Domingo Segundo de Pascua B
“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”
El evangelista Juan repite varias veces en las narraciones de la resurrección la
expresin “el primer día de la semana” cuando tuvieron lugar algunas de las
apariciones. Con ello hace referencia al Día del Señor, en el que ya se reunía la
Comunidad Cristiana, y a la semana de la creación. A partir de la resurrección de
Jesús empieza la nueva creación. El grupo de discípulos a los que se manifiesta
Jesús es la “nueva humanidad”, el nuevo pueblo de Dios. El grano de trigo ha caído
ya en la tierra, ha muerto y ya comienza a dar mucho fruto (cfr. Jn 12, 24). San
Pablo afirma: “El que está en Cristo es una criatura nueva, lo viejo ha pasado y ha
aparecido lo nuevo” (2 Cor 5, 17).
La situacin de los discípulos de Jesús era de cerrazn y de miedo: “estaban los
discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”. Ahí se
hace presente Jesús porque con las puertas cerradas no se puede escuchar lo de
fuera. No se abren espacios de encuentro y diálogo con nadie. No es posible captar
la acción del Espíritu en el mundo, y la comunidad se cree ser el único espacio
donde se manifiesta el Espíritu. Jesús se hace presente cambiando esta situación
por una de paz y de alegría: “Paz a vosotros…los discípulos se llenaron de alegría al
ver al Seor”
Lo que el Señor trae a su vuelta de la cruz y de la muerte es la paz definitiva y
perfecta. La paz contraria al poder y a la violencia; es renuncia a toda excusión,
aceptando que puede haber personas de diferente manera de ser y de pensar; que
lleva a compartir proyectos en beneficio de todos. No es sólo ausencia de guerras,
de malos tratos, de rencores y explotaciones, de falta de respeto a los derechos de
hombre. Es la comunión con los hermanos en la justicia, la verdad y el amor.
Jesucristo resucitado nos da la paz porque nos da el Espíritu que nos introduce cada
día, en la comunión con el Padre por medio de la fe, y en la comunión con los
hermanos por medio de la caridad.
Con la paz la alegría: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Seor
resucitado”. Alegría que nace no de una fiesta y halago de los sentidos, sino de la
experiencia profunda de sentirse liberado y querido. Sana y serena expresión de
una profunda paz interior y de la verdad del ideal por el que se vive. En la alegría
hay expresión de profundos sentimientos y vivencias por el gozo de compartir en
actitud constante de servicio a los demás. Es la alegría no la que produce la
posesión de las riquezas, el éxito en los negocios o en el triunfo personal. Es la
alegría del amor que da, que ofrece, que comparte y que sirve. No es producida por
lo bueno que hay afuera sino por el bien que tenemos dentro.
A todo esto se une el don del Espíritu, regalo inestimable del Señor Resucitado:
“Recibid al Espíritu Santo”. El mismo Espíritu de Jesús lo exhala sobre los
discípulos, les otorga su propia misión, y la potestad del perdón Con el perdón es
posible vencer al mundo, porque trastorna la lógica del mundo: “quien la hace la
paga”. El perdn es expresin de un amor que no excluye a nadie, como hizo Jesús
durante su vida, y más, antes de morir perdonando a los que los crucificaban.
El Espíritu y el perdn dos elementos indispensables para el envío: “Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo”. El proyecto de Jesús, su misin, ha de
llegar a toda la humanidad. El Señor Resucitado se prolonga en la Comunidad
Cristiana enriquecida con los dones de la resurrección. El don que reciben de Jesús
se les da desde el principio para que ellos a su vez lo transmitan. Todo esto tiene
que producirse en la fe sustentada por la Comunidad. Tomás no estaba allí, no
crey el testimonio de los demás compaeros: “Hemos visto al Seor”. El quería
pruebas tangibles y razonadas para creer en la Resurreccin: “Si no veo en sus
manos las seal de los clavos…, no lo creo.”
Jesús, a los ocho días, se hace presente de nuevo en medio de los discípulos. Allí
estaba Tomás. Jesús se atiene al deseo de Tomás y le presenta las manos y el
costado con las llagas de la cruz. “No seas incrédulo, sino creyente”. Antes de
palpar las manos y el costado de Jesús Tomás cae rendido haciendo esta máxima
profesin de fe: “¡Seor mío y Dios mío!”. La respuesta de Jesús es una leccin
para la Comunidad: “Dichosos los que crean sin haber visto” La fe no es el
resultado de un esfuerzo personal. Es un don que viene con la efusión del Espíritu y
con la paz Es la capacidad de mirar profundo, de descubrir en los acontecimientos
oscuros de la vida las huellas del Dios que nos acompaña..
En la medida en que metamos nuestros dedos en las llagas abiertas de la
Comunidad, en su dolor, en sus angustias, en sus enfermos y pobres; en la medida
que toquemos ese cuerpo sufriente y lo reconozcamos como nuestro cuerpo, en esa
misma medida descubriremos a Cristo resucitado. Por eso nuestra primera tarea es
dejar entrar al Resucitado a través de tantas barreras como levantamos. Que Jesús
ocupe el centro de nuestra vida, de nuestras iglesias, de nuestros grupos y
comunidades. Que sólo El sea fuente de vida, de alegría, de perdón y de paz. Que
nada ni nadie ocupe su lugar, ni se apropie de su mensaje. Lo que hace falta es que
lo reconozcamos con los ojos de la fe.
Joaquin Obando Carvajal