“el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo”
Jn 6,51-59
Comentario y Estudio
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
1. EL QUE COME MI CARNE Y BEBE MI SANGRE TIENE VIDA ETERNA.
Jesús, continúa el gran discurso pronunciado en Cafarnaúm, en el, nos explica
cuidadosamente, en forma muy explicita, con una claridad admirable la eucaristía, se
repiten algunos conceptos ya antes dicho, pero con un nuevo matiz, con un cambio notable,
ya no dice el que cree, si no que El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna.
En el fragmento anterior de este Evangelio, (v48), Jesús se proclama a sí mismo: Yo soy el
pan de vida. Es pan de vida, en el sentido que El causa y dispensa esta vida.
Ese pan es el mismo Jesús, que bajó del cielo en la encarnación, cuyo momento histórico
en que se realizó esa bajada se acusa por la forma como los dice. Es el verbo que tomó
carne. Y al tomarla, es pan vivo. Porque es la carne del Verbo, en quien, en el principio, ya
estaba la vida (San Juan 1:4) que va a comunicar a los seres humanos.
Si ese pan es viviente, no puede menos de conferir esa vida y vivificar así al que lo recibe.
Y como la vida que tiene y dispensa es eterna, se sigue que el que coma de este pan vivirá
para siempre, porque tendrá Vida eterna.
2. EL PAN QUE YO DARÉ ES MI CARNE PARA LA VIDA DEL MUNDO
Y aún se matiza más la naturaleza de este pan: el pan que yo daré es mi carne para la Vida
del mundo. Al hablarles antes del Pan de vida, que era asimilación de Jesús por la fe, se
exigía el venir y el creer en El, ambos verbos en participio de presente, como una necesidad
siempre actual (v.35); pero ahora este Pan de vida se anuncia que él lo dará en el futuro.
Es, se verá, la santa Eucaristía, que aún no fue instituida. Un año más tarde de esta
promesa, este pan será manjar que ya estará en la tierra para alimento de los seres
humanos. Con ello se acusa la perspectiva eclesial eucarística.
Éste pan es, dice Jesús, mi carne, pero dada en favor y en provecho de la vida del mundo.
Este pasaje es, doctrinalmente, muy importante.
Se trata, manifiestamente, de destacar la relación de la Eucaristía con la muerte de Jesús,
como lo hacen los sinópticos y Pablo. San Juan utilizará el término más primitivo y original
de carne.
Si la proposición vida del mundo concordase directamente con el pan, se tendría, hasta por
exigencia gramatical, la enseñanza del valor sacrifical de la Eucaristía. Pero vida del mundo
ha de concordar lógicamente con mi carne, y esto tanto gramatical como conceptualmente.
Pero ya, sin más, se ve que esta carne de Jesús, que se contiene en este pan que Jesús
dará, es la carne de Jesús; pero no de cualquier manera, la carne de Jesús como estaba en
su nacimiento, sino en cuanto entregada a la muerte para provecho del mundo, mi carne
para la Vida del mundo es la equivalente, y está muy próxima de la de Lucas-Pablo: Esto
es mi cuerpo, que se da por vosotros (a la muerte)” (Lc 22:19; 1 Cor 11:24).
Aquí Jesús no habla de la entrega de su vida sino de la entrega de su carne. Podría ser
porque se piensa en la participación del cuerpo y sangre en el banquete eucarístico, o
porque se piensa en la unidad del sacrificio eucarístico/Calvario.
3. EL PAN QUE JESÚS DARÁ ES LA EUCARISTÍA.
Y ésta, para San Juan, es el pan que contiene la carne de Jesús. En el uso semita, carne, o
carne y sangre, designa el hombre entero, el ser humano completo. Aquí la Eucaristía es la
carne de Jesús, pero en cuanto está sacrificada e inmolada por la vida del mundo
Precisamente el uso aquí de la palabra carne, que es la palabra aramea que, seguramente,
Jesús usó en la consagración del pan, unida también al el pan que yo daré, es un buen
índice de la evocación litúrgica de la Eucaristía que San Juan hace con estas palabras.
Ante la afirmación de Jesús de dar a comer un pan que era precisamente su carne, los
judíos no sólo susurraban o murmuraban como antes, al decir que bajó del cielo (v.41), sino
que, ante esta afirmación, hay una protesta y disputa abierta, acalorada y prolongada entre
ellos, como lo indica la forma imperfecta en que se expresa: ¿Cómo este hombre puede
darnos a comer su carne? Esto sugiere acaso, más que un bloque cerrado de censura, el
que unos rechazasen la proposición de comer ese pan, que era su carne, como absurda y
ofensiva contra las prescripciones de la misma Ley, por considerársela con sabor de
antropofagia, mientras que otros pudiesen opinar (San Juan 6:68), llenos de admiración y
del prestigio de Jesús, el que no se hubiesen entendido bien sus palabras, o que hubiese
que entenderlas en un sentido figurado y nuevo, como lo tienen en el otro discurso (San
Juan 7:42.43; 10:19-21).
4. PREGUNTABAN DESPECTIVAMENTE EL CÓMO PODÍA DARLES A COMER
SU CARNE.
¡El eterno cómo del racionalismo! Ante este alboroto, Jesús no sólo no corrige su
afirmación, la atenúa o explica, sino que la reafirma, exponiéndola aún más clara y
fuertemente, con un realismo máximo. La expresión se hace con la fórmula introductoria
solemne de "Les aseguro que, y liego les agrega; si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
La doctrina que aquí se expone es por una parte la necesidad de comer y beber la carne y
sangre de Jesús; por otra, porque sin ello no se tiene la vida eterna como una realidad que
ya está en el alma (San Juan 4:14.23), y que sitúa ya al alma en la vida eterna, y finalmente
y como consecuencia de la posesión de la vida eterna, que esta comida y bebida confieren,
se enseña el valor escatológico de este alimento, pues exigido por él, por la vida eterna por
él conferida, Jesús, a los que así hayan sido nutridos, los resucitará en el cuerpo en el
último día.
La enseñanza trascendental que aquí se hace es la de la realidad eucarística del cuerpo y
sangre de Jesús como medio de participar en el sacrificio de Jesús: necesidad absoluta
para el cristiano. Sacrificio que está y se renueva en esta ingesta sacrificial eucarística.
5. EL QUE COME MI CARNE Y BEBE MI SANGRE PERMANECE EN MÍ Y YO
EN ÉL.
Como verdadera comida y bebida que son la carne y la sangre eucarísticas de Jesús,
producen en el alma los efectos espirituales del alimento. El que come mi carne y bebe mi
sangre permanece en mí y yo en él. Es una forma que aquí se usa para expresar esta
presencia de Jesús en el alma, la unión de ambos, tiene en los escritos de San Juan el
valor, no de una simple presencia física, aunque eucarística, sino el de una unión y
sociedad muy estrecha, muy íntima. Este es el efecto eucarístico en el alma: así como el
alimento se hace uno con la persona, así aquí la asimilación es a la inversa: el alma es
poseída por la fuerza vital del alimento eucarístico.
Luego Jesús nos dice; Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene vida, vivo
por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
6. EL QUE RECIBE EUCARÍSTICAMENTE A JESÚS VIVE POR JESÚS
Así como Jesús vive por el Padre, del que recibe la vida (San Juan 5:26), así también el que
recibe eucarísticamente a Jesús vive por Jesús, pues El es el que le comunica, por
necesidad, esa vida (San Juan 1.16; 15:4-7). El Padre es la fuente de la vida que el Hijo
goza; esta vida, difundiéndose luego a su humanidad, constituye aquella plenitud de que
todos hemos de recibir (San Juan 1:16) 46. Así el discípulo que se nutre del Pan de vida
eucarístico se consagrará enteramente, por ello, a promover los intereses de Jesús. Con
esta interpretación estaríamos en presencia de una noción nueva. Unido a Jesús en la
Eucaristía , el fiel se consagraría enteramente a promover los intereses de aquel que se le
da a él.
Finalmente, San Juan ha querido precisar donde se dijo este discurso con exactitud, Jesús
enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm. Jesús enseñaba todo esto en la
sinagoga de Cafarnaúm. Talvez los hace, para certificar que estas cosas se decían en
reuniones públicas, no de una forma clandestina.
Los sacramentos nos comunican la gracia, la Eucaristía nos da a Jesucristo, el mismo autor
de la gracia, es así como la Eucaristía nos produce un efecto admirable.
San Agustín, en una ocasión nos advierte: Al comer la carne de Cristo y beber su sangre,
nos transformamos en sus sustancias
La alegría de Cristo resucitado vivan en sus corazones