III Domingo de Pascua, Ciclo B.
Pautas para la homilia
"Nadie me quita la vida; yo la entrego libremente"
El nombre de Jesucristo: por su nombre se presenta éste sano
Pedro se dirige en la primera lectura a las gentes importantes de Jerusalén (jefes y
senadores), después de la curación del paralítico que pedía en la puerta del templo;
Jesús lo hace a los fariseos. Todos presumen de ostentar grandes títulos, y con
ellos pretenden alcanzar poder y tener autoridad. Jesús se llama a si mismo
“pastor”; los primeros cristianos le reconocen como “piedra desechada”. Los
humanos buscamos refugiarnos en grandes títulos e imágenes brillantes. Pero sólo
Cristo salva, y “no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”. Nos confunde
demasiado el poder o el subir, el aparentar o el ser autoritarios. Nos seduce
alcanzar grandes metas. Pero Jesús llega desde lo humilde y lo pequeño. A veces
nuestros grandes proyectos no tienen piedra angular en los que apoyarse. ¿En qué
nombre, en qué llamada o en qué centro se sostiene mi vida?
La piedra desechada es ahora piedra angular
La Pascua nos trae el misterio de la Vida escondido detrás de la experiencia de
fracaso, humillación y dolor. Experiencias que todos vivimos y que ayudan a crecer.
La resurrección rescata “el lado oscuro de lo humano” como oportunidad de gracia
y de felicidad. Cuestiona al “superhombre” y apuesta por el sencillo. ¡Es la opción
por lo humano con todas sus consecuencias! ¿En qué experiencias de debilidad,
propias o ajenas, soy capaz de encontrar las pistas del Resucitado?
Somos hijos de Dios, y seremos semejantes a Él
Sencillamente por el “amor que nos ha tenido el Padre”. Sólo el amor tiene fuerza
para construir un proyecto de vida feliz; tiene un potencial y una garantía de futuro,
de superación, de eternidad. ¡El amor lleva siempre más lejos, más hondo! El amor
hace verdaderos hijos de Dios, semejantes a Él. Y por tanto genera cristianos
resucitados, hermanos de todos. Quien quiera una vida realizada y dichosa sólo
puede orientarla desde aquí. Cualquier opción humana al margen del amor se
convierte en frustración. ¿Es el amor el motor de mi relación con Dios, el criterio
por el que pasan mis decisiones?
El pastor y el asalariado: El buen pastor da la vida por las ovejas
El pastor humilde, tantas veces inculto, cuida de sus ovejas y le va la vida en ello;
tal vez por cariño, o mejor por mero interés económico y vital. Sus ovejas son su
todo. Por eso puede conocerlas, cuidarlas, llamarlas por su nombre, caminar
pacíficamente detrás de ellas. No hay nada de romántico en ello, sino de normal y
rutinario. ¡El es así! La tarea evangelizadora de la Iglesia se ha llamado muchas
veces “pastoral”, pues se realiza al modo de Jesús buen Pastor. Los asalariados no
tienen entrañas ni intereses. Se sirven del rebaño para fines ajenos a él.
Simplemente, no les importan las ovejas.
Esta imagen cuestiona el modo como queremos pasar por la vida como cristianos.
¿Entendidos de todo, profesionales de la Palabra, misioneros titulados? ¿O
sencillamente hombres y mujeres buenos, cautivados por el Dios que es bueno con
nosotros y cuya bondad (sí, su bondad y su misericordia) queremos transmitir
como una urgencia? Vivir el Evangelio en clave “pastoral” supone un riesgo…
Conozco a las mías y ellas me conocen
Toda vocación humana implica un conocimiento, una relación profunda. No se ama
lo que no se conoce. Si nuestro conocimiento de Jesús (en la oración, los
sacramentos, el estudio, el servicio, etc) es pobre, más pobre será nuestra relación
y lo que de ella se deriva. La vocación cristiana, bautismal, implica un deseo
apasionado de conocer más, mejor, al Dios de Jesús; y así me voy conociendo más
y mejor a mí mismo. La primera llamada del Resucitado es a “estar con Él a solas”,
ahondar en el conocimiento hondo de su vida escondida en la mía. ¿Le dedico
tiempo, espacios y oportunidades a ese conocimiento?
Nadie me quita la vida, sino que la entrego libremente
Y la vocación de especial consagración es aquella que quiere volar más lejos, más
alto. “Hasta el extremo”, hasta entregar la vida… Hoy, que nada se suele entregar
“gratis” y con libertad, Dios sigue llamando a hombres y mujeres, esos que ya le
conocen bien, para que reproduzcan con su existencia la misma existencia gratuita
de Cristo. En pobreza, amor, libertad y servicio. Como un acto de generosidad
absoluta. En “dar la vida a una causa”, en darla “a la causa del Resucitado” para
traer salvación al mundo, hay una felicidad difícil de medir…
Habrá un solo rebaño y un solo pastor
De orar se trata. De “escuchar su voz”. O lo que es lo mismo, de conocer más y
más a este Dios y dejarse cautivar por su amor. De pedirle que Su Caridad
despierte caridad en otros, y contagie caridad al mundo.
Fr. Javier Garzón Garzón
Real Convento de Predicadores (Valencia)