COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires –
ciclo 2012)
06 de mayo de 2012 - 5º Domingo de Pascua
Evangelio según San Juan 15, 1-8 (ciclo B)
Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos. “Yo soy la
verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis
sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé
más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les
anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así
como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid,
tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los
sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto,
porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no
permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca;
después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen
en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y
lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den
fruto abundante, y así sean mis discípulos.”
Unidos a Cristo para dar frutos en abundancia
Estamos en plena Pascua, en la victoria y presencia de Cristo, el resucitado,
el Señor que ha definido la historia de la humanidad y la historia de
nuestros pueblos. Por Él y en Él nosotros vivimos unidos a Él. Por medio de
Él nos conectamos y relacionamos con el Padre. Es importante que
permanezcamos en Él, porque sin Él nada podemos hacer.
Esto no es un mero deseo retórico de decir “yo quiero estar unido a Cristo,
quiero ser su discípulo, quiero ser importante porque estoy al lado de Él”;
no es suficiente. Lo que el Señor quiere es que estemos unidos en una
común-unión con Él y con el Pueblo de Dios. De allí que nuestra
permanencia y pertenencia a Él se torna fecunda si estamos unidos a Él.
En la Iglesia, el Pueblo Santo de Dios, ninguno puede trabajar
aisladamente, individualmente o ser como un francotirador; tenemos que
saber estar en comunión con Cristo, con nuestros hermanos y con la
comunidad. A la Iglesia pertenecemos todos y sobre todos está Cristo. Hay
algo que nos aproxima a Él: estamos limpios porque hemos recibido el
anuncio de la Palabra. La Palabra de Dios nos ilumina, nos purifica, nos
poda, nos limpia; por eso tenemos que permanecer en Él.
Si estamos unidos a Él en esta comunión con la Iglesia, entre los
sacerdotes, con el Obispo, con los laicos, con los religiosos, con las
religiosas, con los creyentes, con los que están cerca, con los que están
lejos, con todo el Pueblo de Dios, vamos a dar muchos frutos “y frutos en
abundancia.” Pero hay que tener una voluntad, ¿y cuál es esa voluntad? La
voluntad de permanecer, de pertenecer. Es ahí donde tenemos que poner la
voluntad de nuestra propia vida para ser fieles a Él. Si nosotros no
pertenecemos, no permanecemos, no guardamos sus mandamientos, sus
Palabras, no seremos verdaderos discípulos. Llevamos el nombre, estamos
bautizados, somos católicos, somos cristianos, pero no somos verdaderos
discípulos.
El que permanece en Él da frutos, pero si nos alejamos, nos
desenganchamos de Él, es como el sarmiento que se seca y hay que tirarlo
porque no sirve. Nosotros tenemos que estar unidos a Él para que podamos
dar frutos y frutos en abundancia.
Y si damos frutos, porque esa es nuestra consigna, nuestra misión, nuestra
tarea, vamos a ser constituidos verdaderos discípulos. Pero si nos damos
frutos, seremos malos discípulos. Esta es una decisión que cada uno de
nosotros tiene que tomar.
Pidamos al Señor Resucitado que nos haga tomar conciencia de nuestra
pertenencia y de nuestra participación, ya que Él nos invitó, y que seamos
capaces de vivir, alimentar, mantener y hacer crecer la comunión con el
Señor y la comunión con todos nuestros hermanos en la Iglesia
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén