IV DOMINGO DE PASCUA, CICLO B
ESPERANZADOS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Poco antes de empezar a redactar este mensaje-homilía que cada semana os dirijo,
he leído un artículo, escrito por uno de tantos sacerdotes que en el mundo han sido
o, mejor dicho, que en el mundo son, o somos, parodiando a Fray Luis de León.
Tenía ya pensado lo que os iba a decir, pero me veo obligado a empezar de otra
manera. Como es frecuente hoy, el autor se refería al Papa Juan XXIII con grandes
elogios y recordaba que ya en los inicios del Concilio Vaticano II, se había referido
con cierto enojo a los profetas de calamidades, que todo lo ven negro y a los que
en el mismo discurso inaugural descalificó. Lo curioso del caso es que el mismo
autor del que estoy hablando, arremetía y no dejaba títere con cabeza, de los
papas y movimientos que han seguido a continuación, es decir, se comportaba
como ave de mal agüero, género que acababa de desacreditar y condenar. Como es
su costumbre, ignora, o quiere que los lectores ignoren, tantas y tantas realidades
maravillosas de nuestra Iglesia actual. Y, ya sabéis que, por mucho que se repita
una falsedad, no por ello se convierte en verdadera. Os he escrito esto, mis
queridos jóvenes lectores, para que estéis advertidos y no os debéis dejar engañar,
por muy públicas, escritas, radiadas o televisadas que sean unas sentencias.
No me canso de repetiros lo que un día me dijo el arzobispo Helder Cámara y que la
historia posterior ha ratificado. Nunca la Iglesia ha tenido tanta vitalidad, pues
nunca ha tenido tantos mártires. Y añadía, se ha calculado que los de hoy, superan
a los de las épocas de las persecuciones romanas. Recientemente, en ensayos y
discursos se ha difundido, que calculados globalmente y encasillados en el periodo
de un año, cada cinco minutos, muere mártir un cristiano. Ellos son las flores de la
Iglesia y los contemplativos las hojas que la oxigenan espiritualmente (pedir a Dios
que haya mártires, por mucho que los admiremos, no lo haríamos con total
sinceridad. Desear que se consagren e intercedan por nosotros monjes y monjas,
nos resulta grato y fácil. No os olvidéis de hacerlo).
La reprimenda del buenazo y rudo Pedro, inicia las lecturas de hoy, pero
observaréis, mis queridos jóvenes lectores, que el Jesús que predica el Apóstol, y
que dice es quien ha curado al paralítico, no se lo queda para él y su grupito. Al
inicio de su predicación, el verbo se conjuga en segunda persona de plural, pero
acabará expresándose en primera de también plural. El Señor es la piedra rehusada
y afirma que Él solo es el único que puede salvarnos.
Tal vez os interese más la segunda lectura. Reconoceréis que un día dijisteis que un
maestro no os entendía, más tarde afirmabais que eran vuestros padres, otro día
era todo el mundo el que no os comprendía. Tal vez hayáis llegado a la etapa en
que uno reconoce que no se entiende a sí mismo. Este proceso nos angustia a
todos los que no somos caraduras. Pues bien, no hay que desesperarse, la Palabra
de Dios nos dice que un día nos encontraremos con Él, que es nuestro Padre y que
descubriremos al verle, que somos semejantes a Él ¡anda ya! ¿qué religión de
origen humano, por prestigio poder y multitud de adeptos que tenga, se le ha
ocurrido afirmar que Dios es nuestro Papaito?.
El lenguaje de Jesús en la tercera lectura, a la mayoría de vosotros no os resultará
del todo comprensible. El Señor y sus oyentes, pertenecían a un pueblo de cultura
pastoril. Sus ancestros eran beduinos. En Israel abundaban los pastores que
cuidaban sus ganados acompañándolos día y noche, a veces tocándoles dormir al
raso. Todavía, cuando viajamos por Tierra Santa, vemos estampas semejantes.
Pero, entre nosotros, la cría del ganado se hace en establos, total o parcialmente.
Yo he tenido la suerte de relacionarme no hace muchos años con pastores de
montañas pirenaicas, de ganado vacuno, o de páramo y en este caso cuidaban
corderos y ovejas. Nos asombra, a los que vivimos en otros ambientes, descubrir
como son capaces de distinguir a cada animal y como cada uno de estos reconoce y
recuerda a su pastor, pese a que en ocasiones se entremezcles con otros rebaños.
Se establece una relación de respeto y aprecio entre los animales y su pastor y es
esto lo que quiere el Señor que tengamos en cuenta: que nos ama con cariño a
cada uno individualmente, que no huye cuando le necesitamos (a veces, estando
muy próximo a nosotros, no somos conscientes de ello, pero no nos abandona
nunca).
Quien no pertenece al Señor fácilmente se extravía. Él quiere acogernos a todos y
que disfrutemos de su amor y de la hermandad que de ello se deriva. Si en aquel
tiempo se lamentaba el Maestro de la división que había, hoy el espectáculo es más
complejo. Sin que resulte noticia que aparezca en titulares, podemos sentirnos
gozosos de los esfuerzos que nuestro Papa Benedicto XVI hace para que se haga
realidad la unidad que el Señor desea. Gestos hace que le humillan y acepta la
humillación. Otros son incomprendidos o no aceptados por aquellos que quieren ser
los únicos y que los que estén en la Iglesia sean idénticos a su proceder, olvidando
que dijo que en la Casa del Padre hay muchas mansiones, implícitamente
aseguraba que no todas eran idénticas. Lo que importa no es la uniformidad
exterior, lo importante es vivir de acuerdo con la misma Fe, llenos de Esperanza y
de Amor, pese a las diferencias que nos diversifiquen. Que la belleza de un jardín
se logra gracias al buen orden y colocación de las diferentes flores.