Es el diablo predicador que dice, has lo que te digo y no lo que yo hago
Domingo 4º. Pascua 012 B
La Pascua siempre cada año nos trae un domingo muy sugerente, el del Buen
Pastor, inspirados siempre en el capítulo décimo de San Juan. Estoy seguro que
ninguno de mis lectores es pastor, y quizá muchos de ellos nunca han tenido
ningún cordero en sus manos, de manera que nunca llegarían a comprender la
estrecha relación que se establece entre las ovejas y el pastor que siendo auténtico,
llegaría incluso hasta dar la vida por salvar la de sus ovejas. Sin embargo la figura
sigue siendo sugerente en cualquier época y en cualquier lugar del mundo. Cristo
da tres señales para conocer a un buen pastor de otro que no lo sea. En primer
lugar Cristo dice que el buen pastor de la vida por sus ovejas, y no por otra cosa
sino movido por el amor que en Cristo nos habla del grande, grandísimo amor del
Padre que nos confió a su Hijo Único aunque sabía calaña que hemos sido los
hombres. Pero mayor amor no podemos pensar en otro que el del Padre que nos
envía a su Hijo Jesucristo para inaugurar el camino y la búsqueda del hombre al
cuál se acerca para salvarnos. A veces pensamos que nuestra fe es una búsqueda
de Cristo y de las cosas del cielo, pero tiene que ser al revés si hemos de creerle a
Cristo que viene como salvador de todas las gentes.
Esta es la segunda señal de Cristo Jesús que encomienda la salvación de todos los
hombres precisamente a esta Iglesia fundada por él y le confía la salvación a
hombres, normalmente presbíteros y religiosos que “se convierten en imágenes
visibles –aunque siempre imperfectas y es la motivación de la respuesta a la
llamada de especial consagración al Señor a través de la ordenación presbiteral o la
profesin de los consejos evangélicos” (Benedicto XVI). Cristo continúa siendo el
modelo de Pastores en la Iglesia y a ellos les confía el cuidado de ir hasta los
confines de la tierra buscando a todos los hombres para ofrecerles la Salvación,
porque Cristo dio la vida por todos los hombres sin excluir a nadie. Cristo quiere un
solo rebaño y un solo pastor.
Y la tercera seal es tan importante como las otras dos: “Yo conozco a mis ovejas y
las ovejas me conocen a mí”. Sería temerario pensar que no es verdad la primera
parte de la frase de Cristo porque precisamente su amor le lleva a conocer y por su
nombre y con sus cualidades e incluso con sus defectos a todos y cada uno de
nosotros, al grado de pensar que si solo cada uno de nosotros existiera por cada
uno de nosotros se hubiera encarnado Jesús y habría dado su vida por nosotros.
Pero hasta donde es verdad la segunda parte de la frase: “¿y las ovejas me
conocen a mí?” Tampoco en este caso podemos dudar de las palabras de Cristo, sin
embargo tenemos que afirmar la dificultad que eso supone. Tendríamos que invocar
el testimonio de San Agustín, que sin ser propiamente un hombre perverso, pasó
muchos años de su vida buscando la verdad, que encontró precisamente en el
Seor Dios.: “En una célebre página de las Confesiones, san Agustín expresa con
gran intensidad su descubrimiento de Dios, suma belleza y amor, un Dios que había
estado siempre cerca de él, y al que al final le abrió la mente y el corazón para ser
transformado: «¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!
Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como
era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo,
más yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no
estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré,
y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y
deseé con ansia la paz que procede de ti» (X, 27,38). Con estas imágenes, el Santo
de Hipona intentaba describir el misterio inefable del encuentro con Dios, con su
amor que transforma toda la existencia”. Así nos ha presentado Benedicto XVI la
dificultad de San Agustín para encontrar al Dios que es todo bondad y todo amor,
que en mucho se parece a la búsqueda de muchos hombres que buscan la verdad y
que la llegan a encontrar en cuanto no se opongan a que Cristo mismo nos busque
a nosotros. Y cuando él se ha hecho el encontradizo con nosotros, entonces lo
podemos considerar como el Buen Pastor de nuestras vidas. Hoy pedimos que en la
Iglesia siempre existan buenos, santos y abundantes Pastores que sepan a
imitación de Cristo, dar su vida día a día por todos aquellos que el Padre les confía
y que puedan serlo a imitación de Jesús.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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