III Domingo de Pascua, Ciclo B
Hch3,13-15.17-19; Sal.4; 1Jn.2,1-5; Lc.24,35-48
Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y como le habían
conocido al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó
en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros". Sobresaltados y asustados,
creían ver un espíritu. Pero el les dijo: "¿Por qué os turbáis? ¿Por qué se suscitan
dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y
ved, porque un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo". Y,
diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como no acababan de creérselo a
causa de la alegría y estaban asombrados, les dijo: "¿Tenéis aquí algo de comer?".
Ellos le ofrecieron un trozo de pescado. Lo tomo y comió delante de ellos. Después
les dijo: "Estas son aquellas palabras mías que os dije cuando todavía estaba con
vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés,
en los Profetas y en los Salmos acerca de mi." Y, entonces, abrió sus inteligencias
para que comprendieran las Escrituras y les dijo: "Así está escrito: que el Cristo
debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día y que se predicaría en
su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones,
empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas.
En la presente semana del tiempo Pascual es necesario ayudarnos a que resuene en
nuestro corazón esta frase del Pregón Pascual: oh feliz culpa que mereció tan
grande redentor, oh feliz culpa. San Pedro en los Hechos de los Apóstoles dice:
habéis pecado por ignorancia, sabemos que la naturaleza humana ha quedado
debilitada, herida por el pecado, y que hay una tendencia a excluir a Dios de la
vida, es así que la Pascua es el tiempo de gozo y alegría porque es Dios que se ha
abajado al hombre, se ha revelado al hombre, Dios que sale a nuestro encuentro,
como el padre del hijo pródigo, Dios no abandona la obra de sus manos, y por eso
aunque el hombre no acepte que es un pecador Dios igual nos ha dado a Cristo
como el don más grande de su amor, para que nosotros los hombres en el
momento en que se quiebran nuestros planes y proyectos, que nos hacen descubrir
que no somos dioses ni seres puros, nos encontremos con las entrañas de Dios que
nos salva y hace de nosotros un ser nuevo.
En el evangelio de este III Domingo de Pascua es importante comprender porque
Lucas pone a los discípulos en camino, esto expresa la vida del hombre, porque
nuestra vida está siempre en movimiento, aunque sea solamente para hacer el mal,
pero está en movimiento. En medio de este caminar de nuestra vida, en medio de
este desierto, aunque muchas veces tenga una apariencia paradisíaca o de un
desierto cruel, la presencia del Resucitado, la manifestación del Resucitado, nos
lleva a entrar en la realidad de nuestra existencia, porque sólo desde allí podemos
empezar a saborear y experimentar que en la gracia de Dios, en el encuentro de
Aquel que ha dado la vida por nosotros cuando ha subido a la cruz y dado su vida
por nosotros, comenzamos a vivir una vida plena y verdadera.
La frase de Cristo: la paz esté con vosotros, es el anuncio de la Buena Noticia
que introduce a los discípulos a la vivencia del Resucitado, los introduce a la Pascua
del Resucitado, porque sólo en la paz de Cristo se puede entender que esta paz es
redentora, porque no solo hemos sido reconciliados con el Padre, sino que en el
misterio de Cristo, que es su pasión, muerte y resurrección, Dios nos ha restaurado
nuestra condición primigenia que es ser imagen y semejanza del mismo y único
Padre del cielo. Esta Paz que Cristo anuncia a sus apóstoles, y que hoy la Iglesia
nos anuncia cada vez que celebramos la Santa Eucaristía, es el Shalom que los
judíos proféticamente se deseaban alcanzar y vivir en el Dios del Sinaí, porque uno
de los aspectos de este Shalom de los judíos significaba: “que participes del
cumplimiento de las promesas del Mesías”. Por eso que la Paz en la vida cristiana,
que lamentablemente hoy parece un simple saludo, es la primera bendición que
Dios nos otorga como fruto del misterio pascual de Cristo, por eso como respuesta
a esta bendición de Dios estamos llamados a ser el pueblo de la bendición.
De esta manera, se entiende porque Lucas al final del evangelio hace toda una
exposición de la pasión de Cristo y de toda la historia de la salvación, que a través
de Abraham hasta los profetas, Dios realiza como preparación de la venida de su
Mesías. Debemos tener en cuenta que en la medida en que abramos nuestro
corazón a la escucha de la palabra no veremos la historia de la salvación solamente
como una historia que Cristo ha llevado a cumplimiento, sino como la historia que
Cristo ha cumplido para que nuestra vida toda sea el cumplimiento de las promesas
de Dios en Cristo. Porque Cristo es la Palabra de Dios, y en Él se encarnan todas las
promesas y la historia de amor que Dios ha realizado para todo aquel que acepte a
su Hijo. El Papa Benedicto XVI pone de manifiesto la centralidad de la Palabra que
es Cristo mismo, así nos dice: Jesucristo, nacido de María Virgen, es realmente
el Verbo de Dios que se hizo consustancial a nosotros. Así pues, la expresión
«Palabra de Dios» se refiere aquí a la persona de Jesucristo, Hijo eterno del Padre,
hecho hombre. (Verbum Domini, 7).
Estimado hermano, que los acontecimientos de la vida a los cuales podamos ser
sujetos, no perturben nuestro corazón, esto quiere decir que no nos lleven a dudar
del amor de Dios, porque si el corazón se turba es porque el acontecimiento que
estamos viviendo nos cuestiona: si Dios es, o no es Dios?, o si ¿es verdad el
anuncio del amor de Dios en Cristo?, por eso el mismo Cristo dice a los discípulos:
que no se inquiete vuestro corazón, creed en Dios, creed en mi. El Papa
Benedicto XVI nos dice: También hoy podemos entrar en diálogo con Jesús
escuchando su palabra. También hoy, él parte el pan para nosotros y se entrega a
sí mismo como nuestro pan. Así, el encuentro con Cristo resucitado, que es posible
también hoy, nos da una fe más profunda y auténtica, templada, por decirlo así,
por el fuego del acontecimiento pascual; una fe sólida, porque no se alimenta de
ideas humanas, sino de la palabra de Dios y de su presencia real en la Eucaristía
(Benedicto XVI, Ángelus III Domingo de Pascua, 2008).
Que el Señor nos dé la Gracia para que en medio de nuestra flaqueza o tantas
veces ignorancia de nuestra vida con respecto a la fe, nos ayude a que nuestro
corazón no se endurezca y nos conceda el don de tener un corazón abierto que
acoja los signos que Dios nos dé en nuestra vida, que en el caminar de nuestra vida
cotidiana no se endurezca el corazón, sino que más aún nos fortalezca y nos
confirme en el Espíritu de Cristo Resucitado y nos lleve a nosotros a ser
anunciadores de esta verdad que nos salva y que salva a todo aquel que la acoge.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
poscarbalcazar@diocesisdelcallao.org