“Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen”
Jn 10, 22-30
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
NOSOTROS PERTENECEMOS A JESÚS PORQUE JESÚS PERTENECE AL PADRE.
Somos una sola cosa con Jesús porque Jesús es una sola cosa con el Padre. Creemos en las
obras de Jesús porque Jesús realiza las obras del Padre. Jesús quiere establecer conmigo la
misma relación que él tiene con el Padre. Por eso escucho su voz, que es eco de la voluntad
del Padre. Por eso le sigo, porque él me conduce al Padre. Por eso me aferro a él, para no
perecer nunca, porque sé que me conduce al Padre.
Las afirmaciones de Jesús son imponentes, en especial para un judío: dice que es uno con el
Padre, con Dios, con el Altísimo, con el creador del cielo y de la tierra, con el ser que está por
encima de todos los otros seres. Estas y otras afirmaciones, particularmente numerosas en el
evangelio de Juan, sorprenden, aturden, dejan sin aliento, y así debió de ocurrirles a sus
interlocutores.
También hoy le ocurre lo mismo a quien se queda perplejo frente a tamaña pretensión o
presunción o luz deslumbrante. Pero Juan no atenúa nada, no hace descuentos; procede sobre
la cresta de afirmaciones que dan vértigo, que requieren valor, pero que también permiten “no
perecer para siempre”. Precisamente porque toman su luminosidad de la luz misma de Dios.
ORACION
Ilumina, Señor, mi corazón, tardo para comprender; abre mi mente a la comprensión de tu
Palabra, tan grande que en ocasiones me desconcierta. También a mí me viene en algunos
momentos la tentación de decirte: “Te escucharé en otra ocasión”. En medio de la complejidad
de nuestra sociedad, en medio de la presentación de tantas opiniones, incluso religiosas, frente
al pulular de tantas divinidades, viejas o nuevas, desde la incertidumbre que en ocasiones hace
presa en mí, puedo comprender el desconcierto e incluso el escepticismo de muchos de mis
hermanos. Estos son “ovejas errantes sin pastor”, porque es posible que tu voz haya resonado
alguna vez en sus oídos, pero ha sido arrollada por demasiadas voces, por demasiadas
opiniones, por demasiados maestros de vida o de muerte.
Te suplico, Señor, por mí, que me acerco a tu Palabra: confírmala en mi corazón con la
evidencia que sólo tu Espíritu puede darle. Te suplico también, Señor, por mis hermanos,
inseguros, perdidos, confusos: háblales al corazón, hazte oír no como un maestro entre tantos,
sino como el Maestro, porque tú eres “uno con el Padre”.