II SEMANA DE PASCUA
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO, Ciclo B
Lecturas:
a.- Hch. 4,32-35: Todos pensaban y sentían lo mismo.
La primera lectura nos presenta la primitiva comunidad de Jerusalén, lo que era, y
su ideal o meta por alcanzar. En esas coordenadas hay que leer esta primera
lectura. En este segundo sumario el autor nos presenta la eficacia del testimonio
apostólico sobre la resurrección, principio de la nueva creación, desde la que e
justifica la vida de la comunidad cristiana, eficacia que se revela por el poder que
poseen los apóstoles en los hechos prodigiosos que realizan, testimonio valiente de
la gracia divina que los anima. A la luz de esa experiencia se podría decir que una
comunidad cristiana debe ser signo de Cristo resucitado, llena de su Espíritu, en
cada uno de sus miembros. La primera columna que sostiene esta realidad eclesial,
es que sea una comunidad de fe, en la escucha de la palabra de Dios. Fuente de
espiritualidad, trasmitida por los apóstoles, donde en dato fundamental es que
Cristo está vivo. La fe vivida en comunidad, genera hombres y mujeres valientes en
vivir el evangelio, y anunciarlo a los demás. Es la fe, en la escucha de la palabra la
que crea cohesión interna, junto a sus legítimos pastores, crea la comunidad de fe
en Cristo resucitado: vida para ellos y para el mundo entero. Otro rasgo de esta
comunidad es la comunión de bienes, lo que generaba que no hubiera divisiones de
ninguna clase. Esto es lo que significa: “Tenían un solo corazn y una sola alma” (v.
35). Ningún cristiano consideraba suyo los bienes en forma personal, sino todo era
en común, es decir compartir los bienes, según las necesidades de cada uno. Lucas,
más que decirnos cómo se lleva a efecto esto de la posesión común de los bienes,
relata los rasgos originales de la esta comunidad con elementos tomados del AT,
para evitar que hubiera pobres en la comunidad (cfr. Dt. 15,4). Es un ideal al que
hay que tender, pero que la comunidad no se convierte en una organización
benéfica, sino donde se comparta la vida de fe y el amor verdaderos, desde Cristo
Jesús: vivir unidos, saber aceptarse, con todas las virtudes y defectos. Siempre
será amar, lo esencial del cristianismo, lo esencial del evangelio de Jesús, su
mandamiento previo a su muerte en el Calvario. Era el ideal también griego de la
comunidad, en que los amigos tenían todo en común, que Lucas recrea para sus
lectores de habla griega, enseñando que los cristianos también poseen ese ideal.
Pareciera que en esta comunidad no había necesidades, ya que las posesiones, las
vendían, y el dinero lo ponían a disposición de los apóstoles para quien lo
necesitara. Esto último sería una práctica excepcional, todo vivirían de un jornal,
por ello en el Concilio de Jerusalén, se pide una limosna para los obres de Jerusalén
de parte de la comunidad de Antioquía (cfr. Gal.2,10).
b.- 1 Jn. 5,1-6: Nacidos para una esperanza viva.
En este pasaje se resaltan los frutos de la Encarnación que nos introduce en la
familia de Jesucristo, al ser por el bautismo hijos de Dios. Esta nueva identidad nos
capacita para amar a Dios y al prójimo; cumplir los mandamientos se convierte en
prueba de ese amor. El autor sagrado pasa ahora a hablar de la victoria sobre el
mundo por medio de la fe. Victoria supone lucha por vivir la voluntad de Dios en la
propia existencia, expresada precisamente en los mandamientos. La lucha consiste
en mantener el sano equilibrio entre la voluntad de Dios y la del hombre, es decir,
Dios y el espíritu del mundo, realidades autoexcluyentes. La fe, aparece como el
arma de victoria, porque la lucha viene de la vida, en cambio la fe es fuerza que
proviene de Dios. Batalla ganada por el cristiano porque la vida divina que posee es
muy superior a ala que viene del mundo (cfr. Jn. 6, 33). La victoria no proviene del
esfuerzo humano, sino de la fuerza de los que han nacido de Dios, porque
participan de su vida y poder, la fe une con Dios, la unión es causa de victoria. Pero
esta fe se pone en la persona de Jesús, el Hijo de Dios, el Enviado, que posee la
plenitud de la divinidad (cfr. Col.1, 19; 2,9). Jesús es el Cristo, el que vino con
agua y con sangre, el que fue bautizado por Juan el Bautista, murió en la cruz y
derramó su sangre para expiación de los pecados. Esta insistencia en el Jesús
terreno es contra la herejía de los gnósticos. Ese mismo Jesucristo sigue viniendo
por el agua y por la sangre, por el bautismo, que nos hizo cristianos, y el Espíritu
que produjo en nuevo nacimiento; y la sangre que alude a la eucaristía, que
actualiza su presencia en la comunidad eclesial. El que da testimonio de toda nueva
forma de presencia de Jesús, es el Espíritu Santo, garantiza la verdad y la eficacia
salvadora de la fe. Verdades de fe que no son sólo experiencias espirituales, sino
que cimentadas en el hecho histórico del bautismo de Jesús y en su misterio
pascual de muerte en cruz y resurrección. Juan tiene frente a la herejía gnóstica,
como decíamos, que sostenía que el Cristo divino se unió a Jesús en el bautismo y
que en la pasión, sólo sufrió el hombre Jesús, que el Cristo divino no podía padecer,
de ahí la insistencia del apóstol que Jesucristo, vino no sólo con agua, sino con
agua y con sangre. Es el Espíritu Sant de Dios quien es testigo de esta realidad hoy
porque la hace presente en la Iglesia, por medio del bautismo y la eucaristía, igual
cuando fue testigo de estos hechos en la vida de Jesús (cfr. Jn.14,26; 15,26;
16,8.13). El Espíritu sigue dando testimonio de Cristo hoy en la iglesia, luego de la
Ascensión de Jesús a la derecha del Padre
c.- Jn. 20, 19-31: A las ocho días se les apareció Jesús.
El evangelio nos presenta a Jesús en medio de sus discípulos en día de la
resurrección por la tarde, en un ambiente cerrado, como el día de la despedida. Es
quizás la más importante de las apariciones del Resucitado a los Doce; es también
mencionada por Pablo (cfr. 1Cor.15,5). Por dos veces les da la paz: “Se present
Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró
las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo
otra vez: «La paz con vosotros” (vv.19.21); tercera la dará cuando esté presente
Tomás (v. 26). Este es más que un saludo en la mentalidad de Juan evangelista, es
la impronta de su evangelio. Les muestra sus manos y el costado, es decir, que la
resurrección, supone la cruz. Cruz y resurrección, desde ahora deben ir siempre
unidas en el Señor, pero también en sus discípulos. Su presencia, provoca la alegría
de éstos, alegría que ya les había presagiado (cfr. Jn. 16, 20-22). Conocemos
también estas palabras: “Como el Padre me envi así os envío yo” (v. 21), esta
sentencia pertenece al patrimonio del evangelio de Juan, puesto lo hemos
escuchado con frecuencia en las labios de Jesús, sobre todo en los discursos de
despedida (cfr. Jn. 14-16), y que ahora adquieren un sentido nuevo. “Dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
(vv. 22-23). Es la primera experiencia del Espíritu que conoció la Iglesia y que en
los Hechos es el protagonista de la evangelización que llevan a cabo los apóstoles.
El soplo de Jesús sobre los apóstoles, es de vida nueva, es la nueva humanidad
nacida del misterio pascual de Cristo (cfr. Gen.2,7; Ez.37,7-14), una nueva
creación. Pero para que la nazca la vida debe desaparecer la muerte. El don del
Espíritu Santo se comunica como poder contra el pecado; este es el poder que el
Resucitado comunicó a los Doce y a sus sucesores. Poder que perdona o retiene los
pecados, según las disposiciones interiores del pecador, autoridad que viene de
Jesús. Perdonar los pecados y el retenerlos, viene del poder de atar y desatar,
tercer don del Resucitado para su conversión, el primero es la paz y el segundo del
Espíritu Santo. Con ello Jesús Resucitado, constituye a los apóstoles en jueces de la
sociedad, porque han recibido el Espíritu de la Verdad, saber discernir en
comunidad eclesial la realidad que los circunda. La resurrección es una verdad
sobrenatural, no extraña que no todos estén convencidos de ella, algunos dudaron
(cfr. Mt. 21,17). Tomás se convierte en modelo de incredulidad y de fe, exige
pruebas para creer, pero su confesión es quizás una de las más confiadas y
realistas: “Seor mío y Dios mío” (v.28). Esta es la verdadera confesin de fe del
creyente, nosotros la decimos y no exigimos más pruebas, por ellos Jesús nos
declara bienaventurados (v. 29). Todos los signo realizados por Jesús nos deben
llevar a la fe, descubrir en Jesús al Mesías, al Hijo de Dios, estar en ÉL y vivir de
cara al Padre, es ya poseer la vida eterna.
Santa Teresa de Jesús, posee la experiencia de Jesús resucitado, que transformó su
vida en clave mística. “Ahora me acuerdo sobre esto que digo de que no somos
parte, de lo que habéis oído que dice la Esposa en los Cantares, llevóme el rey a la
bodega del vino y metióme, creo que dice. Y no dice que ella se fue; y dice también
que andaba buscando a su Amado por una parte y por otra (Ct 3,2). Esta entiendo
yo es la bodega adonde nos quiere meter el Señor cuando quiere y como quiere;
mas, por diligencias que nosotros hagamos, no podemos entrar. Su Majestad nos
ha de meter y entrar él en el centro de nuestra alma; y, para mostrar sus
maravillas mejor, no quiere que tengamos en ésta más parte de la voluntad que del
todo se le ha rendido, ni que se le abra la puerta de las potencias y sentidos, que
todos están dormidos; sino entrar en el centro del alma sin ninguna, como entró a
sus discípulos, cuando dijo: pax vobis (Jn 20,19), y salió del sepulcro sin levantar la
piedra. Adelante veréis cómo Su Majestad quiere que le goce el alma en su mismo
centro, aún más que aquí mucho en la postrera morada. ¡Oh hijas, qué mucho
veremos si no queremos ver más de nuestra bajeza y miseria, y entender que no
somos dignas de ser siervas de un Señor tan grande, que no podemos alcanzar sus
maravillas! ¡Sea por siempre alabado, amén!” (5M 1,12-13).