EL TERCER DOMINGO DE LA PASCUA B
(Hechos 3.13-15.17-19; I Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48
La Pascua celebra la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte. Tal vez
nos fijemos más en la segunda porque la muerte surge como una montaña
en el horizonte que cada uno de nosotros tiene que cruzar. Sin embargo,
es el pecado que afrontamos diariamente que nos desgasta más. Este es
el tema que concierne el autor de la segunda lectura hoy.
Llamamos el texto “la Primera Carta de San Juan”. Pero ello no muestra
las características asociadas con la mayoría de las otras cartas en el Nuevo
Testamento. No hay ningún saludo en el principio ni una conclusión con
recuerdos e instrucciones. Por eso, se cree que fue escrito para explicar el
Evangelio según San Juan a la comunidad a la cual fue originalmente
dirigido. A lo mejor dos facciones se han levantado. Un grupo tiene la idea
que no importa lo que haga el cristiano mientras cree en Jesús. Piensa que
la persona pueda acceder a la vida eterna simplemente por ser contado
entre la membrecía de los salvados. Entretanto el autor del documento – a
veces llamado el “presbítero Juan” – escribe al otro grupo subrayando la
necesidad de practicar el amor de Jesús.
En el pasaje Juan menciona la posibilidad del pecado. Diríamos, “la
probabilidad del pecado” con todas las seducciones que nos afligen. Desde
la avaricia de tener la mitad de las cosas que vende Target hasta la
pornografía del Internet estamos tentados a traicionar nuestro
compromiso a Cristo. Pero el presbítero nos asegura que se puede contar
con Jesús para remediar cualquiera falta que tengamos. Pues, él está con
Dios Padre como nuestro abogado pidiéndole la misericordia.
Pero no sólo pide por otros sino también por los demás. El autor nos
recuerda que Jesús murió por todos los humanos. A veces olvidamos que
personas de diferentes razas, lenguas, clases sociales, y orientaciones
sexuales conocen a Cristo tanto como nosotros. De veras, por su
experiencia a través de los siglos, la Iglesia no mira ni siquiera a los ateos
como necesariamente privados de la gracia del Espíritu Santo. La cuestión
siempre es si o no la persona sigue su conciencia con corazón sincero.
El presbítero indica una prueba para determinar si o no tenemos una
conciencia pura. Dice que conocemos a Dios si cumplimos sus
mandamientos. De hecho, resalta la enseñanza por reformularla en el
modo negativo: “Quien dice: ‘Yo lo conozco’, pero no cumple sus
mandamientos, es un mentiroso…” ¿De cuáles mandamientos está
refiriéndose? ¿Tal vez los Diez Mandamientos o los dos mandamientos
considerados los mayores en los evangelios de Mateo, Marcos, y Lucas?
Para el Evangelio según San Juan se guardan todos estos mandamientos
cuando se cumple el mandamiento de Jesús: “Que se aman unos a otros
como yo les amado”. Este amor va más allá que la buena voluntad y se
muestra en hechos. Es el servicio que Jesús rinde a sus discípulos cuando
lava sus pies. Vemos este amor en las catequistas preparen sus clases con
cuidado y las entregan con entusiasmo. También atestiguan este amor en
los testigos de la vida que rezan enfrente de las clínicas del aborto.
Posiblemente nos preguntamos que sucede con el amor para Dios si nos
preocupamos tanto por otras personas humanas. Parece que el presbítero
tiene en cuenta nuestra inquietud cuando dice: “…el amor de Dios ha
llegado en su plenitud” a la persona que cumple los mandamientos. Eso
es, en su parecer cuando la persona ama a los demás es el amor para
Dios que le mueve.
Se cuenta del gran rabí llamado Hilel que una vez se le acercó un hombre
pidiendo que le enseñe toda la Ley mientras él se para en un pie. El rabí lo
hizo diciendo: “Lo que es despreciable a ti, no lo hagas al otro. Eso es todo
la Ley; lo que queda es sólo comentario”. Es un modo de poner en lo
negativo lo que Jesús nos enseña en el evangelio. De hecho, se puede
resumir los mandamientos de Jesús con igual brevedad como el
mandamiento del rabí Hilel. “Que se aman unos a otros como yo les
amado”. Que nosotros atestigüemos este amor diariamente. Que
atestigüemos este amor.
Padre Carmelo Mele, O.P.