Comentario al evangelio del Sábado 28 de Abril del 2012
Termina una semana en que todos los días hemos visto a Jesús dialogando y discutiendo con los
judíos. Todo a propósito de la multiplicación de los panes. A propósito del hambre. A propósito del
salto de nivel que les pone Jesús por delante cuando les invita a comer del pan que es el mismo, a
comer su carne y su sangre, a compartir su vida hasta el final. A hacer del pan que nos alimenta
físicamente pan de fraternidad, pan que construya el reino y la justicia y el amor. Pan de Dios que da la
Vida. La semana se ha ido haciendo entre declaraciones solemnes de Jesús y la dificultad de los que le
escuchan para entender la novedad del mensaje.
Pasa que todos estaban –estamos– preocupados por buscar el pan para mí, para los míos. Pasa que
construimos fronteras para separar a los míos de los otros. Pasa que vemos a los otros como
competidores, como enemigos. Y vienen los ejércitos y los derechos sobre los otros y la violencia y la
muerte. Pasa que todos estamos envueltos por el miedo como si fuera una capa que no nos podemos
quitar de encima y que nos impide ver la realidad tal como es.
Jesús nos invita a salir de ese laberinto, a abrir los ojos y descubrir al otro como hermano. A
compartir el pan y la vida. Y descubrir, con sorpresa y gozo, que, cuando se comparte el pan y la vida,
el pan y la vida se multiplican, llegan para todos, se construye la fraternidad, el reino de Dios se hace
patente. Todos formamos una sola familia.
Pero se hace inevitable dar el paso. Salir del caparazón del miedo que pensamos que nos protege y
que en realidad no hace más que ahogarnos, para tender la mano al otro y hacer eucaristía de la vida y
vida de la eucaristía.
Los judíos no lo entendían. Los discípulos de Jesús tampoco lo tuvieron fácil. El modo de hablar de
Jesús era duro. Les asustaba. Se sentían inseguros frente a su arriesgada propuesta: basar la vida en el
amor y no en el odio ni la desconfianza. Por eso, muchos, asustados, lo dejaron. Sólo algunos fueron
capaces de captar que en las palabras de Jesús estaba la vida, la verdadera vida, la vida en plenitud. Y
optaron por seguirle.
Fernando Torres Pérez cmf