no desfallecer a la hora de llevar a cabo nuestra redención. El citado
hecho se encuentra en la oración sacerdotal de Jesús: "Haz que (los creyentes)
sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu mensaje (el Evangelio) es la
verdad" (JN. 17, 17).
Yo quisiera que nuestra convicción cristiana fuera tan fuerte como lo era el deseo
de Jesús de aferrarse al cumplimiento de la voluntad de Dios, así pues, cuando
nuestro Señor les dijo a sus Apóstoles que lo iban a desamparar, les dijo las
siguientes palabras:
"Pues mirad, se acerca el momento, mejor dicho, ha llegado ya, en que cada uno
de vosotros se dispersará por su lado y me dejaréis solo. Aunque yo no estoy solo,
porque el Padre está conmigo" (JN. 16, 32).
Jesús tenía plena fe en Dios, así pues, antes de resucitar a Lázaro, Jesús oró, no
para que Dios se manifestara y aumentara su fe, sino para que quienes iban a ser
testigos del milagro que estaba a punto de realizarse, pudieran creer en nuestro
Padre común, por consiguiente, he aquí las palabras del Mesías:
"-Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé muy bien que me
escuchas siempre; si hablo así, es por los que están aquí, para que crean que tú me
has enviado" (CF. JN. 11, 41-42).
¿Cómo sabemos que el alma de Yahveh se complace en su Siervo?
San Lucas recogió en su Evangelio las palabras que nuestro santo Padre dijo en el
monte Tabor cuando Jesús se transfiguró ante sus Apóstoles más aptos para
contemplar aquella escena:
"Este es mi Hijo amado; a él oíd" (LC. 9, 35).
¿Cómo sabemos que Dios puso su espíritu sobre Jesús?
El Profeta se refiere al Espíritu Santo. Sabemos que el Profeta hace mención del
ruah, es decir, el espíritu o aliento vital que el Mesías recibió del Padre y que al
mismo tiempo procede de El porque nuestro Señor es consustancial al Padre, la
fuerza vital que nuestro Señor necesitó como hombre espiritual para habitar en
este mundo. Quienes no seáis trinitarios no penséis que manipulo las Escrituras a
mi conveniencia, porque, con su mera fuerza humana, Jesús no hubiera podido
redimirnos, así pues, por su perfección, nuestro Señor fue mucho más consciente
del mal de la humanidad de lo que lo somos nosotros, lo cuál aumentó su
sufrimiento de una forma indescriptible.
¿Cómo sabemos que Jesús será el Legislador de las naciones?
Jesús no vino al mundo a abolir la Ley de Moisés, sino a darle su verdadero
sentido, así pues, nuestro Señor dijo en su sermón del monte:
"No penséis que yo he venido a anular la ley de Moisés o las enseñanzas de los
profetas. No he venido a anularlas, sino a darles su verdadero significado. Y os
aseguro que, mientras existan el cielo y la tierra, la Ley no perderá punto ni coma
de su valor. Todo se cumplirá cabalmente" (MT. 5, 17-18).
"No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz" (IS. 42, 2).
Jesús no les impuso el Evangelio por la fuerza a sus oyentes. Es cierto que en
algunas ocasiones nuestro Señor discutió con sus enemigos con respecto a la
interpretación de las Escrituras, pero el Mesías, más que salirse con la suya tuviera
o no tuviera razón, deseaba defender a los marginados de la sociedad, a aquellos
que eran considerados por sus enemigos como basura. Esto lo atestigua el
siguiente versículo del poema del Siervo de Yahveh que estamos meditando:
"Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará. Lealmente hará
justicia" (IS. 42, 3).
El Legislador de las naciones, cuando sea plenamente instaurado el Reino de Dios
entre nosotros, no se aprovechará de su alta posición para aplastar a los más
desvalidos del mundo, así pues, el será el Justo por excelencia a los ojos de Dios.
"No desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho, y su
instrucción atenderán las islas" (IS. 42, 4).
Cuando escribí este texto se lo dejé leer a un amigo ateo, el cuál me dijo
irónicamente: Parece que Isaías no previó que el Siervo iba a morir antes de
convertirse en Legislador de las naciones. Yo le respondí a mi amigo que la Biblia
está inspirada por Dios, y por ello no puede contradecirse. Con respecto al
cumplimiento del versículo que estamos considerando, he de deciros que Jesús aún
no es un Rey aceptado por todo el mundo, porque El no quiere coartar el uso de
nuestra libertad, y nuestros corazones aún no se han cristianizado como para dejar
que Cristo sea nuestro Legislador.
"Así dice el Dios Yahveh, el que crea los cielos y los extiende, el que hace firme la
tierra y lo que en ella brota, el que da aliento al pueblo que hay en ella, y espíritu a
los que por ella andan. Yo, Yahveh, te he llamado en justicia, te así de la mano, te
formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes (del mundo),
para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que
viven en tinieblas" (IS. 42, 5-7).
En otro lugar, Isaías escribió la siguiente Profecía, que aclara los versículos
bíblicos que estamos meditando:
"El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido
Yahveh. A anunciar la buena nueva (el Evangelio) a los pobres me ha enviado, a
vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos
la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios
(contra el mal); para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de
ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu
abatido. Se les llamará robles de justicia, plantación de Yahveh para manifestar su
gloria" (IS. 61, 1-3).
Segundo poema del siervo de Yahveh.
Jesús se bautizó, vivió el pasaje de las tentaciones que meditamos el Domingo I
de Cuaresma, e inició su Ministerio público, predicando con gran alegría en los
siguientes términos:
"-El tiempo ha llegado y el reino de Dios ya está cerca. Convertíos y creed en el
mensaje de salvación" (MC. 1, 15).
La ilusión de Jesús no duró mucho tiempo, así pues, al ponerse de parte de los
más desfavorecidos de Palestina, y al querer utilizar la religión para beneficiar a los
creyentes humildes, y no convertir la fe en una carga para ellos, no tardó en tener
una serie de problemas con las autoridades, las cuales acabaron crucificándolo.
Aunque en un principio éste hecho era indiferente para los romanos, los cuales
consideraban al Mesías como carente de facultades mentales, conforme el
Cristianismo se expandía por el Imperio, no tardaron en hacerles la vida imposible a
los creyentes, porque, la vivencia del Evangelio, al ser aceptada, obliga a hacer
cambios en la vida y en la sociedad en muchos aspectos.
El poema del Siervo de Yahveh que vamos a meditar contiene el mismo mensaje
que el poema anterior, pero está adaptado a un Siervo que se sentía cansado de
tener enfrentamientos con sus opositores, y cansado de que quienes decían tener
fe en El no dejaran de incumplir la voluntad de Dios. En el poema que meditaremos
a continuación, veremos cómo el mismo Dios siguió comprometiéndose a sostener
la espiritualidad de su Siervo, lo cuál preparó a Jesús para vivir lo profetizado en los
dos poemas siguientes al que meditaremos a continuación, una Pasión, muerte y
Resurrección, que se preanuncian en el tercer poema del Siervo de Yahveh que
meditaremos posteriormente.
"¡Oídme, islas, atended, pueblos lejanos! Yahveh desde el seno materno me
llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre" (IS. 49, 1).
Jesús oró en la cruz, diciendo:
"Sí, tú del vientre me sacaste, me diste confianza a los pechos de mi madre; a ti
fui entregado (consagrado) cuando salí del seno, desde el vientre de mi madre eres
tú mi Dios" (SAL. 22, 10-11).
"Hizo mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me escondió;
hízome como saeta aguda, en su carcaj me guardó" (IS. 49, 2).
Cuando quienes predicamos denunciamos una injusticia, puede sucedernos que
se nos ignore o que se nos critique, pero no hemos de olvidar que tenemos a
muchos hermanos que viven en países en que son perseguidos porque son
cristianos. Jesús predicaba denunciando las injusticias, y ello hacía peligrar su vida,
así pues, si en cierta forma nuestro Señor se sentía satisfecho al cumplir su deber,
también sentía que El mismo atentaba contra su vida cuando intentaba darles a las
Escrituras su verdadero sentido.
"Me dijo: "Tú eres mi siervo (Israel), en quien me gloriaré" (IS. 49, 3).
Aunque en las Profecías de Isaías Israel es el siervo designado por Dios para ser
la nación modelo en la vivencia de su fe milenaria, no fue en su tiempo difícil para
los cristianos vislumbrar que en ciertas ocasiones esos poemas se refieren al
Mesías, según vemos en los Hechos de los Apóstoles, en el episodio en que el
Diácono Felipe le explica el cuarto poema del siervo de Yahveh a un funcionario
etíope (Vé. HCH. 8, 26-39).
"Pues yo decía: "Por poco me he fatigado, en vano e inútilmente mi vigor he
gastado. ¿De veras que Yahveh se ocupa de mi causa, y mi Dios de mi trabajo?"
(IS. 49, 4).
Jesús dijo antes de entrar en agonía en el huerto de los Olivos:
"Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo" (CF.
MT. 26, 38).
Isaías escribió en el último poema del Siervo de Yahveh con respecto a nuestro
Señor, que Jesús le preguntó a Nuestro Santo Padre:
"¡Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Sobre quién se ha manifestado el brazo de
Jehová?" (IS. 53, 1).
Jesús sabía que para creer en Dios no tenemos que valernos de nuestros
razonamientos humanos, pero, ¿cómo podía demostrarles esta certeza a sus
contemporáneos?
¿Cómo podemos decirles a nuestros conciudadanos que para creer en Dios, más
que preocuparnos por comprender lo que no entendemos de la Biblia, debemos
preocuparnos por aplicar correctamente a nuestra vida lo que hemos aprendido de
la Palabra de Dios inspirada?
Isaías escribió lo siguiente:
"Y dijo (el Señor): Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por
cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus
oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su
corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad (salvación)" (IS. 6, 9-10).
"Ahora, pues, dice Yahveh, el que me plasmó desde el seno materno para siervo
suyo, para hacer que Jacob (el pueblo de Israel, descendiente del Patriarca Jacob)
vuelva a él, y que Israel se le una. Mas yo era glorificado a los ojos de Yahveh, mi
Dios era mi fuerza" (IS. 49, 5).
Jesús perdía la noción del tiempo cuando oraba, así pues, este hecho indica que
nuestro Señor tenía la costumbre de hablar mucho con nuestro Padre común. Jesús
confiaba en Dios hasta el punto de decir que no le importaba lo que El ni otros
pensaran de Sí mismo, sino el testimonio que el mismo Dios daba de El, un hecho
comparable a la creencia de San Pablo, referente a que todo lo estimaba como
basura, con tal de alcanzar a Cristo (Vé. FLP. 3, 8).
"-Si yo me alabara a mí mismo, mi alabanza carecería de valor. pero el que me
alaba es mi Padre; el mismo de quien vosotros decís que es vuestro Dios" (JN. 8,
54).
Es asombrosa la forma que Jesús tenía de identificarse con Dios, así pues, Jesús
les dijo a sus enemigos en una ocasión en que intentaron apedrearle:
"Si no realizo las obras de mi Padre, no me creáis; pero, si las realizo, fiaos de
ellas, aunque no queráis fiaros de mí. De este modo podréis reconocer que el Padre
está en mí, y yo en el Padre" (JN. 10, 37-38).
Dios le dice a su Siervo:
""Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob, y de hacer
volver los preservados de Israel (no salvarás únicamente a los israelitas). Te voy a
poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la
tierra. Así dice Yahveh, el que rescata a Israel, el Santo suyo, a aquel cuya vida es
despreciada, y es abominado de las gentes, al esclavo de los dominadores: Veránlo
reyes y se pondrán en pie, príncipes y se postrarán por respeto a Yahveh, que es
leal, al Santo de Israel, que te ha elegido. Así dice Yahveh: En tiempo favorable te
escucharé (te escucharé cuando te sientas feliz), y en día nefasto (de sufrimientos)
te asistiré. Yo te formé y te he destinado a ser alianza del pueblo, para levantar la
tierra, para repartir las heredades desoladas" (IS. 49, 6-8).
¿Cómo fue Jesús una alianza entre Dios y los creyentes?
Jesús dijo cuando instituyó el Sacramento de la Eucaristía:
"bebed de ella todos (la copa en que Jesús convirtió el vino en su Sangre);
porque esto es mi sangre del nuevo pacto (el Nuevo Testamento), que por muchos
es derramada para remisión de los pecados" (MT. 26, 27-28).
"Para decir a los presos: "Salid", y a los que están en tinieblas: "Mostraos". Por
los caminos pacerán y en todos los calberos tendrán pasto" (IS. 49, 9).
Jesús es el buen Pastor que nos alimenta espiritualmente, y de quien esperamos
que nos conceda la salvación.
Jesús dijo en su exposición de la parábola del Buen Pastor:
"Yo soy el buen pastor. El buen pastor se desvive por las ovejas... Yo soy el buen
pastor. Como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre, así conozco a mis
ovejas y ellas me conocen a mí. Y doy mi vida por mis ovejas... El Padre me ama
porque yo entrego mi vida, aunque la recuperaré de nuevo. Nadie tiene poder para
quitármela; soy yo quien libremente la doy. Tengo poder para darla y para volver a
recuperarla; y esta es la misión que debo cumplir por encargo de mi Padre" (JN.
10, 11. 14-15. 17-18).
"No tendrán hambre ni sed, ni les dará el bochorno ni el sol (cuidaré a los
creyentes de manera que sus dificultades no acaben con su fe), pues el que tiene
piedad de ellos los conducirá, y a manantiales de agua los guiará (les concederá la
salvación y en este mundo les alimentará espiritualmente y les otorgará muchas
dádivas). Convertiré todos mis montes en caminos (en vuestras dificultades
encontraréis la manera de orar para que yo os ayude y así fortalezca vuestra fe), y
mis calzadas serán levantadas (ensalzaré a los humillados de la tierra). Mira: Estos
vienen de lejos, esos otros del norte y del oeste, y aquellos de la tierra de Sinim"
(IS. 49, 10-12).
Dios concluye este poema mostrándole a su Siervo la muchedumbre de quienes
seremos salvos al final de los tiempos, es decir, cuando este mundo sea
transformado y llegue a ser el Reino de Dios.
Tercer poema del Siervo de Yahveh.
"El Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo, para que haga saber al
cansado (al que sufre) una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi
oído, para escuchar como los discípulos; el Señor Yahveh me ha abierto el oído. Y
yo no me resistí, ni me hice atrás" (IS. 50, 4-5).
El Siervo de Yahveh vivió como un discípulo, es decir, no se acogió a ningún
privilegio que lo diferenciara de cualquiera de sus creyentes, así pues, si muchos
cristianos han sacrificado su vida por Jesús y su Evangelio, el Señor fue el primer
mártir de nuestra fe. Jesús oraba muchas veces al amanecer según vemos en los
Evangelios, y, al disponerse a obedecer al Padre con la humildad que ha de
caracterizarnos a sus discípulos, no se resistió a cumplir el designio salvífico de
nuestro Padre común.
"Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi
barba. mi rostro no hurté a los insultos y salivazos. Pues que Yahveh habría de
ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como el pedernal, a
sabiendas de que no quedaría avergonzado. cerca está el que me justifica: ¿Quién
disputará conmigo? Presentémonos juntos: ¿Quién es mi demandante? ¡Que se
llegue a mí! He aquí que el Señor Yahveh me ayuda: ¿Quién me condenará? Pues
todos ellos como un vestido se gastarán, la polilla se los comerá" (IS. 50, 6-9).
Aunque Jesús tuvo que morir para vencer a la muerte desde el interior de la
misma, ello hizo que nuestro Señor, al resucitar de entre los muertos, venciera
simbólicamente a sus enemigos, lo cuál significa que, en cada ocasión que alguien
se convierte al Evangelio, se ha vencido a un nuevo opositor simbólico de Dios que,
en vez de ser condenado, ve que se le abren las puertas del cielo. Muchos cristianos
piensan que los ejecutores de Jesús serán enviados al infierno, que se les privará
del cielo, pero a mí no me extrañaría nada el hecho de que Jesús perdonara a sus
enemigos.
Cuarto poema del Siervo de Yahveh.
"He aquí que prosperará mi siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado
sobremanera" (IS. 52, 13).
¿De qué manera ensalzó Dios a Jesús, y le concedió el hecho de vivir en su
presencia corporalmente, es decir, sin que la fe mediara entre ellos?
San Pablo responde esta pregunta en su Carta a los Filipenses:
"A pesar de su condición divina, Cristo Jesús no quiso hacer de ello ostentación.
Se despojó de su grandeza (divinidad), tomó la condición de siervo y se hizo
semejante a los humanos. Más aún, hombre entre hombres, se rebajó a sí mismo
hasta morir por obediencia y morir en una cruz. Por eso, Dios le exaltó sobre todo
lo que existe y le otorgó el más excelso de los nombres, para que todos los seres,
en el cielo, en la tierra y en los abismos, caigan de rodillas ante el nombre de
Jesús, y todos proclamen que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre" (FLP.
2, 6-11).
¿Cuál es el precio que Jesús tuvo que pagar para redimirnos?
"Así como se asombraron de él muchos -pues tan desfigurado tenía el aspecto
que no parecía hombre, ni su apariencia era humana- otro tanto se admirarán
muchas naciones; ante él cerrarán los reyes la boca, pues lo que nunca se les contó
verán, y lo que nunca oyeron reconocerán" (IS. 52, 14-15).
Jesús tuvo que morir para redimirnos, y Dios lo glorificó por su obediencia. Con
respecto a nuestra aceptación del Mesías, Isaías nos dice que, de la misma manera
que se admiraron los contemporáneos de nuestro Señor al ver cómo quedó
desfigurado el aspecto del Hijo de María, nosotros nos admiramos al ver cómo la
Iglesia ha vivido durante 2000 años a pesar de las dificultades que ha tenido que
afrontar, y nos admiraremos cuando podamos decir llenos de júbilo ante la plena
instauración del Reino de Dios:
""Ahí tenéis a nuestro Dios: esperamos que nos salve; éste es Yahveh en quien
esperábamos; nos regocijamos y nos alegramos por su salvación" (IS. 25, 9).
"¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló?
Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia
ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y
desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante
quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta" (IS. 53, 1-3).
Isaías nos describe el sufrimiento que nuestro Señor soportó durante las horas
que se prolongó su Pasión. Nosotros, al no atender a quienes sufren sus
enfermedades por causa de su pobreza, también marginamos a Jesús, ya que
nuestro Señor sufre en los más débiles de nuestra sociedad. Santiago les pidió a
sus lectores que no marginaran a los pobres, sólo porque no tenían recursos
suficientes como para vestirse adecuadamente para poder acercarse a quienes
tenían un status social alto, en los siguientes términos:
"Hermanos míos, no entre la acepción de personas en la fe que tenéis en nuestro
Señor Jesucristo glorificado. Supongamos que entra en vuestra asamblea un
hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido; y entra también un pobre con
un vestido sucio; y que dirigís vuestra mirada al que lleva el vestido espléndido y le
decís: "Tú, siéntate aquí, en un buen lugar"; y en cambio al pobre le decís: "Tú,
quédate ahí de pie", o: "Siéntate a mis pies". ¿No sería esto hacer distinción entre
vosotros y ser jueces con criterios malos? Escuchad, hermanos míos queridos:
¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y
herederos del Reino que prometió a los que le aman?" (ST. 2, 1-5).
"¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que
soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado" (IS. 53,
4).
Isaías nos dice que, a pesar de que Jesús murió para redimir a la humanidad,
tanto sus contemporáneos como nosotros lo rechazamos, los primeros porque no lo
aceptaron como Hijo de Dios, y nosotros porque no socorremos a los pobres,
enfermos y desamparados de nuestra sociedad. De la misma manera que Jesús nos
redimió con su sufrimiento, quienes sufren por cualquier causa, con sus oraciones,
nos abrirán las puertas del cielo, pues, cuando veamos a nuestros hermanos que
ahora sufren vivir felizmente en el Reino de Dios, tendremos muchas pruebas para
creer en la bondad de nuestro Padre común, gracias a los pobres, enfermos y
desamparados que están sufriendo en nuestros días, a fin de que sepamos
reconocer la instauración completa del Reino de Dios entre nosotros.
"El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó
el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados" (IS. 53,
5).
Jesús soportó el castigo por el que podremos vivir en la presencia de nuestro
Padre común.
San Pablo escribió:
"Sabéis de sobra que, si os ponéis al servicio de alguien y le obedecéis, os
convertís en sus esclavos. Por eso, si es al pecado al que servís, acabaréis en la
muerte; si, por el contrario, obedecéis a Dios, alcanzaréis la salvación. Pero, gracias
a Dios, vosotros, que erais en otro tiempo esclavos del pecado, habéis acogido de
todo corazón la enseñanza que os ha sido transmitida. Libres del pecado, estáis
ahora al servicio del bien. Os estoy poniendo un ejemplo ordinario, adaptado a
vuestra capacidad de comprensión. Así, pues, lo mismo que en otro tiempo os
hicisteis esclavos de la impureza y vivisteis enfangados en el mal, haceos ahora
esclavos del bien, consagrados al servicio de Dios. cuando erais esclavos del
pecado, os considerabais libres con respecto al bien. ¿Y cuál fue el resultado?
vergüenza os da ahora decirlo, porque todo aquello venía a parar en la muerte.
Pero ahora habéis sido liberados del pecado, sois siervos de Dios, estáis
consagrados a él y tenéis por meta la vida eterna. Porque el salario que ofrece el
pecado es la muerte, mientras que Dios ofrece como regalo la vida eterna por
medio de cristo Jesús, Señor nuestro" (ROM. 6, 16-23).
Es necesario que leamos el fragmento de la Carta de San Pablo a los romanos
que estamos considerando brevemente entre líneas, ya que, aunque la Biblia afirma
que somos pecadores porque somos descendientes de Adán, el primer pecador,
nuestros conocimientos filosóficos y psicológicos nos hacen entender que todos los
que se han hecho creyentes no son pecadores imperdonables, y nuestra experiencia
vital nos recuerda constantemente que muchos no creyentes son más merecedores
de alcanzar la santidad que otros tantos cristianos.
"Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh
descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no
abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los
que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca" (IS. 53, 6-7).
Jesús soportó su Pasión en silencio, y, aunque esta parte de la Profecía de Isaías
es muy discutible, porque los crucificados por los romanos gritaban con todas sus
fuerzas en cada ocasión que se les clavaban los brazos o los pies a los maderos en
que morían lentamente y en silencio, algunos tenemos la costumbre de quejarnos
por cosas insignificantes, y, cuando tenemos que afrontar pruebas difíciles,
tenemos la sensación de que no vamos a poder superar dichas circunstancias que
erróneamente creemos adversas, sin recordar que las siguientes palabras de San
Pablo, referidas a la superación de las tentaciones de perder la fe y pecar, pueden
aplicarse a nuestros sufrimientos actuales:
"Hasta ahora, ninguna prueba os ha sobrevenido que no pueda considerarse
humanamente soportable. Por lo demás, Dios es fiel y no permitirá que seáis
puestos a prueba más allá de vuestras fuerzas; al contrario, junto con la prueba os
proporcionará también la manera de superarla con éxito" (1 COR. 10, 13).
"Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se
preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha
sido herido" (IS. 53, 8).
Jesús fue asesinado mientras que sus contemporáneos preparaban la Pascua. Los
sanedritas que odiaban a nuestro Señor hicieron un buen trabajo, por lo cual
muchos de los creyentes no supieron que el Señor había sido crucificado hasta que
transcurrió la fiesta de Pascua, que celebraron en la capital de Judea en nuestro
actual Sábado Santo. Quizá somos muy religiosos, y cuidamos muy bien nuestras
imágenes religiosas, pero no nos damos cuenta de que Jesús muere en nuestros
hermanos carentes de recursos y amor para vivir en este valle de lágrimas.
"Y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que
no hizo atropello ni hubo engaño en su boca" (IS. 53, 9).
Efectivamente, a Jesús se le crucificó entre dos ladrones con el fin de humillar al
Hijo de María, dado que sus enemigos no podían afirmar sin mentir que el Mesías
era malvado. Jesús fue enterrado en el sepulcro del adinerado José de Arimatea.
Con estos dos hechos, se cumplió cabalmente el versículo de Isaías que estamos
considerando.
"Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en
expiación, verá descendencia (muchos creerán en él), alargará sus días (vivirá
eternamente después de su Resurrección), y lo que plazca a Yahveh se cumplirá
por su mano" (IS. 53, 10).
El hecho de que Yahveh quebrantó a su Siervo con dolencias, no significa que
Dios se complació al ver sufrir a su Hijo amado, sino que nuestro Padre común se
sintió orgulloso de ver cómo el Mesías amaba a sus hermanos débiles.
"Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará
mi siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará" (IS. 53, 11).
Jesús vio la luz en su agonía, es decir, completó su adquisición de la experiencia
del dolor humano en su cuerpo y en su alma, de manera que no podemos acusar a
Dios de que nos castiga porque desconoce nuestros padecimientos actuales. San
Pablo explica este hecho en los siguientes términos:
"Pero Hijo y todo como era, aprendió en la escuela del dolor lo que cuesta
obedecer" (HEB. 5, 8).
"Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos,
ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él
llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes" (IS. 53, 12).
San Pablo explica el último versículo del cuarto poema del siervo de Yahveh en
los siguientes términos:
"Grande es, sin lugar a dudas, el misterio de nuestra religión: Cristo vino al
mundo como ser mortal, el Espíritu dio testimonio de él, los ángeles le
contemplaron, fue anunciado a las naciones, en el mundo le creyeron, Dios le
recibió en su gloria" (1 TIM. 3, 16).
Sigamos viviendo intensamente el Triduo pascual, y dispongámonos a recibir, en
la noche del Sábado Santo, con el corazón lleno de alegría, a nuestro Señor
Resucitado en nuestros corazones, y dejémonos guiar por el Mesías, para que el
Señor nos conduzca a la presencia de Dios Padre.