Domingo V de Pascua del ciclo B.
La importancia de nuestra unión con Jesús.
Ejercicio a modo de lectio divina. Meditación de JN. 15, 1-8.
1. Invoquemos al Espíritu Santo para que ilumine nuestro entendimiento, a fin de
que podamos comprender el pasaje evangélico que vamos a considerar, y nos
dispongamos a aplicar la enseñanza divina a nuestra vida de cristianos
comprometidos con el cumplimiento de la voluntad de Nuestro Santo Padre.
Meditar la Palabra de Dios consiste en esforzarnos en comprender el designio de
Nuestro Santo Padre con respecto a nosotros, y disponernos a cumplir su santa
voluntad.
Meditar la Palabra de Dios consiste en retener y comprender el mensaje que
Nuestro Santo Padre nos transmite por medio de la lectura pausada de su Palabra,
que podemos leer en la Biblia.
Meditar la Palabra de Dios consiste en buscar la forma de servirnos de los medios
que estén a nuestro alcance para cumplir su voluntad, que consiste en que
alcancemos la plenitud de la felicidad, viviendo en su presencia.
Evitemos que el ruido externo nos distraiga, y que nuestras ocupaciones y
preocupaciones interrumpan este tiempo de oración, que ha de servirnos para
concienciarnos de que Dios nos ama, y de la necesidad que tenemos de aceptar el
cumplimiento de su voluntad, no como una imposición, sino como la oportunidad
que nos da para que lo conozcamos, lo aceptemos y lo amemos, con tal de que
podamos alcanzar la plenitud de la dicha.
Espíritu Santo, amor que procedes del Padre y del Hijo, ayúdanos a alcanzar la
plena comprensión del texto evangélico que vamos a meditar, para que
comprendamos la necesidad que tenemos de vivir unidos a Jesús, cumpliendo los
Mandamientos divinos y eclesiásticos.
Tú que lo sondeas todo, hasta las profundidades de Dios (1 COR. 2, 10),
incúlcanos tu sabiduría, para que, al conocer el designio divino sobre nosotros,
seamos capaces de adorar al Dios Uno y Trino sin recelo, y de servirlo en nuestros
prójimos los hombres.
Ayúdanos a comprender que eres amor y justicia, para que no inventemos un
dios a nuestra medida, y aceptemos que nos purifiques, para que podamos servirte
fielmente, y alcanzar la santidad.
A pesar de que nos cuesta entender la utilidad del dolor, ayúdanos a ser
confortados con el júbilo característico de quienes son purificados, cuando nos
percatemos de que todos los acontecimientos que vivimos son útiles.
No podemos alcanzar la dicha por nuestro medio. Ayúdanos a ser buenos
imitadores de Jesús, porque ello nos hará conocer el verdadero gozo en esta vida, y
nos dispondrá a vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre.
Sin Dios lo perdemos todo, y contigo seremos vivificados y alcanzaremos la
felicidad.
Escucha nuestra humilde oración, pues te lo pedimos porque sabemos que estás
con nosotros, y que nos ayudarás a ser buenos hijos de Dios. Así sea.
2. Leemos lenta y atentamente el Evangelio de hoy (JN. 15, 1-8).
"Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.
Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto,
lo limpiará, para que lleve más fruto.
Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.
Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por
sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en
mí.
Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste
lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.
El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los
recogen, y los echan en el fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que
queréis, y os será hecho.
En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis
discípulos" (JN. 15, 1-8).
3. Durante unos minutos de silencio, leemos y meditamos el texto evangélico
varias veces, intentando memorizarlo, en cuanto nos sea posible hacerlo.
4. ¿Qué nos dice Jesús en el texto joánico que estamos considerando?
4-1. "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador" (JN. 15, 1).
En el Antiguo Testamento, Israel es equiparado a una viña. Recordemos un
ejemplo de ello.
"Hiciste venir una vid de Egipto;
echaste las naciones, y la plantaste...
¿Por qué aportillaste sus vallados,
y la vendimian todos los que pasan por el camino?" (SAL. 80, 8. 12).
Los israelitas fueron equiparados a una viña, debido al gran cuidado que
requieren las vides. Jesús se define a sí mismo como la vid verdadera, y a nosotros
como pámpanos que no pueden producir fruto siendo independientes.
En el cuarto Evangelio, Jesús dice de Sí mismo que representa todo el bien para
nosotros. Para ello, San Juan utiliza las palabras griegas "ego eimi" (yo soy), las
cuales han de ser interpretadas como Yahveh, el Nombre del Dios que lo es todo
para quienes lo aceptamos. Notemos cómo al decir Jesús lo que es para nosotros,
se identifica tanto con quienes lo amamos y servimos en nuestros prójimos los
hombres, que también nos dice lo que somos para El.
Cuando Jesús habló con la samaritana de Sicar, y ella le recordó la venida del
Mesías a quien esperaba, el Señor le dijo:
"Yo soy, el que habla contigo" (CF. JN. 4, 26).
Una noche en que los Doce navegaban en el mar de Tiberíades y fueron
sorprendidos por una tempestad, Jesús se les acercó caminando sobre el agua, y
les dijo:
"Yo soy; no temáis" (CF. JN. 6, 20).
En su discurso eucarístico, Jesús les dijo a sus oyentes:
"Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí
cree, no tendrá sed jamás... Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno
comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual
yo daré por la vida del mundo" (JN. 6, 35. 51).
Jesús es la luz del mundo. El Evangelio predicado por Nuestro Salvador, ha de
iluminar nuestra inteligencia, para que actuemos como buenos Hijos de Dios.
"Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida... Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo...
Aún por un poco está la luz entre vosotros; andad entre tanto que tenéis luz, para
que no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe a
dónde va. Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de
luz... Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no
permanezca en tinieblas" (CF. JN. 8, 12; 9, 5; 12, 35-36. 46).
Nuestra salvación depende exclusivamente de la aceptación de Jesús, y de
nuestra adaptación al cumplimiento de la voluntad de Dios.
"Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo
soy, en vuestros pecados moriréis" (JN. 8, 24).
Jesús vivió cumpliendo la voluntad del Padre, a quien sirvió voluntariamente, no
porque se consideraba inferior a El, sino porque le ama.
"Les dijo, pues Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre (cuando me
veáis crucificado),, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí
mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo" (JN. 8, 28).
Jesús ha existido siempre, porque es Dios.
"Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese (antes de
que existiera el primer Patriarca de Israel), yo soy" (existo desde la eternidad) (JN.
8, 58).
Jesús es la puerta de acceso a la presencia de Nuestro Santo Padre, y el Buen
Pastor que, muriendo y resucitando de entre los muertos, nos ganó la filiación
divina.
"Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de
las ovejas... Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá,
y hallará pastos... Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas...
Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen" (JN. 10, 7. 9.
11. 14).
Si creemos en Jesús, aunque muramos, resucitaremos, y viviremos eternamente,
en la presencia del Dios Uno y Trino.
"Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees
esto?" (JN. 11, 25-26).
Cuando el Apóstol Tomás quiso conocer cuál es el camino a recorrer para vivir en
la presencia de Nuestro Creador, el Señor le dijo:
"Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (CF.
JN. 14, 6).
Nuestro Padre Celestial, Jesús y el Espíritu Santo, son el único Dios verdadero. Si
no comprendemos la vinculación de Jesús con el Padre y el Paráclito, porque ello es
un misterio, tengamos presentes los signos realizados por Nuestro Redentor, para
evitar la tentación de creer en dicha realidad, al considerar que Nuestro Salvador
solo fue un hombre común.
"¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os
hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace
las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera,
creedme por las mismas obras" (JN. 14, 10-11).
Quienes prendieron a Jesús, al oír que el Mesías se identificó pronunciando el
Nombre divino, cayeron a tierra. Jesús no fue arrestado por sus enemigos porque
no pudo escapar de ellos, sino porque quiso ponerse en sus manos. San Juan
destaca el hecho de que Jesús controló perfectamente todo lo que le acaeció
durante las horas que se prolongó su angustiosa Pasión.
"Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro lado del
torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos. Y
también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces
Jesús se había reunido allí con sus discípulos. Judas, pues, tomando una compañía
de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos, fue allí con
linternas y antorchas, y con armas. Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le
habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: A
Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos Judas, el que le
entregaba. Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra" (JN. 18, 1-6).
4-2. "Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva
fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto" (JN. 15, 2).
Si Jesús representa la plenitud de la dicha para nosotros, nuestro rechazo del
Mesías, equivale a despreciar la felicidad que anhelamos, y que a veces buscamos
por caminos que conducen a la perdición. Cuando Jesús nos dice que es el Buen
Pastor que requiere de nuestra adhesión para purificarnos y santificarnos, no nos
da a entender que desea beneficiarse de nosotros, de hecho, El no nos necesita,
porque, al ser Dios, se basta a Sí mismo para lograr lo que se propone. Somos
nosotros quienes necesitamos al Hijo de Dios y María, porque no podemos alcanzar
la plenitud de la dicha por nuestro medio.
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no
envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea
salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido
condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es
la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas
(el pecado) que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo
malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.
Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras
son hechas en Dios" (JN. 3, 16-21).
Recibo muchos correos electrónicos de lectores de las meditaciones que escribo,
que desean saber cuál es la razón por la que sufren quienes son ejemplos a imitar,
por causa de la buena conducta que observan. Jesús, en el texto joánico que
estamos meditando, nos dice que los pámpanos fructíferos de la vid verdadera
deben ser purificados, para que produzcan todavía más fruto del que producen,
porque muchos tenemos la tentación de ser cristianos mediocres, y, por tanto, de
rechazar la purificación, por cuanto es dolorosa.
La poda de los sarmientos productivos es dolorosa, y necesaria. Aunque quienes
nos conocen puedan afirmar rotundamente que somos cristianos dignos de imitar,
pueden existir circunstancias que impidan que nos adhiramos plenamente a Jesús.
Recordemos que Jesús dio su vida por nosotros, y que nos pide que hagamos lo
mismo, no soportando el martirio, sino renunciando al mal, y sirviéndolo en
nuestros prójimos los hombres, especialmente en quienes sufren, y necesitan dones
espirituales y materiales.
Pidámosle a Dios que nos fortalezca para renunciar a los vicios que nos impiden
ser buenos padres, cónyuges e hijos. Los hijos de Dios no podemos ser esclavos de
los vicios, pues los tales nos impiden adoptar la conducta servicial característica de
dios y de sus Santos siervos.
Pidámosle a Dios que nos haga fuertes para renunciar a sentirnos más
impotentes de lo que somos en realidad, cuando creemos que no somos capaces de
superar las dificultades que tenemos que afrontar y confrontar, las cuales tienen la
misión de poner a prueba la fortaleza con que profesamos nuestra fe cristiana.
Si gozamos de la fama de ser buenos cristianos en el ambiente en que vivimos,
pidámosle a Dios que sepamos evitar la tentación de servirlo en nuestros hermanos
los hombres buscando el aplauso de quienes conozcan nuestras buenas obras. Hay
situaciones en que no nos es posible ser recompensados por Dios y los hombres al
mismo tiempo.
No permitamos que el apego a los bienes materiales nos impida amar a Dios y a
nuestros prójimos los hombres.
No permitamos que la contemplación de nuestras preocupaciones impida que
vivamos como buenos cristianos. Resolvamos los problemas que causamos, y
pongamos en las manos de Nuestro Santo Padre la solución de las dificultades que
nos provocan nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo, y, en ciertas
ocasiones, quienes aún no conocemos personalmente.
No seamos insensibles ante las necesidades de los carentes de dádivas
espirituales y materiales, y ayudémosles en conformidad con nuestras posibilidades
de servirlos, pues ello nos será útil para no hundirnos meditando sobre nuestras
dificultades, porque hay gente que sufre más que nosotros.
4-3. "Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado" (JN. 15, 3).
Jesús purificó a sus Apóstoles por medio de su Palabra, y los dispuso a ser
enviados, a evangelizar, primero a sus hermanos de raza, y, posteriormente, al
mundo. Es cierto que el Señor fue abandonado por todos sus seguidores excepto
Juan cuando fue arrestado, pero El los perdonó, y los volvió a comisionar, para que
fundaran su Iglesia, y la extendieran por el mundo.
4-4. "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar
fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí" (JN. 15, 4).
Cuando Jesús nos pide que permanezcamos en El, nos dice que le demos nuestra
adhesión, para que le dejemos conducirnos a la presencia de Nuestro Santo Padre.
Si le confiamos nuestra vida al Mesías, el Señor permanecerá en nosotros.
Si no vivimos vinculados a Jesús, no podremos actuar como buenos cristianos,
porque, tal como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son un único Dios, no nos es
posible creer en el Padre rechazando la divinidad del Hijo, ni creer en el Hijo,
rechazando al Padre.
"Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi
amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he
guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor" (JN. 15, 9-
10).
4-5. "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él,
éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer" (JN. 15, 5).
Recordemos las palabras con que San Pablo les escribió a los cristianos de Filipo
sobre cómo debe ser nuestra imitación de Jesús.
"Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si
alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia,
completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes,
sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien
con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no
mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros"
(FLP. 2, 1-4).
Jesús vuelve a recordarnos nuevamente que no podemos alcanzar la plenitud de
la dicha sin El. Podremos hacer muchas cosas en esta vida, pero, si rechazamos a
Jesús, nada que hagamos ni digamos, nos servirá para gozar de la plenitud de la
vida divina, que Dios quiere concedernos, por mediación de Nuestro Salvador.
4-6. "El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará;
y los recogen, y los echan en el fuego, y arden" (JN. 15, 6).
Lo que Dios Padre quiere de nosotros, es que creamos en Jesús, pues Nuestro
Señor tiene la misión de concederles la vida eterna a sus seguidores, por medio de
su Pasión, muerte y Resurrección.
Si somos seguidores de Jesús, debemos imitarlo, sirviéndolo en quienes tienen
carencias materiales y espirituales.
"Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado"
(JN. 15, 12).
No oremos ni sirvamos a quienes nos necesitan de cualquier manera, sino
imitando el amor con que Jesús nos ama a Nuestro Santo Padre y a nosotros.
4-7. "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo
lo que queréis, y os será hecho" (JN. 15, 7).
¿Es cierto que si predicamos el Evangelio y hacemos el bien imitando a Jesús, el
Señor nos concederá todo lo que le pidamos en oración?
"En aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por
vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis
creído que yo salí de Dios" (JN. 16, 26-27).
Dios no nos concederá lo que le pidamos si ello nos aleja de El. Nuestro Santo
Padre nos concederá lo que le pidamos, no cuando creamos que debe acceder a
darnos lo que le pedimos, sino cuando deba hacerlo.
San Pablo nos indica qué hemos de pedirle a Dios en nuestras oraciones.
"Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de
gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en
eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad.
Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere
que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad" (1 TIM.
2, 1-4).
4-8. "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis
discípulos" (JN. 15, 8).
Jesús vuelve a insistir en el hecho de que produzcamos fruto, porque ha dejado el
servicio de quienes tienen carencias espirituales y materiales en nuestras manos, y
ha hecho depender de ello, el hecho de que nos hagamos conscientes, de la
necesidad que tenemos de ser purificados, y santificados.
"El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que
me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él" (JN. 14,
21).
Pidámosle a Jesús que se nos manifieste en las celebraciones litúrgicas, en la
lectura de la Biblia y de los documentos de la Iglesia, en las circunstancias que
vivimos, y en el servicio a los carentes de dones espirituales y materiales.
5. Si llevamos a cabo esta meditación en grupos de catequesis, intercambiamos
con nuestros compañeros los pensamientos que tenemos referentes al texto de San
Juan que estamos meditando.
Si meditamos solos, en unos minutos de silencio, reconstruimos en nuestra
mente los versículos del cuarto Evangelio que estamos considerando.
6. Respondemos las siguientes preguntas, intentando adaptar el texto evangélico
a las circunstancias del entorno en que vivimos.
JN. 15, 1. ¿Qué significa para nosotros el hecho de que Jesús sea la vid
verdadera, y de que Dios Padre sea el labrador?
¿Por qué decimos que la Iglesia es la viña del Señor?
¿Llevamos a cabo alguna misión de la que pueda deducirse que somos hijos de
Dios?
JN. 15, 2. ¿Por qué deben ser cortados de la vid verdadera los pámpanos
improductivos?
¿Qué pensamos con respecto a la retención de los pecados por parte de los
confesores a quienes no están dispuestos a enmendarse?
¿Creemos que la Iglesia debe excomulgar a los pecadores que no deseen corregir
su conducta, o consideramos que ello es un castigo duro e ineficaz?
¿Por qué sufren los justos?
¿Están relacionados nuestros sufrimientos con la conducta que observamos?
¿Podemos superar todo lo que nos separa de Dios y debilita las relaciones que
mantenemos con nuestros hermanos los hombres?
JN. 15, 3. ¿Vivimos en estado de gracia, o renunciamos a confesarnos, porque no
lo estimamos necesario, o nos creemos incapaces de superar nuestra condición
pecadora?
JN. 15, 4A. ¿Qué significa el hecho de que permanezcamos en Jesús, y de que el
Señor viva en nosotros?
¿Sentimos que el Dios Uno y Trino se manifiesta en nuestra vida?
¿Pueden deducir quienes rechazan la fe que profesamos que actuamos como
hijos de Dios?
¿Intentamos disimular nuestro cristianismo por vergüenza o temor a no quedar
bien en ciertas circunstancias?
JN. 15, 4b-5. ¿Somos conscientes de que necesitamos dejarnos conducir por
Jesús?
¿Aceptamos la instrucción de los pastores de la Iglesia, o nos mostramos
recelosos con ellos, temiendo que quieran servirse del rebaño que les ha sido
encomendado, en vez de servirlo?
¿En qué se diferencia la vida de los cristianos practicantes de la vida de quienes
no le dan su adhesión a Jesús?
¿Por qué insiste Jesús en que no podemos hacer nada separados de El?
JN. 15, 6. ¿Por qué nos dice Jesús que si no le damos nuestra adhesión no
podremos vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre?
¿Creemos en la existencia del infierno?
¿Qué nos sugiere el pensamiento de que los pámpanos improductivos se secarán
y serán quemados?
JN. 15, 7. ¿Tenemos la costumbre de orar?
¿Le agradecemos a Dios las dádivas espirituales y materiales que nos concede
cuando oramos?
¿Oramos todos los días, o dejamos de hacerlo desanimados, cuando nos
percatamos de que dios tarda en concedernos lo que le pedimos?
¿Le pedimos a Dios lo que deseamos que nos conceda en el Nombre de Jesús?
¿Predicamos el Evangelio y hacemos el bien para salvar a quienes nos escuchen
anunciar la Palabra divina y se dejen influir por nuestro buen ejemplo, o actuamos
como si nuestra salvación dependiera del bien que hacemos, sin considerar que la
misma se nos concederá porque Dios nos ama?
JN. 15-8. ¿De qué manera tenemos que actuar para que Dios tenga la dicha de
contarnos entre los discípulos de Jesús?
7. Texto bíblico relacionado con la cita evangélica que estamos considerando
(COL. 3, 1-17).
"Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las
de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en
Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis
manifestados con él en gloria.
Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones
desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira
de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también
anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas.
Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia,
blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros,
habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el
cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento
pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita,
siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos. Vestíos, pues, como escogidos
de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad,
de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a
otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así
también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el
vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que
asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. La palabra de
Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros
en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos
e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho,
hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio
de él" (COL. 3, 1-17).
8. Contemplemos:
-A Dios Nuestro Padre, que envió a su Hijo al mundo, para que nos demostrara
su amor haciendo el bien, y por medio de su Pasión, muerte y Resurrección.
-Al Espíritu Santo, que nos ayuda a vencer los obstáculos que nos separan de
Dios y nos impiden amarlo y servirlo en nuestros prójimos los hombres, de manera
que nos corrige con un amor ejemplar, nos purifica y santifica.
-A nosotros, que nos falta voluntad para ser buenos cristianos, sentido de
pertenencia a la Iglesia que es la fundación de Cristo, y, a veces, confianza, tanto
en Dios, como en quienes predican su Palabra, independientemente de que sean
religiosos, o laicos.
9. Compromiso.
Adoptemos el compromiso de aumentar nuestro conocimiento de Jesús,
pidiéndole al Espíritu Santo que nos induzca a ser buenos imitadores del Mesías.
10. Oración conclusiva.
Después de disponernos a orar en unos momentos de silencio, recitamos
pausadamente la siguiente oración:
"Muéstranos, oh Jehová, tu misericordia,
Y danos tu salvación.
Escucharé lo que hablará Jehová Dios;
Porque hablará paz a su pueblo y a sus santos,
Para que no se vuelvan a la locura.
Ciertamente cercana está su salvación a los que le temen,
Para que habite la gloria en nuestra tierra.
La misericordia y la verdad se encontraron;
La justicia y la paz se besaron.
La verdad brotará de la tierra,
Y la justicia mirará desde los cielos.
Jehová dará también el bien,
Y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia irá delante de él,
Y sus pasos nos pondrá por camino" (SAL. 85, 7-13).
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com