III SEMANA DE PASCUA
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO
Lecturas:
a.- Hch. 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó.
La primera lectura es lógica consecuencia del milagro realizado por Pedro y Juan
en la vida de un tullido que en el Nombre de Jesús, es sanado, lo que da pie al
apóstol para exponer el kerigma cristiano. El prodigio realizado por Pedro causó la
admiración de todos, confirmó la santidad de estos instrumentos por Dios, pero
será Pedro quien descubra la clave de interpretación: hay un nuevo poder entre
ellos que salva al hombre de su situación de postración. Esta nueva realidad no
rompe con la tradición de los padres, la fe de Israel. El mismo Dios de Abraham, de
Isaac, y Jacob, obra ahora por medio de Jesús, cumple las promesas del AT. Pedro
trata de explicar el Nombre de Jesús, lo que significa contar con su poder salvífico,
que Dios ha hecho aparecer en medio de los hombres y para ellos. La curación del
paralítico, es el paso de la muerte a la vida. Es el Nombre de Jesús, su poder
salvífico, es el que mejoró al tullido; es el contacto por medio de los apóstoles, que
tuvo el enfermo con Jesús resucitado. Jesús, rechazado y muerto, así y todo, Dios
lo ha glorificado legítimamente: su pasión era necesaria en la economía del plan de
Dios, anunciado por los profetas. De ahí, que ahora a Israel, no le cabe otra actitud,
que la conversión, para que regresando Israel a Dios, se cumplan las promesas que
hizo en el pasado a su pueblo. ÉL prometió un profeta semejante a Moisés,
desconocer su voluntad sería nefasto (cfr. Dt. 18,15). Las promesas hechas por
Yahvé, se han cumplido en Jesús, y es a Israel como pueblo de Dios le es ofrecida
en primer lugar la salvación, la gracia de la conversión y del arrepentimiento de los
pecados. Israel es convocado a volver a Dios, ahí en el corazón del pueblo
escogido, en el templo de Jerusalén. A Jesús lo define como autor de la vida (v.15),
originador de la vida, ahora bien, si es el autor, también es el guía, conductor,
caudillo, jefe, líder pionero que nos precede: Jesús nos introduce en la vida. Y esto
de introducir en la vida lo puede hacer porque ha vencido a la muerte, resurrección,
posee la vida en plenitud. Pedro también insiste en la fe en el Nombre de Jesús por
el cual se realizó e milagro. A ese Nombre y poder corresponde la fe del enfermo o
de quien invoca al Señor; sin ella el milagro no existe, con ella se está destacando
la importancia de la fe para el ser integral del hombre: alma y cuerpo. Se destaca
la culpa de Israel, mitigada por la ignorancia de los partícipes en la muerte de
Cristo. Si se habla de culpa, se habla de la penitencia y conversión, motivo de la
predicación desde Moisés hasta los profetas hasta el presente, de modo tal que el
judío que no considere a Cristo, en el juicio final, no será juzgado como tal (cfr.
Hch. 3, 22-26). Ellos son los primeros destinatarios de las promesas hechas a
Abraham, ahora cumplidas en Cristo
b.- 1Jn. 2,1-5: ÉL es víctima de propiciación por nuestros pecados.
Todo el capítulo dos de la Carta está dedicado a caminar en la luz de Dios y el
apóstol presenta las condiciones o pasos para conseguirlo; romper con el pecado;
guardar los mandamientos; guardarse del mundo y finalmente, guardarse de los
anticristos (cfr. 1 Jn.1,5-10- 2,1-28). Esta lectura nos introduce en la primera
parte. El autor sagrado no se mete en grandes especulaciones sobre la naturaleza
de Dios sino en las implicancias morales que la presencia de Dios implica en la vida
del cristiano: luz y tinieblas, bueno y malo, verdad y mentira, todas realidades
incompatibles en el mismo sujeto. La unión con Dios, esencia de la vida cristiana,
exige ser consciente de lo que ello implica, quien se mueve en las tinieblas, es un
mentiroso respecto a Dios. Juan pone su mirada en los gnósticos, que hablaban
mucho del conocimiento de Dios y de la unión, pero sin implicancias morales para
sus vidas que esta unión conlleva en sí. ¿Cómo hablar con Dios sin romper con el
pecado? Esta postura gnóstica, es también condenable en el cristiano. Eso significa
andar en tinieblas. En cambio, hacer la verdad u obrar con la verdad es vivir según
la voluntad de Dios manifestada en Cristo (cfr. Jn.3, 21). Vivir en las tinieblas, se
opone a caminar en la luz, en cambio, andar en la luz supone vivir en comunión con
Dios y con los hermanos. Solo el pecado rompe esta comunión. ¿Cómo hacer para
seguir en la luz y el pecado no rompa esta comunión? La seguridad la tenemos,
además de la amarga experiencia del pecado, en la sangre de Cristo (cfr. 1Jn. 2,2;
4,10). Se trata de la expiación por sangre, aplicado también a la muerte de Cristo
(cfr. Is. 53; Jn.1,29; Ap.7,14). El hombre tiene más bien la experiencia de la
impotencia frente al pecado, la liberación del pecado les es regalada, ofrecida por el
Padre en su Hijo. Vivir en comunión con Dios, en la luz, no nos hace invulnerables
al pecado, el cristiano peca y tiene conciencia de ello. Es necesario confesar los
propios pecados, es la actitud que Dios exige para derramar su gracia sobre el
cristiano. Así se demuestra que Dios es fiel y justo a su alianza que hace a la
sangre derramada por su Hijo a favor del pecador. La comunidad eclesial está
hecha de pecadores, que cree que sus pecados no son un obstáculo permanente
para acercarse a Dios. Quien dice no tener pecados, es un mentiroso ante Dios,
pero lo peor es que hace mentiroso a Dios. Todos lo hombres son pecadores, y Dios
reparó en Cristo (cfr. Rom.3, 20, Gál. 3,22.24). La realidad del pecado, es sólo
superable por la acción de Dios en Cristo, por ello desde esa acción, nace la lucha
contra el pecado, Jesucristo sigue siendo el único intercesor y defensor ante el
Padre. Cristo sigue siendo el único medio de expiación por los pecados cometidos.
c.- Lc. 24, 35-48: Así está escrito: que el Mesías debía padecer y resucitar
al tercer día.
El evangelio nos presenta la segunda aparición del Resucitado a sus discípulos, la
primera es a los discípulos de Emaús (vv.13-35), y que inaugura con un saludo de
paz (v.37). Esta presencia repentina del Resucitado, causa algo de miedo, porque
este nuevo modo de ser de Jesús resucitado, está más allá de la compresión
humana (v.37). Este pasaje de Lucas, se podría denominar el de las pruebas de la
resurrección. Creen que es un espíritu, las apariciones del Resucitado no son
producto de la imaginación, fantasía o visiones internas. Pareciera que estas
apariciones fueran en contra de todas la historia de la salvación del antiguo Israel o
revelación bíblica. El evangelista, recurre a la Tradición de la Iglesia: “Así está
escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día y que se
predicaría en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las
naciones, empezando desde Jerusalén” (v.46-47). El resucitado, les abre el
entendimiento para que comprendieran las Escrituras (v.45). Se necesitaba esta
gracia de comprender en profundidad las Escrituras, comprender que toda la
historia de Israel culmina en el acontecimiento de la Pascua de de Jesús, el Mesías,
el Cristo, el Ungido; comprender que desde la fe de Abraham, Moisés y la Ley,
David y su reino, la palabra de los profetas, alianzas y destierro, esperanza y
rechazo de parte de Israel, todo encuadra en la experiencia de Dios de un pueblo
encaminado hacia Cristo, todo lo que el hombre ha buscado, experimentado entra
en este cauda de gracia abierto por Cristo para alcanzar con ÉL resucitado su
sentido más profundo, más humano, divino. Como Lucas escribe para griegos que
dudaban de la resurrección, insiste en la realidad física del cuerpo de Jesús, por ello
insiste en que es el mismo Jesús que vivió entre ellos, sus pies y manos, dan
testimonio de su cuerpo, llevan las marcas de los clavos de la crucifixión (cfr. Jn.
20, 25. 27). Su cuerpo glorioso tiene carne y huesos, es más, para probarles, que
está vivo, les pide algo de comer, le trajeron algo de pescado asado y comió (v.
42). Al miedo, le siguió la alegría (v.41). Pero, ¿no será que el ansia y las
esperanzas que habían puesto en ÉL, les hace verlo vivo? La fe de los cristianos se
fundamenta en la Resurrección de Cristo, y aquí se encuentra la prueba de que
está vivo y tiene un cuerpo, pues comió delante de todos ellos. La primitiva
predicación apostólica, habló de las comidas que tuvo el Resucitado, con sus
discípulos (cfr. Hch. 10,40ss); como cuerpo resucitado, no tiene necesidad de
alimento, pero asume también, las condiciones de quien está vivo y sujeto, a estas
necesidades humanas (cfr. Lc. 24,26; 1 Cor.15, 35-49). La pascua de Jesús, posee
otro elemento fundamental: la misión de los apóstoles, de la naciente Iglesia,
predicar la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos (v.47). Ahí
donde se predica el evangelio y los hombres reciben el perdón de los pecados y los
corazones se convierten al Señor Jesús, es donde mejor se comprueba el triunfo de
Jesús sobre la muerte. Si la resurrección se predica sin este fin de la conversión y
perdón de los pecados, puede quedar como un dato una información de carácter
mítico; sólo donde se predica la Palabra, se perdona los pecados y se produce la
continua conversión, la Iglesia se hace testigo confiable de la resurrección de
Cristo. Lucas, confirma el triunfo personal de Jesús sobre la muerte, no sólo con
las apariciones del resucitado que recibió de la Tradición de la Iglesia, sino que
añade el dato de la corporalidad pascual del cuerpo de Cristo y su encuentro con
los discípulos, por ello deja que lo palpen y come con ellos (vv.39- 44). Queda la
reflexión, que palpar a Jesús para nosotros consistirá en admitir la realidad física
de la pascua de Jesús, principio de la nueva realidad, comienzo de la verdadera
historia de los hombres. Es en la resurrección de Jesús, donde se funda la historia
nueva de la humanidad de los redimidos y salvados. La fe en el corazón, que
encendió la predicación y el perdón de los pecados, nos capacita para reconocerlo,
está a la derecha del Padre, pero viene a nosotros, a confirmar su Resurrección,
con su Palabra y Eucaristía; su nuevo modo de vida con el Padre, al cual nos
invita vivir desde ahora por ser bautizados, fruto de su entrega en el Calvario y de
su Resurrección.