IV Domingo de Pascua, Ciclo B.
Segunda Lectura: I Juan 3,1-2
“Veremos a Dios tal cual es”
La segunda lectura nos dice que “Veremos a Dios tal cual es". Esta
contemplacin de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia “la visin
beatífica”: “¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el
honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de
Cristo, el Señor tu Dios [...], gozar en el Reino de los cielos en compañía de los
justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada” (San
Cipriano de Cartago, Epistula 58, 10).
“Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicias de los que
duermen. Porque como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino
la resurrección de los muertos. Pues así como en Adán mueren lodos, así también
en Cristo serán todos vivificados. Pero cada uno en su propio rango; las primicias,
Cristo; luego, los de Cristo, cuando El venga” ( 1 Cor 15, 20-23). Y entonces
“veremos Dios tal cual es”.
María nos precede y acompaña. Sí, María está presente en nuestro camino
al Cielo . María es nuestra alborada, nuestra primicia, nuestra esperanza. Durante
su vida terrena, fue signo y anticipo de los bienes futuros; ahora, glorificada junto a
Cristo Señor, es imagen y cumplimiento del reino de Dios. A él nos llama, en él nos
espera.
Ha sido la primera en seguir a Cristo, “primogénito entre muchos
hermanos” (Cf.. Col. 1, 18). Elevada en cuerpo y alma al cielo, es la primera en
heredar plenamente la gloría. Y esa glorificación de María es la confirmación de las
esperanzas de cada miembro de la Iglesia: “Con El (con Cristo) nos ha resucitado y
nos ha sentado en el cielo con El” (Ef 2, 6). La Asuncin de María a los cielos
manifiesta el futuro definitivo que Cristo ha preparado, a nosotros los redimidos.
Sabemos que María el día de su asunción, fue llevada en cuerpo y ama al
cielo y entró en esta Morada eterna, en plena intimidad con el Padre, con el Hijo y
con el Espíritu Santo, en la visin beatífica, “cara a cara”. Y esa visin, como
inagotable fuente del amor perfecto, colma todo su ser con la plenitud de la gloria y
de la felicidad. La Asuncin de María fue el “coronamiento” de toda su vida, de su
vocación única, entre todos los miembros de la humanidad, para ser la Madre de
Dios.
Hermanos, hermanas, en María tenemos el modelo y guía para nuestro
camino y contemplar a dios cara a cara, tal cual es. Como María, hemos de tener
una apertura total a Dios. Manteniendo como Ella, nuestra mirada fija en el Dios
santo que está siempre misteriosamente cerca de nosotros. Contemplando a ese
Dios próximo, a Cristo que pasa junto a nosotros tantas veces, aprendemos como
maría: “Hágase en mí según tu palabra”. Y aprendamos a decirlo de modo pleno,
como María: sin reservas, sin temor a los compromisos definitivos e irrevocables.
Con esa actitud de disponibilidad cristiana -aunque cueste-, pero sabiendo que
nuestro “Redentor está vivo” (cf. Jb 12, 27). Nosotros sabemos que, al final, Cristo
por María, vendrá a acogernos, y estaremos para siempre con él.
Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la
Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), “la Esposa del Cordero” (Ap 21, 9). Ya no será
herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o
hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se
manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad,
de paz y de comunión mutua.
En el Credo del Pueblo de Dios, Paulo VI, nos ensea:“Creemos que la
multitud de aquellas almas que con Jesús y María se congregan en el paraíso,
forma la Iglesia celestial, donde ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven a
Dios como Él es, y participan también, ciertamente en grado y modo diverso,
juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino de las cosas, que ejerce
Cristo glorificado, como quiera que interceden por nosotros y con su fraterna
solicitud ayudan grandemente a nuestra flaqueza” (29).
Que la Virgen María, Nuestra Señora de la Soledad, nos ayude a nosotros,
todavía peregrinos en esta tierra, a mantener la mirada fija en la patria que nos
espera; nos aliente a estar preparados, “con nuestros lomos ceidos y las lámparas
encendidas” para acoger al Seor “en cuanto llegue y llame” (cf. Lc 12, 35-36). A
cualquier hora y en cualquier momento.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)