SEMANA SANTA/SEMANA DE PASION
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR
El día de hoy, Jueves Santo, es una fecha memorable para el cristiano. En un
ambiente lleno de nostalgia por la partida de Jesús, con los suyos, y en el ámbito
de la Cena pascual, inaugura el nuevo banquete con que los suyos van a celebrar
la fe en su misterio de muerte y resurrección, instituye la Eucaristía, el Sacerdocio
y el Servicio fraterno, manifestaciones del amor de Dios para con el hombre.
Comienza el Triduo Pascual, cuyo centro es la redención humana, por medio de la
Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La Eucaristía, es memorial de ese misterio
pascual, hasta que vuelva, al final de los tiempos, Sacramento y Sacrificio del
pueblo cristiano. En la Última Cena de Jesús, hay dos gestos de servicio al prójimo:
el lavado de los pies de Jesús a los apóstoles y la mesa común, en que por primera
vez participaran de su Cuerpo y Sangre. Ambos gestos, son expresión de servicio,
amor y entrega, por parte de Cristo e invitación, para que sus discípulos hagan lo
mismo, pues ambos gestos, Jesús manda repetirlos, en memoria suya (cfr. Mt.
26,19). El comentario a la Palabra de Dios, nos abre la mente, el corazón y la
voluntad para acoger este misterio de amor.
a.- Ex. 12, 1-8.11-14: La cena pascual judía
En la primera lectura, encontramos la narración de cómo celebrar la Pascua del
Señor en el antiguo Israel. Es la fiesta de la liberación de la esclavitud de Egipto. Si
bien hay que celebrarla de prisa, el autor sagrado se da tiempo para detallar, cómo
la familia debe reunirse y conmemorar. La Pascua, es una fiesta muy antigua entre
los hebreos, que tiene un origen pastoril, que consistía en el sacrificio de un
cordero, que se comía asado, con hierbas amargas, silvestres, con panes ázimos.
Se celebraba en plenilunio, sin sacerdote, sólo la familia. Se ungían las puertas de
las casas, con la sangre del cordero, con un sentido propiciatorio. En cambio, la
fiesta de los Ácimos, era propia de los agricultores, que consistía en la ofrenda de
los primeros frutos de las espigas de la cebada, se comía un pan de aflicción,
provisional, esperando la cosecha del trigo, siete semanas más tarde. Fiesta que no
pudieron celebrar en Egipto, hasta legar a la tierra prometida (cfr. Jos. 5, 10-12).
Con el correr del tiempo, ambas fiestas asumieron un nuevo contenido salvífico: la
liberación de la servidumbre en Egipto llevada a cabo por Yahvé por medio de
Moisés. Ambas fiestas mantuvieron sus rasgos propios, pero asumieron el éxodo,
que se convirtió en el motivo central de la celebración. Pascua, vino a significar, el
paso del Señor, que los dejó con vida, al paso del ángel exterminador, que vio la
sangre del cordero en los dinteles de las puertas, y los liberó de la muerte. La
sangre, se pone en relación con la décima plaga y la liberación de los primogénitos
de los hebreos, convirtiéndose todos ellos en propiedad de Yahvé (cfr. Ex.11).
Pascua no es pasado, memorial, sino que se revive al momento de la celebración,
pero además, es promesa y esperanza, de la salvación en su plenitud. En la
historia de Israel, hay dos grandes celebraciones de la Pascua, la primera en
tiempos de la reforma de Josías (cfr. 2Re. 23, 21-23) y luego del regreso del exilio
babilónico, en tiempos de Esdras (cfr. Esd. 6,19-22). La Pascua cristiana, tiene el
mismo sentido liberador, pero con un contenido nuevo: es el paso de la muerte a la
vida de Jesucristo, que triunfa sobre la muerte, el pecado y Satanás, para dar vida
eterna a todos los bautizados.
b.- 1Cor. 11, 23-26: La cena del Señor.
El apóstol Pablo, nos introduce en cómo celebraban las primeras comunidades
cristianas la Eucaristía. Este pasaje en el fondo, es una llamada de atención por la
falta de caridad y unidad, que había en esas reuniones eclesiales. El primer abuso
que se daba, era el comer antes que se reuniese toda la asamblea, no había una
sana distribución de los bienes: los ricos comían lo suyo, sin esperar a los pobres.
Además, éstos comían en exceso, frente a los pobres, que aparecían, como de una
clase necesitada. Pablo los catequiza desde lo que él había aprendido del Señor, en
la comunidad de Antioquía. Su relato, coincide con Lucas, y no con otros dos
Sinópticos. Pablo, recalca la muerte de Jesús como sacrificio cruento: partió el pan,
es decir, “cuerpo que se entrega por vosotros”, tomó la copa, que es la “Nueva
Alianza en mi sangre”. Jesús luego, les ordena que repitan este gesto en “memoria
suya” (vv. 24-25). Es así como la Pascua, deberá ser celebrada de generación en
generación, como memorial suyo, es decir de su paso de la muerte a la vida nueva
de resucitado (cfr. Ex. 12,14). Así como la Pascua judía, recalca la liberación de la
esclavitud de Egipto, la pascua cristiana, es la celebración de la Resurrección de
Cristo, el paso de la muerte a la vida, lo que trae la liberación a la humanidad de la
muerte, el pecado y Satanás que tendrá su culminación, en la vida eterna para
cada cristiano. El bautizado, es incorporado a la muerte de Cristo, pero para
resucitar a una vida nueva. El Sacrifico eucarístico, nos da la vida nueva de
resucitados, vida eterna anticipada, hasta alcanzar la eternidad una vez terminado
el camino de fe en esta vida.
c.- Jn. 13, 1-15: El lavatorio de los pies.
Ha llegado la hora de Jesús, para la que se ha preparado toda su existencia (cfr.
Jn.12, 23-33). Hora de su paso al Padre. Hemos llegado a un segundo estadio del
evangelio de Juan, donde los hechos hablan por sí solos. Jesús les lava los pies a
sus discípulos, una invitación ha hacer lo mismo entre ellos. La vida del cristiano,
es una existencia de servicio al prójimo. Lavado que tiene un sentido de
purificación, que el cristiano recibe en el Bautismo, y lo capacita para participar en
la Eucaristía, ingreso en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo Jesús.
Resistirse a esta purificación, como Pedro, es no poder participar en el pueblo que
ha venido a congregar. Todo el misterio pascual, de la cual, el lavatorio de pies es
símbolo, requiere la fe y el amor de los discípulos. Sin embargo, Judas presente en
este momento, lavado igual que los demás, permanece manchado (vv. 10-11). La
misión de Jesús será congregar este pueblo, comunidad de amor, entre los
hombres de fe, que es posible sólo, si participa del amor de Cristo por cada uno de
sus discípulos. La purificación que presenta Jesús, consistirá en limpiar todo aquello
que se opone a este amor a Dios y al prójimo. Judas, representa precisamente la
autosuficiencia, de quien no necesita de ese amor de Dios que une y purifica.
Purificación, lavado, servicio a los hermanos, así se hace vida la fe y el amor, lo
que ÉL nos enseñó y mando profesar con el prójimo.
El evangelista por primera vez nos señala, por otra parte, que la vida y muerte de
Cristo es un signo de amor a los suyos. Un secreto que se revela ahora, en los
últimos instantes (cfr. Jn. 13, 34; 15, 9. 13; 17,23). Amar a sus discípulos hasta el
extremo, de dar la propia vida por ellos. Entrega necesaria para que venga la
plenitud de esa donación de vida de parte de Cristo, con la venida del Espíritu
Santo. Por los suyos podemos entender los discípulos, pero el apóstol nos hace
pensar en todos los hombres, en forma universal y, no sólo Israel o sólo los
apóstoles (cfr. Jn. 11,52; 10, 3-4. 14; 15, 19; 17, 4. 6). Esta comunidad que
ahora celebra la Pascua, se abrirá a lo universal, como un solo rebaño y con un
solo Pastor (cfr. Jn. 10, 6). A esa realidad apunta la intención de Jesús, amor hasta
el extremo de dar su propio Espíritu a los creyentes (cfr. Jn. 19, 30). Este
comienzo, que habla de este amor desbordante, es la puerta para que esta
realidad del corazón de Cristo se haga presente hasta el final del evangelio, Juan
quiere mostrar un amor que ha cumplido todo cuanto entraña en sí en las palabras
y obras del Maestro.
Un segundo momento, lo marca el lavado de pies, antes de la Cena: Cristo
manifiesta su entrega, su amor a los suyos asumiendo esta actitud de Siervo. Toda
la existencia de Jesús es un inclinarse delante del hombre, para servirlo de diversas
formas. Siervo hasta el final. El apóstol señala, cómo Satanás había puesto en el
corazón de Judas el deseo de entregar a Jesús en manos de sus enemigos. Pero nos
dice también, como el Padre ha puesto todo en manos de su Hijo, que de ÉL ha
venido y, a ÉL vuelve (cfr. Jn. 3, 35; 10, 18. 30. 38). Con este gesto de lavar los
pies a los suyos, Juan presenta al Maestro, en toda su humanidad y divinidad. Se
quita el manto, se pone en actitud de esclavo, se despoja de su señorío y se ciñe
una toalla, para secar los pies de sus discípulos, una vez lavados. Se quiere recalcar
el servicio que presta Jesús a los suyos, ya que por dos veces, se habla de esta
prenda y no señala que se la quitara, con lo cual el Maestro no pierde su condición
de Siervo (vv. 4-5).
Un tercer momento, lo encontramos en el diálogo de Jesús con Pedro, pues éste se
opone a que le lave los pies. Se trata de entender el señorío de Cristo, que éste lo
entiende como servicio, el otro como un honor. Pedro, rechaza la Cruz para su
Señor y así entrar en la gloria (cfr. Mc. 8, 31-33). Este gesto no lo comprende
ahora, le dice Jesús, lo comprenderá más tarde (v.7), luego de la resurrección con
su martirio (cfr. Jn. 13, 12-17). En Juan, la Pascua es tiempo de comprensión de
las Escrituras y del cumplimiento de lo dicho por Jesús (cfr. Jn. 2, 22; 12,16). La
negativa de Pedro, puede terminar en romper relaciones con su Maestro, por ello le
advierte Jesús, aquello de “no tener parte” (v.8), con ÉL, autoexcluirse en tener
parte en su obra y en su gloria. No tener parte con Jesús, era quedar autoexcluido
de la herencia que el Padre había puesto en las manos del Hijo. Luego de esta
seria advertencia, Pedro quiere que le lave, no sólo los pies, sino también la
cabeza, en definitiva, aunque pareciera lo entiende sólo como un baño ritual, quizá
lo llegue a comprender como un acto de humillación de parte de Jesús, pero no
como un gesto de servicio, que abarca toda la existencia de Jesús desde su
Encarnación. Pedro, no comprende que el gesto de Jesús, no es sólo un acto de
humildad, sino que no conoce desigualdad entre los hombres. No hay grandeza
humana, a la que deba renunciar por humildad, sino la única grandeza humana,
consiste en ser como el Padre, donación total y gratuita de Sí mismo en su Hijo.
Jesús declara que todos están limpios, porque han escuchado su Palabra (cfr. Jn.
15, 3), excepto Judas, y su sangre derramada también los purifica (cfr. 1Jn. 1,7).
Todos los discípulos están limpios porque se han adherido al designio de Jesús,
excepto Judas (cfr. Jn. 6, 67-71), unión que integrar la vida personal. El lavatorio
de los pies, es la entrega de Jesús hasta la muerte. Para el discípulo es redención
de su condición pecadora hasta convertirlo en hijo de Dios, para dar paso a la
entrega entre sí de todos los discípulos, haciendo cada uno su proceso de kénosis
es decir, vaciamiento total de sí mismos, como Jesús. Sólo así estarán preparados
para la resurrección. La comprensión del gesto de Jesús, una vez que vuelve a la
mesa, es asumir que el servicio será parte constituyente de la comunidad de los
discípulos entre ellos y con el prójimo, imitando el gesto de del Maestro, que pide
disponibilidad afectiva y efectiva de estar al servicio unos de otros. Acoger a Jesús,
es acoger al Padre que lo envió, que lava los pies de los que creen en su Hijo, es
decir, Dios al servicio del hombre. Adoremos este misterio de la Eucaristía esta
noche, con fe y amor, en vuelo de amor contemplativo, acompañemos a Jesús.
Oremos muy especialmente por la santidad de vida de los presbíteros que
conocemos y compartamos con los más necesitados.