SEMANA SANTA/SEMANA DE PASION
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
VIERBES SANTO DE LA PASION DEL SEÑOR
Viernes Santo está centrado en la Pasión y Muerte de Jesús. Se cumplen los
anuncios que ÉL mismo hizo a sus discípulos, acerca de su muerte violenta. Estaba
en la voluntad divina que la redención del mundo, fuera por medio de la Pasión y
Muerte en cruz. La valía de su Pasión y Muerte nacen del significado que encierran:
la salvación del hombre, a quien Dios tanto ama. Tanto amó Dios al mundo, que le
entregó a su propio Hijo. La agonía de Getsemaní, es preludio del inmenso dolor
que debió asumir. Como hombre que era siente repugnancia natural al dolor y al
sufrimiento; los sufrimientos psíquicos, como la traición de Judas, la negación de
Pedro, la huida de los discípulos, el rechazo de los judíos, el odio de los jefes
religiosos de Israel, se agrega al padecimiento físico. A pesar de todo, acepta la
voluntad del Padre. En el querer del Padre, debemos encontrar la razón de la
obediencia de Cristo. Carga la cruz por fidelidad al Padre y por amor al hombre,
solidaridad con sus hermanos. Es precisamente voluntad del Padre amar al
hombre y rescatarlo del pecado por medio de su Hijo (cfr. Heb. 5, 8).
a.- Is. 52, 13-15; 53,1-12: Fue traspasado por nuestras rebeliones.
El cuarto cántico del Siervo de Yahvé, es la interpretación histórica de Israel como
expiación redentora a favor de la propia comunidad y de todas las naciones de la
tierra. Al anuncio de la glorificación de este Siervo, sigue su estado actual,
desfigurado, casi no parece figura humana, no parecía hombre, esto es lo que los
pueblos comprenderán sin que nadie se los explique, cerrarán la boca (v.15), pues
contemplarán algo totalmente inaudito. ¿Quién dio crédito a nuestra noticia? (v.1).
La pregunta, se dirige a los gentiles de su tiempo pero también a nosotros, porque
a todos llega el kerigma de la salvación, el fruto de las obras hechas con el brazo
poderoso de Yahvé, revelación a la que apuntan todas las profecías. La salvación,
nos viene por los frutos de sus sufrimientos y dolores, la salvación y redención nos
viene del Siervo de Yahvé. Este Siervo primero se nos ha presentado con rasgos de
rey, en el primer canto (cap. 42), de profeta, en el segundo y tercero (cap. 49-50),
para finalmente en el cuarto, (cap. 52-53), aparecer como desprecio de los
hombres, más aún, abandonado por todos, sumergido en el dolor y víctima de las
injusticias, el Siervo sufriente. Los frutos de su dolor son reconocer que sufrió por
nosotros, su sacrificio fue en nuestro lugar y que gracias a él, hemos obtenido la
paz con Dios y somos salvados. El Israel fiel, también identificado con el Siervo,
sufrió la muerte, esclavitud y las tinieblas en su destierro en Babilonia, ciudad que
simboliza el pecado, no sólo de Israel, sino de toda la humanidad. Y será Yahvé
quien resucite a su pueblo, y a este Siervo, le dará una multitud por herencia. Sólo
el regreso a la vida de su Siervo, luego del dolor y la muerte, pudo aplacar la ira
divina y la satisfacción de los pecados de su pueblo y del resto de la humanidad. En
las manos de Yahvé, el Siervo obtiene, lo que ningún sacrificio consiguió, ni siquiera
los de Israel, la vida perenne, mediante la fecundidad, cumpliéndose la promesa
hecha a Abraham. Los evangelistas, inspirados por el Espíritu Santo, vieron en
Jesús de Nazaret el cumplimiento de estos cánticos de Isaías. La vida, pasión,
muerte y resurrección de Jesús son contempladas y cumplidas con estas palabras
proféticas: creemos que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Siervo sufriente, que
expió los pecados de toda la humanidad en la Cruz gloriosa del Calvario. Nuestra fe
la ponemos en un Mesías sufriente, en Jesús Crucificado y Resucitado.
b.- Heb. 4, 14.16; 5,7-9: Se convirtió en causa de salvación.
A la garantía que tenemos: la promesa de la eficacia de la Palabra de Dios, el autor
nos ofrece otra: el Sumo Sacerdocio de Cristo. Este sacerdocio de Cristo, es para
incentivar nuestra perseverancia en la fe. En el trasfondo, tenemos el sacerdocio
levítico y el sacrificio, que una vez al año se ofrecía en el Templo de Jerusalén, con
la sangre de las víctimas, entraba el Sumo sacerdote en el santo de los santos,
para llevar a cabo la expiación de los pecados del todo el pueblo; sacrificio que no
borraba el pecado, ni santificaba a los que lo ofrecían. Ahora, el autor sagrado, nos
presenta a Jesucristo como Sumo Sacerdote que ejerce su función delante de Dios
en los cielos, a favor de todos los hombres. Sin embargo, este Pontífice, no está
alejado de nosotros, como para que no pueda compadecerse de nosotros, conoce la
fragilidad de nuestra naturaleza y las tentaciones, sólo que a diferencia nuestra, no
sucumbió a ellas. El autor de esta carta, nos presenta como ningún otro, la
Humanidad de Cristo, y su debilidad. Durante su existencia, ofreció súplicas y
oraciones y aprendió a obedecer en la escuela del sufrimiento. Es en el Huerto de
Getsemaní donde encontramos este tipo de oración, casi violenta (cfr. Lc. 2, 39-
46); la diferencia entre este pasaje y aquel, es que aquí fue escuchado, ahí no, ya
que asume la muerte, pero sí podemos decir que fue escuchado, porque fue
liberado del sepulcro, para su resurrección. Jesucristo aprendió a obedecer, en la
escuela del dolor, y no en las purificaciones rituales, a pesar de ser Hijo de Dios,
reflejo de la gloria de Dios e impronta de su sustancia (cfr. Hb. 1, 3). Sus
hermanos, también sufren, y por lo mismo, el dolor es el camino para salvarlos, con
lo que aprendió a conocer lo que significa para el hombre, su fidelidad a Dios.
Jesucristo, se hizo semejante a los hombres, menos en el pecado, y en la
desobediencia, precisamente para rescatarlos con su obediencia al Padre eterno.
Esto lo capacitó para ejercer su soberanía, sobre aquellos para quienes es causa de
salvación eterna. El cristiano debe acercarse al trono de la gracia, para encontrar
misericordia y el perdón de sus pecados, la gracia de la fortaleza para mantenerse
en la lucha. Motivo de agradecimiento del cristiano, es la comunión que tiene con
Dios, gracias al Sumo Sacerdocio de Cristo. que ejerce en favor de los creen en ÉL.
Es por Cristo Sacerdote, que tenemos paz con Dios, acceso a la fuente de la gracia
divina y la misericordia que nos renuevan la vida teologal de fe y amor.
c.- Jn. 18, 1-19,42: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Es en la cruz, donde encontramos la muestra más nítida del amor entregado por el
prójimo, dar la vida por aquellos que se ama. Esta realidad esencial a nuestra fe
cristiana, exige una respuesta también esencial, para nuestro existir como hombres
de fe (cfr. 1 Jn. 4, 19). En la Cruz, encontramos la fuente de la vida y de libertad,
signo del amor que Dios nos tiene, manifestado en Jesucristo, el Señor. La fuerza
que se despliega desde la cruz puede transformar el mundo, si nosotros no la
dejamos caer de nuestras manos y seguimos el ejemplo de entrega que Jesús nos
dejó. El redentor pudo salvar al mundo desde fuera, pero prefirió hacerlo desde su
condición humana y en carne de pecado, sin haber conocido el pecado (cfr. 2Cor. 5,
21), desde la humildad, el servicio, el amor al hermano y la obediencia al Padre.
Vino a servir, rechazó el gozo inmediato, aceptó la cruz y la vergüenza de morir
como un malhechor. En la cruz hallamos libertad, por que ahí está Jesús, por lo
tanto abrazarla cada día, es negarse, para ser más libre, para amar a Dios y al
prójimo. Saber sufrir con amor, es signo de sabiduría, y crecimiento interior. La
cruz, fuente de amor y libertad, de vida y madurez, hasta conocer la hondura, de lo
que significa ser hombre y cristiano en su plenitud.
La liturgia de la palabra de hoy, se centra en la Pasión narrada por San Juan. En
este testimonio de historia y de fe encontramos un Jesús dueño de su propio
destino, cuya vida nadie se la quita, sino que Él la entrega voluntariamente (cf. Jn
10,18). Es su glorificación. Casi la entronización de un rey, como veremos más
adelante. Para comprender la Pasión que vamos a escuchar, hay que tener en
cuenta que todo el evangelio de Juan tiene como trasfondo la encarnación (cfr. Jn.
1,14) realidad que expresa su dimensión humana, es decir la carne del hombre
Jesús y su dimensión divina (cfr. Jn. 1, 14ss), o sea, su gloria. Se trata del misterio
de Dios, que se hace visible en la humanidad de Jesús. Lo palpable del misterio de
Dios en Cristo, se convierte en revelación: “El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre” (Jn. 14, 9). Esta es la síntesis de todo el cuarto evangelio. Hay tres ideas
teológicas, transversales en el evangelio de Juan y por supuesto presentes en la
Pasión, sin las cuales no sería posible comprender tal narración: "la Hora" de Jesús,
"la elevación" del Hijo del Hombre y "el Juicio" de este mundo. Toda la vida de
Jesús está orientada hacia su Hora, meta de su camino, donde Dios mostrará toda
su gloria, amor por los hombres en su Hijo (cfr. 2, 4; 12,23; 13,1; 17,1). Muy
unido a la Hora, está el tema de de la elevación en la Crucifixión, desde donde
atraerá a todos hacia ÉL, es el grano que cae en tierra para dar mucho fruto, es
decir, vida nueva, la resurrección (cfr. Jn. 12, 24-32). La idea del Juicio de este
mundo, es una lucha entre la luz y las tinieblas, precisamente la muerte de Jesús,
es el momento medular de ese Juicio (cfr. Jn. 3, 19; 12,31). Jesús, se muestra con
una libertad única para donar la vida y recuperarla, un señorío y majestad para
enfrentar su pasión y muerte. Historia y fe, luz y tinieblas, testimonio nos
introducen en el misterio de nuestra redención.
Podemos dividir la narración (Jn. 18,1-19,42) en cinco grandes bloques: 1. El
enfrentamiento en el jardín (18,1-12); 2. El interrogatorio delante de Anás y la
negación de Pedro (18,13-27); 3. El proceso romano ante Pilato (18,28-19,16a); 4.
Muerte en el Gólgota (19,16b-37); 5. Colocado en la tumba en un jardín (19,38-
42).
1.- Jesús en el jardín (Jn. 18, 1-12)
Todo comienza en un huerto o jardín, y terminará en un jardín (cfr. Jn. 19,41).
Puede que Juan quiera recrear los primeros capítulos del Génesis, con la idea clara
que con la Pasión y Resurrección, comienza una nueva creación (cfr. Gn. 2-3; Jn.
1,1; Jn. 20, 22; Gn. 2,7; Jn. 7, 39). Jesús, sabía lo que le iba a suceder y por ello
se adelanta a la pregunta de Judas (cfr. Jn. 18, 4). La luz y las tinieblas,
representadas por Judas y sus acompañantes, son los que se cierran a la Verdad y
a la Luz. Judas prefiere las tinieblas, y no a Cristo, desde la última cena (cfr. Jn.
3,19; 13, 20; 13,30), camina en las tinieblas (cfr. Jn. 8,12). Jesús permanece de
pie, no pide al Padre que lo libre de esa hora. Jesús y el Padre son uno (cfr. Jn.
10,30). Es el inicio de su hora, comienza su glorificación, bebe la copa del dolor
(cfr. Jn.10, 30; 12,27; 18,11). Ante el “Yo soy” de Cristo, sus enemigos son los que
caen en tierra. Da su vida, porque puede recuperarla; es el buen Pastor que
defiende s sus ovejas, autentica batalla entre la luz y las tinieblas, de ahí su oración
por ellos, sus discípulos. Jesús domina en todo momento la escena protagoniza,
aunque sea estando callado (cfr. 18,5; 10,18; 18,9; 10,28; 17,14-15).
2.- Jesús, ante Anás y la actitud Pedro (Jn. 18, 13-27)
Jesús es el que habla ante Anás de su doctrina y enseñanzas en el templo (cfr. Jn.
18,19-23). Vemos cómo Jesús siempre ha sido causa de interrogantes y juicios que
hacen sobre Él. Pero lo paradojal es que tomar partido o rechazo por Jesús hace un
juicio sobre sí mismo (cfr. Jn. 1,19; 3,18-19; 9,39; 11,49-53). Anás calla (cfr. Jn.
18,23), Jesús ahí se presenta como es, uno que revela lo que ha hecho como
enviado del Padre. La bofetada que recibe su puede entender como el rechazo del
mundo, y también las negaciones de Pedro que está fuera (cfr. Jn.18, 16),
comenzando a padecer su debilidad. El criado de Anás representa al mundo que ha
rechazado la Palabra de Jesús, junto con Pedro, que conoce lo que ha dicho Jesús
(cfr. Jn. 18,21).
3.- Jesús ante Pilato ( Jn. 18, 28-19,16)
Este texto nos presenta dos ambientes: dentro y fuera del pretorio, dentro está
Jesús y Pilato, fuera la turba que pide que le crucifiquen: cuatro veces sale Pilato
del pretorio (Jn. 18, 28-32; 38-40; 19,4-8; 19,13-16) y las escenas vividas dentro
son tres (Jn.18,38-40; 19,1-3; 19,9-12), lo que suma siete. En todo momento
Jesús está tranquilo y en diálogo con Pilato. Fuera en cambio, están los judíos con
una actitud de odio, rechazo y confusión. Pilato pasa de un ambiente a otro. En el
fondo no es a Jesús a quien está juzgando, sino que es él quien está siendo
juzgado. Trata de librar a Jesús, porque sabe que es inocente, pero duda, y cuando
le dicen que no es amigo de César, su puesto político está en peligro, teme
represalias (cfr. Jn. 19,12; 19,8). Jesús se muestra siempre, como dueño de la
situación, porque sabe que tiene el poder, no Pilato y si lo posee lo ha recibido de lo
alto. Jesús es rey y tiene su reino (cfr. Jn. 19,11; 19,36)
4.- Jesús, muere en el Gólgota (Jn. 19,16b-37)
En el camino hacia el Calvario, Jesús carga con la cruz, sólo, aquí no hay un Simón
de Cirene. El letrero sobre la cruz señala la causa de su muerte: se declara, Jesús
rey de los judíos, toda una proclamación. Pilato había presentado a Jesús a su
pueblo como su rey pero ha sido rechazado como tal por los suyos (cfr. Jn.
19,14.16-17). Ahora, es presentado como rey a todo el imperio, representado en
las tres lenguas que se hablaba en el lugar: hebreo, latín y griego. Pilato, sin
saberlo, confirma la realeza de Jesús, lo reconoce como rey (cfr. Jn. 19, 20.22).El
reparto de los vestidos de Jesús, es otro momento importante para el evangelista
Juan, puesto que hace referencia al Salmo 22,19 y nos señala que la túnica era sin
costura (cfr. Jn. 19,23), signo de unidad. Esto se contrapone con el AT., en que los
vestidos simbolizaban la división de la monarquía (cfr. 1Re 11,29-31). En cambio,
aquí la túnica, significa la unión de los que creen, el nuevo pueblo de Dios, en torno
a Jesús, es la nueva comunidad eclesial. De hecho, el evangelista señala que Jesús
morirá, no sólo por la nación, sino para reunir a todos los hijos de Dios, para hacer
la Alianza Nueva y definitiva de Dios y la humanidad. La nueva familia de Jesús,
está ahí al pie de la Cruz: su Madre y el Juan, el discípulo amado, representan a la
naciente Iglesia (cfr. Jn. 19,25-27). María, la Madre, es figura de Sión, de la que da
a luz un pueblo (cf. Is. 66,8-9), el discípulo, es figura del creyente. Al pie de la
cruz, nace la nueva familia de Jesús, ahí están su Madre y sus hermanos (cf. Mc
3,31-35), los que hacen la voluntad del Padre. El discípulo acoge a la Madre de
Jesús, como algo suyo. Al pie de la cruz, nace la Iglesia en Juan.
Sigue la escena con Jesús sediento, le acercan un hisopo, que recuerda a los
israelitas, que pintaron con sangre las puertas, y cuando pasara el ángel
exterminador y siguiera de largo, quedaban libres de la muerte (cfr. Jn. 19, 29; Ex.
12,22). La hora de la sentencia de muerte fue hacia la hora sexta del día de la
Preparación, la hora en que los sacerdotes comenzaban a degollar los corderos en
el Templo, vísperas de la Pascua. Se cumple la Escritura: no le quiebran ningún
hueso, y finalmente, inclina la cabeza y entrega el espíritu, en manos del Padre
(cfr. Jn. 19,14; Ex. 12,10.46; Zac.12, 10; Jn. 19,30). Entregó totalmente la vida,
pero también, el Espíritu, fuente de la vida, el Espíritu de la verdad (cfr. Jn. 16,13).
La cruz, es la sede de la gloria de Jesús. En la cruz Jesús, es glorificado y entrega
el Espíritu, que antes no conocíamos, pero que había anunciado que vendría,
cuando ÉL fuera glorificado en su ascensión al Padre (cfr. Jn 7,39; 16,7-15). La
atención la pone el evangelista, en el cuerpo glorificado de Jesús, nuevo santuario
de Dios (cfr. Jn 2,21). De él brota sangre y agua, por la lanzada del soldado (cfr.
Jn. 19,34). La sangre y el agua, en primer lugar, nos habla de la Encarnación, Jesús
Dios y Hombre verdadero, que pasa de este mundo al Padre (cfr. Jn. 12,23; 13,1).
La Iglesia, ha visto como Jesús glorificado, entrega a la comunidad eclesial: el
bautismo (cfr. Jn 3) y la eucaristía (cfr. Jn 6). Como ya había anunciado Jesús: de
su seno correrían ríos de agua viva (cfr. Jn. 7, 38).
5.- Jesús es sepultado (Jn. 19, 38-42)
Aparecen en esta escena, no sólo José de Arimatea sino que también Nicodemo
(cfr. Jn. 3,1-10; 19, 39). El cuerpo de Jesús, es el nuevo y definitivo santuario
destruido por los hombres y levantado por Dios (cfr. Jn. 2,19-22), tienda del
encuentro entre Dios y los hombres. Templo para adorar a Dios en Espíritu y
verdad (cfr. Jn. 4,24). Es el cuerpo del Señor, un rey, que ahora duerme, descansa.
De ahí el detenerse en detallar los ritos funerarios judíos: las vendas y lienzos,
aromas y ungüentos, mirra y áloe (cfr. Jn. 19,39). Su sepulcro es en una tumba
nueva (Jn. 19,40-41). Nuevamente nos encontramos en un huerto o jardín, como al
comienzo. En este relato de la Pasión de Jesús, somos testigos de cómo camina
hacia su victoria: ha vencido al mundo (cfr. Jn. 16,33). Su gloria y realeza, se ha
manifestado: es la luz de los hombres, luz que brilla en las tinieblas, y éstas no le
vencieron (cfr. Jn. 1,4). Cada creyente, unido a Jesús Resucitado, vence al mundo
con la luz, vida y verdad que proceden de ÉL, y la ha comunicado a todos los
creyentes bautizados para hacerlos hijos de Dios (cfr. Jn. 1,12), partícipes en todo
de su victoria.