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Cuando Dios no es un fantasma
3ª Domingo de Pascua (Lc 24,35-48)
22 de abril de 2012
Se pintan los fantasmas con sábana blanca. Es como revestir la misma nada, a
la que por ponerle algo se le echa encima una sábana. El Resucitado se presenta en
medio de aquel grupo con el saludo pascual: Paz a vosotros. Era una paz concreta y
adecuada, justo la que necesitaban aquellos hombres tan “llenos de miedo por la
sorpresa que creían ver a un fantasma”. Todo el relato es un alegato de realismo: la
Resurreccin no fue algo pacíficamente creído y adquirido por los discípulos, por lo
que Jesús tendrá que convencerles de tantas maneras de que no era un fantasma, y
que, al que vieron agonizar y morir colgado en una cruz, aquél mismo, estaba ahora
delante de ellos. Parece como si Jesús estuviera respondiendo a las dudas y
objeciones contra la Resurreccin de tantas personas a través de los siglos. Era
mucho lo que estaba en juego para su mensaje y su misin. No era una cuestin de
deshacer sustos o satisfacer curiosidades, sino que la Resurreccin evidenciaba que
la muerte, como último enemigo del hombre, no tenía ya la palabra postrera, no era
ya la mordaza fatal de la vida.
Es verdad que quedaban las seales de unas manos y unos pies marcados
por un proceso de injusticia y sedicin, por besos traicioneros y lágrimas cobardes,
por el abandono más cruel de los humanos y el abandono misterioso del mismísimo
Padre Dios. Al final de aquella primera semana santa de la historia, cuando Jesús,
solo y abandonado, entregue su vida por aquellos que la machacaban de mil
modos, cuando confíe su suerte en las manos paternales de Aquel que le envi,
cuando inclinando la cabeza fenezca, y cuando sus discípulos se dispersen
asustados, o se escapen fugitivos, o se encierren llenos de pavor... al final, digo, todo
no ha terminado. Quedan las seales de la muerte, de todas las muertes, pero
narradas por el eterno Viviente, por el resucitado para siempre.
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo
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Esto es lo que Jesús trata de explicarles con su aparicin resucitada: no es el
final sino el comienzo, porque empieza el tiempo nuevo, la hora de la Iglesia. Por
eso Jerusalén era punto de llegada y de partida. Ahora nos toca a nosotros
prolongar aquello que entonces comenz. Quizás también nosotros tengamos
seales de muerte, esas marcas que deja siempre el egoísmo, el rencor y la envidia,
la indiferencia y la tristeza, las acciones del mal y las omisiones del bien. Pero Cristo
ha resucitado en nosotros y podemos mostrar todas esas seales como Él mostr
las suyas: la muerte ha sido vencida y el mal no tiene la última palabra. De esto
somos testigos.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo