Domingo IV de Pascua del ciclo B.
Jesús es Nuestro Salvador.
1. Meditación de la primera lectura (HCH. 4, 8-12).
En el capítulo tres del libro de los Hechos de los Apóstoles, -el volumen bíblico del
que la Iglesia entresaca las primeras lecturas eucarísticas de este tiempo pascual-,
se nos cuenta que los Apóstoles Pedro y Juan fueron a orar al Templo de Jerusalén,
a la hora novena (HCH. 3, 1), la misma hora en que Jesús expiró en la cruz,
consumando el sacrificio por el que nos obtuvo la redención, y Pedro hizo de
instrumento del Señor, para curar a un cojo, en nombre del Mesías (HCH. 3, 6-8).
Pedro y Juan se encontraron a la entrada del Templo con un cojo de nacimiento,
que era llevado allí diariamente, para que pidiera limosna (HCH. 3, 2). Este hecho
me hace pensar que invertimos mucho tiempo intentando conseguir bienes
efímeros, y no pensamos en crecer espiritualmente. Si comparamos los bienes
terrenos con los espirituales, vemos que los primeros se pueden equiparar a una
limosna, si intentamos igualarlos a los segundos.
El cojo les rogó a dichos Apóstoles que le dieran limosna (HCH. 3, 3), pero Pedro,
después de fijar en él sus ojos y pedirle que los mirara (HCH. 3, 4), le dijo:
"No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de
Nazaret, levántate y anda" (HCH. 3, 6).
San Pedro le dijo al cojo que su única riqueza es Cristo. Es interesante
percatarnos de que San Pedro no le dijo al citado enfermo que Cristo era una de
sus riquezas, sino su única riqueza. Este hecho me sugiere el pensamiento de la
necesidad que tenemos de desechar de nuestra vida todo lo que no está
relacionado con Dios, porque, Nuestro Santo Padre, no desea que seamos cristianos
a medias.
Como el pueblo se maravilló por causa de la curación del cojo, San Pedro les dijo
a sus oyentes:
"Pues bien, por creer en Jesús se le han fortalecido las piernas a este hombre que
estáis viendo y que vosotros conocéis. La fe en Jesús le ha curado totalmente,
como podéis comprobar" (HCH. 3, 16).
San Pedro, siendo consciente de que Jesús sanó al cojo por su medio, no quiso
atribuirse a sí mismo la curación de dicho enfermo, porque no buscaba ser
aclamado por la multitud, deseaba que sus oyentes se hicieran discípulos del Señor.
Cuando tengamos la oportunidad de predicar o de hacer el bien, trabajemos para
que el Nombre de Dios sea santificado, y olvidémonos de los intereses personales
que puedan movernos a trabajar en la viña del Señor, pues El hará que nunca nos
falten los bienes indispensables para vivir dignamente.
Para creer en Jesús, no solo necesitamos sentirnos necesitados de los dones del
Espíritu Santo, pues también debemos reconocer nuestra corresponsabilidad en la
Pasión y sacrificio de Nuestro Salvador.
"El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha
glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de
Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad... y matásteis al Autor de la
vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos"
(HCH. 3, 13. 15).
San Pedro también les dijo a sus oyentes que aún tenemos tiempo para
arrepentirnos del mal que hemos hecho y adaptar nuestra vida al cumplimiento de
la voluntad de Nuestro Santo Padre, mientras aguardamos la segunda venida -o
Parusía- de Nuestro Salvador Jesucristo.
"Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados;
para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a
Jesucristo, que os fue antes anunciado" (HCH. 3, 19-20).
Los saduceos, molestos por el hecho de que Pedro le recordara al pueblo cómo
condenaron a Jesús a muerte, y de que predeicara la resurrección de los muertos,
porque ellos no creían en la espiritualidad, lo arrestaron con Juan (HCH. 4, 1-2).
A pesar de que el pueblo vio cómo fueron arrestados los citados siervos del
Señor, ello no impidió que aumentara la cifra de los conversos al Evangelio
considerablemente (HCH. 4, 4). Ello nos recuerda que no nos es posible impedirle a
Dios que lleve a cabo su propósito de redimir a quienes lo acepten, para que
puedan vivir en su presencia.
Cuando los saduceos iniciaron el interrogatorio de Pedro y Juan, el primero, lleno
del Espíritu Santo (HCH. 4, 8), les recordó que la citada sanación fue llevada a cabo
por Jesús, a quien ellos condenaron injustamente, porque resucitó de entre los
muertos (HCH. 4, 10).
Pedro intentó que los saduceos reconocieran el error que cometieron al condenar
al Autor de la vida, diciéndoles las siguientes palabras:
"Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores (los constructores
del edificio espiritual de la fe de los israelitas), la cual ha venido a ser cabeza del
ángulo (nuestra salvación depende exclusivamente del sacrificio y Resurrección de
Jesús). Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo,
dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (HCH. 4, 11-12).
Después de que ambos Apóstoles del Señor fueran amenazados para que no
predicaran más en nombre de Jesús (HCH. 4, 18 y 21), la comunidad ckreyente
elevó su voz al cielo, diciéndole a Nuestro Santo Padre, las siguientes palabras:
"Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo
denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan
sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús" (HCH.
4, 29-30).
¿Imitamos a los cristianos de la Iglesia primitiva pidiéndole a Dios en oración que
ayude a aquellos de nuestros hermanos de fe que viven en países en que son
perseguidos?
¿Imitamos a los Apóstoles Pedro y Juan a la hora de esforzarnos para dar a
conocer el designio de Dios, o no predicamos el Evangelio, porque pensamos que
cada cuál debe creer lo que quiera?
Cuando los Apóstoles de Nuestro Señor fueron fortalecidos por el Espíritu Santo el
día de Pentecostés, no reanudaron su actividad de cualquier manera, sino
repitiendo las palabras que le oyeron a Jesús, y realizando los prodigios con que el
Salvador de la humanidad, les dejó constancia de su Divinidad.
La clabe para entender los prodigios que fueron realizados por los Apóstoles en
nombre de Jesús, se encuentra en la Resurrección de Nuestro Redentor. Gracias al
Señor Jesús somos hijos de Dios, y profesamos la fe que nos caracteriza. Gracias a
Jesús, si analizamos detenidamente nuestra vida, podemos percatarnos de que Dios
hace milagros en nuestro beneficio, aunque la incredulidad que nos caracteriza nos
impida percatarnos de ello.
Dado que no podemos amar lo que desconocemos, al no ser conscientes de cómo
Dios nos ama, y al no haber adquirido la capacidad de valorar los esfuerzos y
sacrificios en pro de alcanzar una meta difícil, podemos desanimarnos a la hora de
profesar nuestra fe, si tenemos en cuenta que la misma puede ser rechazada en
nuestro entorno familiar y social.
¿Reconocemos abiertamente ante el mundo que celebramos la Eucaristía, y que
somos defensores de la vida a ultranza?
Las siguientes palabras que los Santos Pedro y juan dijeron ante los jueces del
Sanedrín, nos permiten recordar cuál ha de ser nuestra postura, a la hora de
defender nuestras creencias.
"Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque
no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído" (CF. HCH. 4, 19-20).
El hecho de que nuestra fe no sea bien acogida en el mundo no debe motivarnos
a obviarla. La Iglesia ha sido fortalecida en tiempos de persecución, y las divisiones
entre cristianos nos ayudan a los miembros de la fundación de Cristo a profundizar
en el conocimiento de Dios y de su Iglesia, porque queremos estar exentos de
cometer errores de los que algún día podamos arrepentirnos.
Jesús les dijo a sus discípulos que, de la misma manera que El fue perseguido y
maltratado por sus enemigos, muchos de ellos también correrían su misma suerte.
Cuando Pedro y Juan les comentaron lo que les sucedió a los creyentes, ellos vieron
en la prisión de dichos Apóstoles del Mesías la continuación de la Pasión de Jesús, y
el cumplimiento del citado anuncio del Señor.
¿Dejaron los Apóstoles de predicar el Evangelio por causa de la experiencia que
tuvieron Pedro y Juan? Los Apóstoles siguieron predicando el Evangelio, porque
sabían que el futuro de la Iglesia estaba en manos del Dios que cumple sus
promesas. Los Apóstoles eran conscientes de que arriesgaban la vida al predicar el
Evangelio, pero no les importaba tanto estar vivos, como el hecho de cumplir el
mandamiento de Jesús, de predicar incansablemente su Palabra salvadora.
2. Meditación de la segunda lectura (1 JN. 3, 1-2).
"¡Qué amor tan inmenso el del Padre, que nos proclama y nos hace hijos suyos!
Si el mundo nos ignora, es porque no conoce a Dios" (1 JN. 3, 1).
Cuando meditamos sobre el amor de Dios para con nosotros, podemos pensar en
las respuestas a las preguntas relacionadas con nuestra existencia que nos
planteamos, que no conocemos perfectamente. Nos gustaría que Dios actuara y
hablara como lo hacemos nosotros, porque deseamos comprenderlo, pero, dado
que muchas veces ignoramos a nuestros familiares y amigos que nos aconsejan,
necesitamos adaptarnos a la forma de expresarse y actuar de Nuestro Santo Padre,
para comprender su manera de pensar y proceder.
San Juan nos dice que, si el mundo nos ignora, es porque no conoce a Dios.
Quizá no solo somos culpables de que el mundo desconozca a Dios, pues también lo
somos de no esforzarnos en conocerlo nosotros. Si el mundo no percibe la acción
del Dios que no puede ver en la forma de pensar y actuar de los cristianos, Nuestro
Santo Padre no podrá contar con nuestra colaboración, para hacer que la
humanidad conozca su Palabra, y anhele alcanzar la salvación.
"Ahora, queridos míos, somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha
manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que el día en que se manifieste
seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1 JN. 3, 2).
Aunque aún no hemos superado las pruebas vitales cuya misión consiste en
hacernos desear ser purificados y santificados, nuestra humana imperfección, no
nos impide ser hijos de Dios, salvo que se dé el caso de que, siendo conocedores de
Nuestro Santo Padre, lo rechacemos voluntariamente.
El día en que Dios concluya la instauración de su Reino de amor y paz entre
nosotros, seremos semejantes a El, de la misma manera que podemos ver nuestra
imagen en un espejo.
3. Meditación del Evangelio (JN. 10, 1-18).
En esta ocasión celebramos el día de Jesús, el Buen pastor que se entregó a Sí
mismo a la muerte, con tal de reconciliarnos con Dios.
Aunque en la celebración eucarística solo se leen los versículos 11-18 del capítulo
10 del cuarto Evangelio, he creído conveniente meditar los versículos 1-18, para
que podamos comprender mejor, lo que Jesús ha hecho por nosotros.
"De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las
ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador" (JN. 10, 1).
Las puertas de las ciudades eran lugares públicos en que se decidían asuntos
importantes, se llevaban a cabo transacciones legales ante testigos, y se
examinaban y resolvían los litigios. Cuando Jesús se definió a Sí mismo como la
puerta de entrada al redil, -es decir, como el acceso al Reino de Dios-, nos indicó
que El es el único mediador entre la Divinidad Suprema y los hombres, pues nadie
puede salvarnos por sí mismo.
"Porque hay un solo Dios, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres: el
hombre Cristo Jesús, que entregó su vida para rescatar la libertad de todos. Esta es
la gran prueba del plan divino ofrecida en el tiempo prefijado" (1 TIM. 2, 5-6).
A pesar de que Jesús se definió como puerta de acceso al Reino mesiánico, El fue
circuncidado al octavo día de su Nacimiento, fue presentado en el Templo, ofrecido
a Yahveh en sacrificio y recuperado por medio del sacrificio de dos tórtolas o
pichones, y fue bautizado por San Juan el Bautista, es decir, el Señor actuó como
uno de los que creyeron en su Evangelio, como miembro del resto de Israel que, a
pesar de las transformaciones que sufrió el Judaísmo oficial con el paso de los
siglos, no permitieron que nadie manipulara su fe, lo cual no deja de ser una gran
lección para nosotros.
San Pablo llamaba "puertas abiertas" a las oportunidades que tenía de predicar el
Evangelio.
"Porque se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios"
(1 COR. 16, 9).
"Perseverad en oración, velando en ella con acción de gracias; orando también al
mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, a
fin de dar a conocer el misterio de Cristo, por el cual también estoy preso" (COL. 4,
2-3).
En el último libro de la Biblia, Jesús les dijo a los cristianos de Laodicea que, si le
abrían las puertas de sus corazones, se convertiría en bendición celestial para ellos.
"He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (AP. 3, 20).
Los rediles son lugares cerrados en que se guarda el ganado menor durante la
noche. Los rediles fijos rodeados por un muro de piedra, tenían una puerta de
acceso, lo cual justifica el hecho por el que el Señor se define a Sí mismo como la
puerta que accede al Reino de Dios.
Dado que Jesús es la puerta de entrada a la presencia de Nuestro Santo Padre,
no debemos buscar otro camino para llegar a Dios, porque tal vía no existe. Quien
intenta entrar en el Reino de Dios obviando a Jesús, o inducir a los creyentes poco
formados en el conocimiento de la fe que profesamos a hacer lo mismo, son
ladrones y salteadores.
"Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. A éste abre el portero,
y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca (saca a sus
ovejas de las diversas sectas en que se dividió el Judaísmo y las convierte al
Cristianismo). Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las
ovejas le siguen, porque conocen su voz" (JN. 10, 2-4).
Los rediles tenían vigilantes que cuidaban del ganado durante la noche, los cuales
eran los encargados de abrirles la puerta a los pastores, cuando iban a buscar a las
ovejas para llevarlas a pastar.
Las ovejas oyen y conocen las voces de sus pastores.
¿Escuchamos y conocemos la voz de Jesús, o la confundimos entre las voces que
nos instan a dejar de creer en Dios?
¿Estamos persuadidos de que Jesús nos llama por nuestro nombre, o creemos
que se ha olvidado de nosotros, porque no descubrimos su presencia en nuestras
vivencias ordinarias?
¿Seguimos a Jesús porque conocemos su voz?
¿Somos cristianos porque sabemos que Jesús nos amó hasta llegar a entregar su
vida por nosotros?
¿Caminamos detrás de Jesús?
¿Adaptamos nuestra vida al cumplimiento de la voluntad de Dios, o vivimos
ateniéndonos a las imposiciones de los detractores de la fe que profesamos?
"Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los
extraños" (JN. 10, 5).
¿Por qué se compara en la Biblia a los creyentes en Dios con las ovejas?
-Las ovejas son afectuosas.
Cuando Dios por medio del profeta Natán le hizo comprender al rey David el
pecado que cometió al mantener relaciones maritales con Betsabé, y mandar
asesinar a su marido Urías para que no se le pudiera criticar por su mala acción, le
expuso una parábola, en que se describe la relación del pobre con su oveja, en la
que se deduce el trato que Jesús nos dispensa, compartiendo su vida con nosotros.
"Pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y
criado, que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su bocado
y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno; y la tenía como a una hija" (2
SAM. 12, 3).
-Las ovejas son dóciles.
"A Este abre el portero, y las ovejas conocen su voz; y a sus ovejas llama por
nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de
ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz" (JN. 10, 3-4).
-Las ovejas son mansas.
En la profecía de Isaías, en el anuncio de la Pasión y muerte del Señor, se afirma:
"Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al
matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su
boca" (IS. 53, 7).
"Y yo era como cordero inocente que llevan a degollar, pues no entendía que
maquinaban designios contra mí, diciendo: Destruyamos el árbol con su fruto, y
cortémoslo de la tierra de los vivientes, para que no haya más memoria de su
nombre" (JER. 11, 19).
-Las ovejas no pueden conducirse a sí mismas, necesitan de un pastor que las
apaciente.
"El remanente de Jacob será en medio de muchos pueblos como el rocío de
Jehová, como las lluvias sobre la hierba, las cuales no esperan a varón, ni aguardan
a hijos de hombres" (MI. 5, 7).
-Las ovejas necesitan ser conducidas.
"Ponga Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, un varón sobre la
congregación, que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque
y los introduzca, para que la congregación de Jehová no sea como ovejas sin
pastor" (NM. 27, 16-17).
Ezequiel denunció enérgicamente la conducta de los pastores de Israel que se
aprovecharon de las ovejas del rebaño de Yahveh, en vez de cuidarlas.
"No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la
perniquebrada, no devolvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino
que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia. Y andan errantes
por falta de pastor, y son presas de todas las fieras del campo, y se han
dispersado" (EZ. 34, 4-5).
Tanto los religiosos como los laicos que predicamos el Evangelio, tenemos una
gran responsabilidad, pues, si queremos que nuestros oyentes y/o lectores crean
en Dios, además de anunciarles el Evangelio, tenemos que ejemplificar, por medio
de nuestras obras, cómo deben vivir los buenos cristianos. Al ser portadores de la
Palabra de Dios, nos responsabilizamos de la salvación de quienes sufren, y de
quienes, después de haber pecado, quieren corregir sus errores, y formar parte de
nuestra Santa Madre la Iglesia.
Debemos ser conscientes de la necesidad que tenemos de abrazar las mismas
creencias, para evitar que surjan divisiones entre nosotros. Cuanto más unidos
estemos, nos encontraremos más dispuestos a recibir al Señor Jesús en su segunda
venida o Parusía, pues El vendrá nuevamente a concluir la plena instauración de su
Reino entre nosotros. Si, por el contrario, nos separamos, y no nos esforzamos por
mantener una misma fe, le demostraremos al mundo que Dios no existe, pues,
nuestra incapacidad para comprendernos, aceptarnos y amarnos, será un fiel
testigo de la carencia de fe, que afecta a nuestro mundo.
"Esta alegoría les dijo Jesús; pero ellos no entendieron qué era lo que les decía"
(JN. 10, 6).
En la profecía de Isaías, leemos las siguientes palabras de Yahveh:
"Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos
mis caminos, dijo Jehová" (IS. 55, 8).
Cuando intentamos responder las preguntas relacionadas con la existencia del
mal y el sufrimiento, nos sucede que las conclusiones a que llegamos durante
nuestras horas de estudio y meditación no son satisfactorias para nosotros, porque
queremos que Dios actúe imitándonos. A diferencia de los padres que les prohiben
a sus niños pequeños que lleven a cabo acciones perjudiciales, y permanecen
atentos a sus descendientes, para asegurarse de que les van a obedecer, Dios nos
prohibe que pequemos, pero, si no le obedecemos, no nos impide incumplir su
voluntad, porque nos ha dotado de la libertad que necesitamos, tanto para
permanecerle fieles, como para separarnos de El.
Al crearnos libres, Dios tiene una gran dificultad para hacerse comprender por
nosotros. Si nos impide que pequemos, podemos acusarlo de atentar contra
nuestra libertad, y, si no impide que hagamos el mal, podemos culparlo porque no
impide el mal que perjudica a la humanidad.
Dios no está relacionado con el mal, y, si decimos que nos castiga cuando
pecamos, ello significa que aprovecha nuestras circunstancias vitales para
conducirnos a su presencia.
"Cuando alguno es tentado -nos dice Santiago, el primo hermano de Jesús-, no
diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado con el mal,
ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia
concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha
concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte"
(ST. 1, 13-15).
La existencia del mal y el sufrimiento son dos temas que necesitan ser meditados
profundamente, por ello los abordaré en otra ocasión, porque, el Domingo IV de
Pascua, ha de ser dedicado a meditar, sobre cómo Jesús, Nuestro Buen Pastor, dio
su vida por nosotros.
"Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de
las ovejas. Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no
los oyeron las ovejas" (JN. 10, 7-8).
Aunque Jesús no fue comprendido por sus oyentes, siguió hablándoles por medio
del lenguaje simbólico de las parábolas -o alegorías-, demostrándoles el
antagonismo que suele existir entre Dios y el mundo que lo rechaza.
¿Quiénes son los ladrones y salteadores de quienes nos habla Jesús en el texto
que estamos considerando?
Dado que el profeta Daniel predijo el Nacimiento del Señor que habría de
acontecer en el siglo I de la era cristiana, fueron muchos los falsos mesías que
aparecieron en Palestina, unos profesando ideologías religiosas, y otros
propugnando movimientos de carácter político. Por otra parte, los saduceos y
fariseos adaptaban el Judaísmo a sus creencias, pues los primeros rechazaban la
espiritualidad, y los segundos la aceptaban. Las ovejas de las que nos habla Jesús
en el texto que estamos considerando, son los judíos que no permitieron que su fe
fuera manipulada por nadie, y nunca dejaron de esperar el cumplimiento de las
promesas divinas.
"Yo soy la puerta; el que por mí entrare (en el Reino de Dios), será salvo; y
entrará, y saldrá (se librará de la dependencia de su salvación imposible de
alcanzar por sí mismo de las prácticas judaicas), y hallará pastos. El ladrón no
viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y
para que la tengan en abundancia" (JN. 10, 9-10).
Mientras que los saduceos mantenían el poder porque colaboraban con las
autoridades romanas a la hora de sofocar las rebeliones contra el poder imperial,
sin importarles el daño que les causaban a sus hermanos de raza, Jesús vino al
mundo para que quienes le aceptaran gozaran de una vida abundante y eterna.
"Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas" (JN. 10, 11).
"Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis
ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en
medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos
los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad" (EZ. 34,
11-12).
Jesús es el Buen Pastor que dio su vida por nosotros, y nos reúne como
miembros de su Iglesia aunque estemos dispersos por el mundo, mientras
aguardamos el día en que concluya la plena instauración de su Reino entre
nosotros.
"Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve
venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa.
Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas" (JN.
10, 12-13).
Vivimos un tiempo difícil para mantener la fe que profesamos, que, visto de
manera positiva, nos es útil para demostrarnos si verdaderamente creemos en
Dios, en quien es fácil creer cuando la vida nos sonríe, pero ello no sucede cuando
tenemos dificultades, y cuando, el hecho de ser cristianos, es para nosotros cfuente
de diversos problemas, los cuales no son causados por nuestras creencias, sino
porque el mundo no nos acepta como somos. En cualquier campo de la vida, las
dificultades confirman nuestra aptitud para hacer lo que se espera que llevemos a
cabo.
"Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el
Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. También
tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán
mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor" (JN. 10, 14-16).
Jesús es el Buen Pastor que dio su vida por quienes lo aceptan como Hijo de Dios.
El Señor nos conoce. Jesús perdona nuestros pecados porque es consciente de la
dificultad que tenemos para vencer la debilidad que nos caracteriza, y nosotros
somos conscientes de su misericordia.
Tal como se conocen plenamente Nuestro Santo Padre y Jesús, es nuestro
conocimiento por parte del Señor, y debemos conocer a Nuestro Salvador, para que
nuestra comunión con El sea plena, -es decir, para que podamos vivir como
auténticos cristianos-.
Jesús nos habla de otras ovejas que tiene, que no forman parte del pueblo de
Israel, las cuales somos los cristianos no judíos dispersos por el mundo. Nuestro
Señor quiere que los judíos y cristianos vivamos como hermanos sin que existan
diferencias religiosas entre nosotros, para que podamos ser como un rebaño de
ovejas, cuidado y conducido por El, el único Pastor de nuestras almas, que ha sido
la víctinma sacrificial, con que hemos sido redimidos, a pesar de que aún no ha
concluido nuestro doble proceso de purificación y santificación.
"Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie
me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo
poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre" (JN. 10, 17-
18).
Hoy celebramos la Jornada Mundial de oración por las vocaciones. Aunque todos
los cristianos tenemos la misión de predicar el Evangelio, y de hacer el bien,
necesitamos a quienes viven consagrados al cumplimiento de la voluntad de
Nuestro Santo Padre. Los laicos estamos divididos entre nuestras responsabilidades
familiares y laborales y el cumplimiento de la voluntad de Dios, pero, los religiosos,
viven exclusivamente, para servir a Dios, en nuestros prójimos los hombres.
Los religiosos son amados por Dios, porque renuncian a la posibilidad de tener
cónyuge e hijos, y, en virtud de su renuncia, Dios les hace formar parte de su
familia universal. Ellos entregan su vida por la salvación de las almas cuyo cuidado
les es encomendado, y por ello son partícipes de una dicha, que nadie les puede
quitar, porque les es dada por el mismo Dios.
Agradezcámosles a los predicadores religiosos y laicos la actividad que llevan a
cabo con tal de santificarse y conducir a la presencia de Dios a aquellos cuya
instrucción les ha sido encomendada.
Agradezcámosles sus oraciones a quienes añoran la plena instauración del Reino
de Dios entre nosotros, pues no dejan de creer que se hará realidad la utopía según
la cual llegará el día en que todos podremos vivir como hijos de Dios, sin que
existan divisiones que nos separen.
José Portillo Pérez