II Domingo de Pascua, Ciclo B.
Pautas para la homilia
"Vosotros sois testigos de esto"
Los relatos de las apariciones.
La experiencia que los primeros discípulos tuvieron de la Resurrección fue una
experiencia única, sin precedentes, muy difícil de explicar, por tanto. En el NT
encontramos diversas maneras de expresar dicha experiencia: himnos poéticos
(como el del capítulo 2 de Filipenses), testimonios concisos (como el de 1 Cor 15,
donde no se dan detalles) y relatos de apariciones (como el que nos presenta el
Evangelio de hoy). La narración de la aparición de Jesús resucitado que leemos hoy
en el evangelio de Lucas es muy semejante a la que escuchamos el domingo
pasado, entonces en el evangelio de Juan (Jn 20, 19-31), y juntos constituyen los
relatos evangélicos que de este tipo escucharemos los domingos de este tiempo de
Pascua.
Los relatos de las apariciones no son relatos mitológicos, como han sostenido
aquellos escépticos que pretenden restar credibilidad a la Resurrección. Son relatos
acerca de una experiencia religiosa o mística, una experiencia de Dios, que tuvieron
unos hombres y unas mujeres concretos. Sitúan, por tanto, dicha experiencia en un
espacio y un tiempo determinado. No nos hablan de un tiempo indeterminado u
originario, como hacen los mitos, ni cuentan gesta heroica alguna.
Además, encierran una gran riqueza descriptiva. Hay que tener en cuenta que
Jesús, una vez que ha resucitado, vive la misma vida de Dios, y por lo tanto su
modo de hacerse presente es el modo de hacerse presente Dios. Los relatos de
apariciones transmiten de manera excepcional el contenido de una experiencia que
está más allá de toda experiencia común, por eso la tradición oral los conservó y
fueron recogidos por los evangelistas. No podemos quedarnos en la literalidad de la
narración.
La Resurrección de Jesús: núcleo de la fe cristiana.
La fe en la Resurrección de Jesús es lo que diferencia a un cristiano de un simple
admirador de Jesús. Pocos personajes de la Historia son tan admirados y
respetados como lo es Jesús de Nazaret, hombre bueno que quería cambiar el
mundo, crítico con los poderosos y defensor de los débiles, que vivió con la única
máxima del amor al prójimo y que fue injustamente ejecutado. Este perfil de Jesús
es patrimonio de toda la Humanidad. Pero nosotros no somos meros admiradores
de Jesús, somos cristianos porque creemos que aquel hombre fue el abrazo pleno y
definitivo de Dios a la Humanidad para llevarnos junto a Él para siempre. Vivió
como un hombre cualquiera (Flp 2,7) pero entregado como ningún otro a una
pasión: el Reino de Dios. Nada le hizo renunciar a su entrega, ni tan siquiera el que
pudiera costarle la vida. Se puso en manos de Dios Padre confiado en que Él sabría
enderezar lo que parecía completamente perdido, y así fue: “matasteis al autor de
la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos sus testigos”
proclama Pedro en la lectura del libro de los Hechos de hoy.
Por la Resurrección se nos ha dado a conocer esta verdad: la del infinito amor de
Dios. Sin ella no podríamos pasar de simples admiradores de Jesús y tendríamos
que seguir buscando. La Resurrección es la clave de bóveda de toda nuestra fe.
Creer en la Resurrección de Jesús es creer en su palabra.
“Dios cumpli de esta manera lo que había dicho por los profetas” dice Pedro, “todo
lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que
cumplirse” explica el propio Jesús al aparecerse a sus discípulos. La Resurreccin es
el último capítulo de una historia necesario para que todas las piezas encajen. No
podemos separar la historia de la salvación, que es la historia del pueblo de Israel,
del acontecimiento de la Resurrección. No se puede entender correctamente la una
sin la otra. Pero tampoco podemos separar la propia historia de Jesús de su
Resurreccin: “Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona”.
Si nos quedamos sólo con el Jesús histórico , tendremos un líder espiritual, un
hombre admirable, un modelo ético. Si nos quedamos sólo con una
proclamación desnuda de que un hombre llamado Jesús ha resucitado, dicho
acontecimiento no tendrá relevancia más allá de la que tiene para el propio Jesús.
La cuestión, en cambio, es que el mismo que fue entregado, rechazado y asesinado
por predicar lo que predicó y actuar como actuó, ese mismo es a quien Dios ha
resucitado. Dios ha sellado con la Resurrección la legitimidad de Jesús y de su
mensaje. La Resurrección es a la vez el testimonio definitivo de la verdad de Jesús
y lo que da sentido pleno a su vida y su mensaje.
Sabemos que lo conocemos porque “guardamos sus mandamientos”, seala la
primera de Juan. Creer en la Resurrección de Jesús no es creer simplemente que un
hombre que ha muerto ha resucitado, es creer la verdad que dicho acontecimiento
implica: el testimonio de su vida y de su palabra.
La fe en la Resurrección no consiste, por tanto, en creer la literalidad de un relato.
No es dejar que nuestro entendimiento ceda ante algo inexplicable para encontrar
consuelo. No es la aceptación pasiva de un determinado acontecimiento. La fe en la
Resurrección es orientar toda nuestra existencia desde la vida y la palabra de
Jesús. Es una creencia que compromete toda nuestra vida haciendo que ya no
vuelva a ser la misma. Es compartir la misma pasión que Jesús: el Reino de Dios.
La experiencia de la Resurrección.
Así lo expresa con genialidad el relato de Lucas que escuchamos hoy. La
Resurrección del Maestro irrumpe inesperadamente en sus vidas y las transforma,
aunque no sin ciertas dudas y resistencias. Ante una experiencia de Dios de tal
envergadura, los sentimientos que se originan resultan incluso contradictorios:
miedo por la sorpresa, alegría desconcertante, asombro, albergan dudas… Además,
hay que tener en cuenta que Dios nunca actúa en nuestras vidas por imposición,
sino que nos pide siempre nuestra aceptación confiada.
El relato resalta mucho la dificultad que tuvieron los discípulos para comprender lo
que estaba sucediendo: ¿será una alucinación producida por sus mentes?, ¿estarán
viendo un fantasma?, ¿verdaderamente es Jesús, el Maestro al que siguieron? Pero,
con la misma honestidad con la que los discípulos reconocen sus dificultades para
comprender, confiesan la convicción definitiva de que es real aquello que
experimentan: Jesús tiene las señales de la cruz y come lo mismo que ellos
(recordando, también, este gesto las comidas que había compartido con ellos).
La experiencia de la Resurrección, además, les hace sentirse llenos de paz. No se
sienten juzgados, sino perdonados. Y en el perdón, que nos hace renacer a la vida
nueva, insisten especialmente las lecturas de hoy: Pedro invita al arrepentimiento,
la primera de Juan señala el perdón que ha ganado para nosotros Cristo y en el
evangelio Jesús resucitado envía a predicar la conversión y el perdón de los
pecados.
Por último, señala el relato algo que ya hemos comentado: la Resurrección les hace
comprender las Escrituras.
Nuestra fe en la Resurrección es la misma que la de los discípulos directos de Jesús,
aunque se apoya en experiencias diferentes. Ellos conocieron a Jesús en persona,
creyeron en su palabra y le siguieron, por eso tuvieron una experiencia de la
Resurrección que podríamos calificar de directa. Nosotros, en cambio, conocemos a
Jesús a través del testimonio de aquellos discípulos directos, por mediación suya
podemos llegar a creer en su palabra y a seguirle y a tener experiencia de la
Resurrección en nuestras vidas. Y, tanto aquellos discípulos directos, testigos
privilegiados de la Resurrección, como nosotros recibimos la fe como un don de
Dios. Don, nunca imposición, como ya hemos señalado.
En este sentido, el relato de Lucas señala algo que no debe pasarnos desapercibido:
es mientras los discípulos de Emaús están dando testimonio de su encuentro con
Jesús resucitado cuando Jesús vuelve a hacerse presente.
D.
Ignacio
Antón
O.P.
Fraternidad de Atocha (Madrid)
Con permiso de dominicos.org