Ciclo B. III Domingo de Pascua, Ciclo B.
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El Evangelio de hoy corresponde a la reacción que suscitó en los dos amigos de
Emaús la aparición del Señor. De inmediato van a contarles a los discípulos el gozo
que significó en ellos haber visto al Señor. No se conformaban con vivir
personalmente esta experiencia de fe sino que tenían que anunciarla también al
resto de las personas para que así se comenzara la comunidad.
Gracias a estos encuentros con Jesús resucitado es cómo los apóstoles van
entrando en la plenitud del mensaje pascual. El Señor les va descubriendo el
sentido profundo de las Escrituras y los envía como testigos a predicar la
conversión y el perdón de los pecados para todos los hombres.
Para reconocerlo, el Señor, en primer lugar, les libera del miedo que les paraliza y
no les permite fiarse de lo que ven. Así nos sucede también a nosotros cuando,
atemorizados por ciertas situaciones que nos sobrepasan o dimensionamos en
exceso, no somos capaces de vivir con alegría y la esperanza se marchita. El miedo
cuando es un síntoma de alerta puede otorgarnos la precaución necesaria para
actuar correctamente pero cuando es obsesivo nos paraliza y nos impide realizarnos
como personas. Por eso el Señor no es un fantasma que se presenta de forma
furtiva sino un encuentro desde la fe que nos lleva a comprometernos, desde
nuestra conciencia y actitudes personales, con los demás, con el mundo y con la
vida. Creer es vivir toda nuestra vida con espíritu pascual, como una resurrección
permanente a un nuevo nacimiento a la vida de Dios. Toda experiencia con Cristo
resucitado supone una fase de descubrirlo en los propios acontecimientos de la
vida; un reconocimiento de su presencia desde el amor que nos infunde y una
misión de compromiso por irradiarlo en el mundo en que nos desenvolvemos. Para
los discípulos “reencontrarse” con el Señor implicaba un esfuerzo de conversión
para vivir con alegría todo el compromiso que se derivaba desde la adhesión a su
vida y obra. Sólo así la Pascua renovaba permanentemente sus vidas para superar
todo aquello que empañara el gozo de sentirse tutelado por el manto del amor del
Señor.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)