Desafíos de la altura
La fiesta de la Ascensión es una fiesta nada fácil. Es un desafío y, nada
menos, que a ascender, subir, crecer, madurar. El contexto es nuestra
propia identidad llamada a la superación, a abrir horizontes nuevos, a
tender la mirada más allá de nuestra pequeñez en ascenso descomunal. El
Dios cristiano es un Dios que invita permanentemente a la superación, a la
elevación de nuestra dignidad.
Jesús dice a sus Apstoles que “estará todos los días con Ellos”, con
nosotros. Pero, luego el evangelista añade que asciende al cielo y se pierde
de su mirada en el espacio. Es el principio de la Ascensión a la inversa de lo
que pensamos. Sube para adentrarse en lo más íntimo de nuestro ser. Allí
donde es su hábitat natural, también profundo.
Pablo quiere invitarnos a estrenar la nueva vida que tiene su principio en la
Ascensión. Es el legado testamentario de un Jesús que “reparte dones” al
ascender: El don de la comunión, el don de la fraternidad, el don de la
gratuidad, pero todo como tarea y responsabilidad compartidas. Es darle
alas a la nueva comunidad que comienza a vivir de la presencia del
Resucitado.
La Ascensión abre puertas. Rompe esquemas. Tumba muros. Es el inicio de
la Misin: “Vayan a todos los pueblos, enséenles todo lo que yo les dije y
hagan discípulos míos”. Menuda tarea. Exigente compromiso. Ascender,
entonces, para Jesús y su Evangelio, es abrirnos al mundo entero, tender
manteles y dar brío y valentía a la evangelización en un compartir fraterno.
Cochabamba 20.05.12
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com