Jueves Santo en la Cena del Señor.
Padre Pedrojosé Ynaraja
Probablemente lo que recordamos y celebramos hoy ocurrió un martes. Os lo digo
no como pura anécdota, sino para que entendáis que la tortura del Maestro no fue
cosa de horas, sino de días y que cuando el dolor, físico o espiritual, os acongoje,
recordéis que el de Jesús fue largo.
Debéis olvidar, como tantas veces os digo las representaciones plásticas que nos
trasmiten los artistas. La habitación que le prestaron al Señor, no estaría preparada
para tanta gente. Era la sala alta, que en las casas tenían preparada para un
huésped que pudira de improviso presentarse. Imaginad, pues, más bien, una mesa
redonda y los comensales un poco apretados. Porque fue la Nueva Pascua, no se
vio constreñida a rituales tradicionales. Más que la fidelidad a un rito, dominaba la
fidelidad a una persona. Que aquel día estaba especialmente reservada,
angustiada, sensible a cualquier estímulo y eso a ellos, sus discípulos, no les dejaba
indiferentes.
Iba a inaugurar la Nueva Pascua, vuelvo a repetiros y a la vez era la última cena
con sus discípulos. Era solemne el momento. Jesús se sentiría especialmente
emocionado por lo que iba a hacer, por lo que iba a ofrecer al Padre. Sí, era
importante, trascendente, pero a costa de su sacrificio. Estaba entre los suyos,
aquellos que le amaban, (Judas era excepción excepcional), aquella amistad,
aquellas enseñanzas (a los apóstoles les impresionó especialmente que les lavara
los pies) aquella sinceridad que ponía en sus palabras, que no llegaban a entender,
les intrigaban ¡mira que decirle al Padre en voz alta, solemnemente, que quería que
los suyos estuvieran unidos, como Él, el Hijo, lo estaba al Padre y que por tanto se
amasen entre ellos como Dios se ama a sí mismo!. Lo del pan y el vino,
seguramente lo entendieron muy poco en aquel momento. El énfasis que puso al
proclamar lo que eran en realidad, lo recordarían siempre y se darían cuenta de la
importancia que tenía, pero no en aquel momento. Os pongo un ejemplo para que
me entendáis. Cuando era pequeño, un día en Burgos, me dijeron que saliera a
mirar al cielo, que había una aurora boreal. La vi y me gustó. Lo que no pensaba es
que aquel espectáculo era único y que si para mí fue cómodo y gratuito el verlo,
ahora mucha gente gasta bastante dinero para acercarse al círculo polar y ver
alguna. La aurora la vi de pequeño y no le di importancia, pero la tenía y de mayor
supe de qué se trataba, muchos de mis compañeros la olvidarían, yo no, y disfruto
recordándola y ¡que me quiten lo bailao! .
A la cena siguieron los himnos y marcharon a pie a Getsemaní. Calculo que
tardarían en llegar unos tres cuartos de hora. Lo que experimentó Jesús allí fue
impresionante. He tenido el privilegio de ser huésped de la comunidad franciscana y
he vuelto muchas veces a pasar un rato a cualquier hora pero me gusta
especialmente hacerlo de noche. A la luz de la luna divisar las murallas, imaginar lo
que sentiría Jesús al ver salir y encaminarse a donde Él estaba al escuadrón que
iban a llevárselo. Tenía tiempo suficiente para escapar. Llegarse a Betania le podía
costar unos tres cuartos de hora. Llegar los guardas al olivar una media hora. Un
hombre que huye por la noche por un bosque es imposible atraparlo. Podía, podía,
¿pero era eso lo que el Padre esperaba que hiciera? Y todo por nosotros. ¿Nos lo
merecíamos? Observarnos y escuchar al Padre, era una lucha interior suprema, una
agonía. El único testigo era la luna que iluminaba su rostro sudoroso, sangrante. La
misma luna de primavera que podemos ver estos días. ¡que nos juzgue ella!
En el desierto el demonio había salido derrotado y ahora acudía a la revancha y le
sacudió a conciencia. Pese a la duda y pese al miedo, se quedó. ¿qué fue lo que le
dio coraje para dejarse coger? ¿fue nuestra indiferencia y correcto
aburguesamiento? Lo que asombra es que se decidiera, lo que nos admira, es que
tuviera fe en nosotros. ¿de nuevo le defraudaremos? Sobra que os insinúe
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Padre Pedrojosé Ynaraja