V Domingo de Pascua, Ciclo B
COHERENCIA
Padre Pedrojosé Ynaraja
En el modo de celebrar la misa antiguamente, y no hablo de siglos ya que era
practica de días solemnes cuando yo me iniciaba en el sacerdocio, poco antes de la
comunión, el ayudante a misa, se acercaba al sacerdote y le presentaba una placa,
generalmente metálica y preciosamente decorada, él la besaba y a continuación
bajaba del presbiterio y la presentaba a cada uno de los miembros de la asamblea,
diciéndole: pax tecum a lo que el fiel respondía: et cum spiritu tuo (la paz sea
contigo / y con tu espíritu). Este objeto litúrgico llamado Portapaz, ha quedado
relegado a ser exhibido en los museos, donde veréis bellos ejemplares. Se
reformaron ciertas normas litúrgicas y, con bastante frivolidad en la mayoría de los
casos, se ha recurrido a los abrazos y besitos, muy divertidos casi siempre, pero
carentes de lo que la Santa Madre Iglesia busca con el rito: que la paz de Cristo,
que acaba de nacer sacramentalmente en el altar, inunde de felicidad a los fieles.
Me he referido a la liturgia latina. En otras, recuerdo ahora la ambrosiana de Milán
o la hispánica, propia de la península ibérica, acabada la liturgia de la Palabra, el
sacerdote dice: recordando al Señor, que nos manda que si vamos a acercarnos al
altar y estamos enemistado con el hermano, dejemos la ofrenda y vayamos
primero a reconciliarnos, hagámoslo ahora nosotros para empapados de la paz de
Cristo, podamos proseguir nuestra celebración (no son palabras exactas).
Me he referido, pues, extensamente a este rito, mis queridos jóvenes lectores, pues
observo con pesar, que muchas personas entran en la iglesia despreocupadas de
quienes han encontrado por el camino, en la puerta del recinto, o al salir, mudos e
indiferentes totalmente, a las demás personas. Ahora bien, en aquella hora precisa,
todo son sonrisas, desplazamientos en busca del amiguete o la amiguita
correspondiente, carentes los gestos de fervor cristiano. No es este el sentido del
rito, ni el proceder que dicta la norma litúrgica, que mejora las prácticas de tiempos
anteriores, de los que os he hablado. Ahora bien, si me he entretenido hoy en este
detalle, es para que examinéis sinceramente vuestro interior, a la luz de lo que nos
enseñan las primeras lecturas de la misa de hoy. Pablo llega a Jerusalén y “no va a
la suya” y los demás tampoco quieren que actúe a su antojo. Es presentado a la
comunidad, en otro momento recordará él que saludó a los que son considerados
columnas de la Iglesia, para dedicarse después y en comunión con ellos, a la
evangelización de aquellos que le ha indicado Dios y de los que se sentirá
especialmente responsable. Mantiene comunicación con los hermanos de otras
comunidades, se sentirá obligado a ayudar económicamente a la Iglesia de
Jerusalén, que él no preside, y ellos a su vez se preocuparán de su suerte. Un tal
proceder es el que debéis imitar.
El fragmento de la carta de San Juan, pese a ser un autor muy espiritual e
intelectual, aterriza hoy en realidades muy concretas y personales. Se refiere a la
conciencia, el sentido interior de la moralidad individual. Algunos pretenden
prescindir de ella y se esfuerzan en entregarse a la frivolidad burguesa, gesto que
colabora a que crezca el PIB, otros se entretienen fomentando actitudes de
angustia, que también favorecen a la industria farmacéutica. Las dos posturas son
erróneas. Respecto a la segunda, me acuerdo ahora de lo que en una carta le dice
Teresa de Lisieux a un familiar: no te atormentes, la congoja, más que dolor, puede
continuar siendo orgullo (la cita no es textual). Dios está por encima de nuestra
conciencia y nosotros debemos vivir confiados “como un niño en brazos de su
madre” como reza el salmo 131,2.
Aunque no todos vosotros, mis queridos jóvenes lectores, estéis familiarizados con
los cultivos vinícolas, el ejemplo que pone el Maestro, se puede aplicar a cualquier
árbol. A mí me resulta muy fácil entenderlo, junto a la puerta de mi casa, se
encarama una parra centenaria que cada año el hortelano la poda. Extirpa ramas
que se han secado y otras que darían uvas deficientes, sólo así podremos comer
algunos gustosos racimos.
Precisamente los sarmientos cortados, los sierro yo en trozos de medio palmo, me
entretengo en pulirlos y barnizarlos, para que tengan tal apariencia, que puedan
colocarse encima de la mesa de estudio. Por descontado que las frases del
evangelio de la misa de hoy, escritas en una cartulina, van sujetas al tronquito. Si
queréis recordar estas exigencias que hoy nos recuerda el Señor, os podéis
vosotros mismos entretener en confeccionaros unos tallos semejantes de cualquier
árbol frutal, os recordarán que al examinaros, más que escarbar morbosamente
buscando pecados, como se pretende a veces, debéis preguntaros ¿qué he hecho
yo hoy por el Reino? ¿Cómo ha preparado Dios mi vida, enriqueciéndola y debo
sentirme agradecido? Esperaba el Señor que diera fruto, aguardaba mi colaboración
para engrandecer su Iglesia, ¿le he sido fiel?
Aunque vuestra respuesta pueda ser algunos, o muchos, días negativa, no os
deprimáis, Él está por encima de nuestra conciencia y siendo juez justo, no es
severo. Con humildad le prometéis que vuestro sarmiento, que sois vosotros
mismos, lo revitalizaréis de tal manera, que llegará a sentirse satisfecho de ser
nuestro padre.