Ciclo B. II Domingo de Pascua o Domingo de la Divina Misericordia, Ciclo B.
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
“Ver para creer”, fue lo que contestó el apóstol Tomás cuando sus compañeros le
dijeron que Jesús había resucitado y se les había aparecido. El suceso lo trae el
evangelio de Juan, después de relatar lo que les pasó aquel mediodía del Día de su
Resurrección, y que los llenó de felicidad. Pueden encontrarlo en la primera parte
del relato de Jn 20, 19-31, que les comento más abajo. Y que considero mucho más
importante que la anécdota de la ausencia de Tomás en aquella reunión y aún de la
subsiguiente aparición de Jesús, presente ahora el apóstol, a quien Jesús reprendió
por su incredulidad, pero accedió a mostrarle que era El.
La confesión de fe, que hace Tomás ante Jesús, es conmovedora y la venimos
repitiendo todos los cristianos a la hora de la consagración, cuando el sacerdote
levanta para su adoracin la santa hostia y el cáliz con la sangre de Cristo. “Seor
mío y Dios mío”, proclamamos en alta voz o en nuestro interior. Tomás redimía así
su falta, al mismo tiempo que se reafirmaba como apóstol de Jesús, listo para dar
su vida por Él. (La dio muriendo mártir en la India). Gracias, Tomás, dirá S.
Agustín, porque con tu incredulidad nos has hecho más fácil creer a nosotros. Y
gracias, Tomás, decimos nosotros, porque por tu incredulidad hiciste que Jesús nos
diera una nueva Bienaventuranza, que, pensamos, nos toca muy de cerca y de
lleno: Bienaventurados los que creen sin haber visto…, como nosotros, pensamos
en nuestro interior.
En el primer día de su resurrección, Jesús se apareció a muchos, en lugares y
circunstancias muy diferentes. Le interesaba hacer ver que había resucitado, que
seguía vivo, pero le interesaba aún más hacer ver que su misión y propuestas
continuaban en pie, tan firmes como antes. Era el inicio de un plan de formación y
acción especiales que habría de durar cuarenta días (Hech 1, 1-8), y que para los
apóstoles empezó en su primera aparición. Con dos cosas importantísimas: Un
Pentecostés anticipado y exclusivo para ellos y la institución del sacramento del
perdón. Ambas cosas en un ambiente de paz: shalom, shalom, les repitió el Señor.
Reciban el Espíritu Santo, les dijo uniendo el gesto a las palabras, mientras soplaba
sobre ellos. Y aadi: “a quienes ustedes perdonen les pecados, les quedan
perdonados; a quienes no se los perdonen , les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23).
Les recomiendo aprender de memoria este texto y la cita, que da poder a los
apóstoles y a sus sucesores (obispos y sacerdotes), de perdonar los pecados, y que
fundamenta de un modo tan claro el sacramento del perdón. ¿Por qué he de
confesarme ante un hombre?, dicen algunos. Pues sencillamente porque así lo ha
dispuesto quien otorga el perdón. Ese Señor de la Divina Misericordia, cuya fiesta
celebramos justamente hoy.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)