Domingo de Resurrección
Segunda Lectura: Col 3,1-4
La fiesta de Pascua es la más importante de todo el año litúrgico. Todas las
lecturas de este domingo nos ayudan a captar toda la trascendencia de esta fiesta
de luz: Cristo resucitado infunde en nuestros corazones el gozo de su triunfo
glorioso, y nos llena de esperanza y de amor. El relato del Evangelio refiere los
eventos de la mañana del domingo de Pascua en donde aparecen los primeros
testimonios de la Resurrección. El pasaje de los Hechos de los apóstoles recoge el
testimonio que san Pedro da a un pagano sobre este gran acontecimiento. Y san
Pablo, con la profundidad de su mirada, además de señalar las consecuencias de la
Resurrección de Cristo para nuestra vida, afirma nuestra condición de resucitados
con Cristo.
“Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde
está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la
tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando
aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con
él” (Col 3,1-4).
El domingo en que celebramos la Resurrección del Señor la 2ª lectura san
Pablo nos revela las consecuencias de la Resurrección de Cristo para nuestra vida y
afirma que también nosotros hemos resucitado con Cristo.
Todos nosotros le pertenecemos a Cristo por el bautismo (2,11-13ª), por él
participamos plenamente del misterio pascual, de modo que un hombre viejo
muere y es resucitado un hombre nuevo “juntamente con Cristo”. De esta realidad
acontecida en el bautismo, la vida del cristiano ya no puede tenerla fija en las cosas
de abajo, sino que tiene que dirigirla resueltamente hacia “arriba” (v.1). Allá está el
nuevo centro donde deben converger los deseos de cada cristiano: Cristo, que
desde su ascensión a los cielos está enaltecido a la derecha de Dios. El que busca a
Cristo allí le encuentra.
Juntamente con este nuevo horizonte que dirige nuestro caminar por esta
tierra y hacia donde debemos elevar nuestra mirada, san Pablo recomienda
encarecidamente a “aspirar” a las cosas de arriba (v.2). De este modo su
exhortación se especifica aún más invitándonos a elevar nuestros juicios,
pensamientos y anhelos al “cielo” (es decir, a nuestro Señor Jesucristo glorificado,
en quien ya se ha renovado toda la creación), no a las cosas terrenas. Pero esto no
quiere decir que el cristiano pueda descuidar sus obligaciones y tareas terrenas (cf.
1Tes 4,11s), mas no debe extraviarse en ellas, como si tuvieran un valor definitivo
y supremo. El cristiano cumple sus obligaciones terrenas dirigiendo sin ruido su
mirada a Cristo, su Señor y su esperanza.
San Pablo nos señala el último fin de la vida del creyente y de la historia:
“Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis
gloriosos con él” (v.4). Cristo se manifestará al fin del mundo. Entonces saldrá de
su retiro celestial y se mostrará como el verdadero Señor del mundo, con miras al
cual todas las cosas fueron creadas (1,16), y en quien están “recapituladas” todas
las cosas de los cielos y de la tierra (Ef 1,10). Aquél será el momento en que
también cesará de ser invisible y oculta la “vida”, de la que Dios nos ha hecho
donación en el bautismo. Esta vida aparecerá gloriosa, y entonces también
abarcará el cuerpo, para reproducir en nosotros “la imagen de su Hijo” (Rom 8,29).
¡Toda nuestra vida del cristiano debe ser Pascua! ¡Lleven a sus familias, a su
trabajo, a sus intereses, lleven al mundo de la escuela, de la profesión y del tiempo
libre, así como al sufrimiento, la serenidad y la paz, la alegría y la confianza que
nacen de la certeza de la resurrección de Cristo! ¡Que María Santísima nos
acompañe y nos conforte en este “testimonio pascual” nuestro!.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)