TERCER DOMINGO DE PASCUA. CICLO B.
( Lc. 24, 35-48)
Cuando los discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde
estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado por el
camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les
dijo: «La paz esté con vosotros». Ellos, desconcertados y llenos de temor,
creían ver un fantasma. Pero él les dijo: «No temáis; soy Yo. ¿Por qué os
asustáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y
mis pies. Soy yo en persona. Tocadme y convenceos: un fantasma no tiene
ni carne ni huesos, como veis que tengo yo». Y les mostró las manos y los
pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían
atónitos, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?» Le ofrecieron un trozo de
pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.
Después les dijo: «Lo que ha sucedido es aquello de que os hablaba yo
cuando aún estaba con vosotros: que tenía que cumplirse todo lo que
estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y los salmos».
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras,
y les dijo: «Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de
resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había
de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad
de volverse a Dios y el perdón de los pecados. Vosotros sois testigos de
esto».
CUENTO: APRENDER A VER
Un muchacho vivía solo con su padre; ambos tenían una relación
extraordinaria y muy especial. El joven pertenecía al equipo de fútbol
americano de su colegio. Usualmente no tenía la oportunidad de jugar,
bueno casi nunca, sin embargo su padre permanecía siempre en las gradas
haciéndole compañía.
El joven era el más bajo en estatura de su clase. A pesar de eso, cuando
comenzó la secundaria insistió en participar en el equipo de fútbol del
colegio. Su padre le daba orientación y le explicaba claramente que él no
tenía que jugar fútbol si no lo deseaba en realidad... pero él amaba el
fútbol, no faltaba a una práctica, ni a un juego. Estaba decidido a dar lo
mejor de sí, ¡se sentía felizmente comprometido! Durante su vida en
secundaria, lo recordaron como "El calentador de banco", debido a que
siempre permanecía sentado. Su padre lo animaba con su espíritu de
aliento y el mejor apoyo que su hijo alguno podía esperar.
Cuando comenzó la Universidad, intentó entrar al equipo de fútbol; todos
estaban seguros que no lo lograría, pero a todos venció, entrando al equipo.
El entrenador le dio la noticia, admitiendo que lo había aceptado además
por la manera como él demostraba entregar su corazón y su alma en cada
una de sus prácticas y al mismo tiempo le daba a los demás miembros del
equipo el entusiasmo perfecto. La noticia llenó por completo su corazón,
corrió al teléfono más cercano y llamó a su padre, quien compartió con él la
emoción. Le enviaba en todas la temporadas todas las entradas para que
asistiera a los juegos de la universidad.
El joven atleta era muy persistente, nunca faltó a una práctica ni a un juego
durante los cuatro años de la universidad, sin embargo, nunca tuvo la
oportunidad de participar activamente en algún juego. Era el final de la
temporada y justo unos minutos antes que comenzara el primer juego de
las eliminatorias, el entrenador le entregó un telegrama. El joven lo tomó y
luego de leerlo lo guardó en silencio, tragó muy fuerte y temblando le dijo
al entrenador: "Mi padre murió esta mañana. ¿No hay problema de que
falte al juego de hoy?". El entrenador le abrazó y le dijo: "Toma el resto de
la semana libre, hijo, y no se te ocurra venir el sábado". Llego el sábado y
el juego no estaba muy bien. En el tercer cuarto cuando el equipo tenía 10
puntos de desventaja, el joven entró al vestuario, calladamente se colocó el
uniforme y corrió hacia donde estaba el entrenador y su equipo, quienes
estaban impresionados de ver a su luchador compañero de regreso.
"Entrenador, por favor, permítame jugar... yo tengo que jugar hoy", imploró
el joven. El entrenador pretendía no escucharle. De ninguna manera él
podía permitir que su peor jugador entrara en el cierre de las eliminatorias,
pero el joven insistió tanto, que finalmente el entrenador sintiendo lástima
lo aceptó: "Bien, hijo, puedes entrar. El campo es todo tuyo”. Minutos
después el entrenador, el equipo y el público, no podían creer lo que
estaban viendo. El pequeño desconocido, que nunca había participado en un
juego, estaba haciendo todo perfectamente bien. Nadie podía detenerlo en
el campo, corría fácilmente como toda una estrella. Su equipo comenzó a
ganar, hasta empatar el juego. En los últimos segundos de cierre, el
muchacho interceptó un pase y corrió todo el campo hasta ganar por un
punto al equipo rival.
La gente que estaba en las gradas gritaba emocionadas y su equipo lo
levantó en hombros por todo el campo. Finalmente cuando todo terminó, el
entrenador notó que el joven estaba sentado calladamente y solo en una
esquina. Se acercó y le dijo: "Muchacho, no puedo creerlo, !estuviste
fantástico!... Dime: ¿cómo lo lograste?" El joven miró al entrenador y le
dijo: "Usted sabe que mi padre murió... pero, ¿sabía que mi padre era
ciego?" El joven hizo una pausa y trató de sonreír. "Mi padre asistía a todos
mis juegos, tenía total fe en mis posibilidades, sin él yo nunca lo hubiera
seguido intentando, pero hoy sería la primera vez que él podría verme
jugar...y yo quise demostrarle que podía ser el mejor jugador del mundo".
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Tercer Domingo de Pascua. Continúan las apariciones, las dudas de los
discípulos, el miedo, la confusión, la sorpresa. Una prueba más de que los
amigos de Jesús no se esperaban la resurrección. Porque la resurrección de
Cristo es obra de Dios, no demostración de los hombres; es don de Dios, no
conquista racional o científica humana. Si intentamos catalogar la
resurrección de Cristo en parámetros empíricos, nunca llegaremos a
entenderla. Es una nueva realidad, algo radicalmente diferente, nunca
vivido por un ser humano. Y para acceder a esa realidad se nos pide creer,
confiar, tener fe. El Evangelio es una continua llamada a no tener miedo, el
miedo no es cristiano, es humano. Cristo nos tranquiliza y nos llama a
convencernos de que la fe, la resurrección no son producto de una
alucinación que nos hace ver fantasmas. La fe es real, un acceso distinto a
la realidad que nos permite llegar adonde no llegan nuestros sentidos,
nuestra razón. Por eso Jesús insiste: no soy un fantasma, soy real, con una
realidad diferente a la científica, pero real. Por eso los invita a comer con él,
porque es en el compartir donde Jesús se manifiesta, especialmente en ese
compartir maravilloso que es la Eucaristía.
Vivimos tiempos difíciles para la fe. La mentalidad actual es cada vez más
científica y menos crédula, sólo acepta lo controlable y cuantificable con la
razón humana. Lo demás lo reduce a meras supersticiones. Como creyentes
también a veces nos entran dudas, como a los discípulos, y nos
preguntamos si en verdad es real lo que creemos, o un invento de nuestra
mente o de nuestra necesidad de aferrarnos a algo ante la crudeza de la
vida y de la muerte.
Pero por otro lado, nuestra fe nos dice que Cristo está vivo, que lo
sentimos, que lo vivimos, que nos da fuerzas, que es Alguien Personal que
alienta y anima nuestra fe y nuestro amor. ¿Quién puede negarnos esto?
Hoy tenemos que fortalecer nuestra fe en una relación con Cristo que
transforme nuestra vida. Y para ello no podemos vivir la fe de forma
aislada. El resucitado se aparece a personas, pero siempre las convoca a la
comunidad. Es la Iglesia la que anuncia el Evangelio. Somos comunidad que
vive, comparte y contagia la alegría de la fe en la resurrección.
Y sobre todo es nuestro testimonio de amor el que convencerá de que esa
Resurrección de Cristo no es una invención, es una realidad que nos hace
amar y entregarnos a los demás. Esa fe y ese amor del padre del cuento de
hoy que hace que su hijo logre saltar las barreras físicas que le impedían
demostrar sus capacidades para el fútbol y alcanzar el éxito, porque hay
una mirada nueva que no está ya limitada y que es Fuerza que nos anima a
seguir luchando y amando.
Es normal que muchos ya no crean en la resurrección cuando ven a los
cristianos con tan poca alegría y con tan poco entusiasmo, y sobre todo
cuando nos ven llenos de palabras bonitas, pero nuestros actos demuestra
todo lo contrario a lo que predicamos.
Hoy el Evangelio es Invitación a resucitar con Cristo, invitación a amar de
verdad, invitación a confiar, invitación a vivir la vida y la fe con más alegría,
con más esperanza, con más solidaridad, invitación a ir a la comunidad y
compartir lo que Dios ha hecho con nosotros, la alegría que hemos
encontrado en su Amor.
Empecemos por resucitar nosotros y el mundo creerá que Jesús ha
resucitado. Y sólo se notará que hemos resucitado cuando amemos de
verdad como Cristo nos amó. ¡FELIZ Y RESUCITADA SEMANA A TODOS!.