QUINTO DOMINGO DE PASCUA. CICLO B.
( Jn. 15, 1-8)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi
Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al
que da fruto lo poda para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis purificados por las palabras que os he dicho. Permaneced
en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí
mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis
en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo
en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada podéis hacer. Al que no
permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo
recogen, lo arrojan al fuego y arde.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que
queráis y se os concederá. La gloria de mi Padre consiste en que deis
mucho fruto y os manifestéis así como discípulos míos».
CUENTO: EL GALLO QUE SE CREÍA IMPORTANTE
“Un gallo estaba convencido de que era la potencia y belleza de su canto lo
que hacía despertar al sol cada mañana. Y que si, por desgracia, un día
dejase de cantar, el sol ya no saldría. Pero la realidad era muy diferente de
aquella que el gallo suponía. Porque un día, agotado, se quedó dormido y
descubrió que eran los rayos del sol quienes hacían posible el amanecer y
no su canto como él pensaba”.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
El Evangelio de Juan es el que refleja con mayor profundidad la dimensión
divina de Jesús. Hasta 7 veces dice Jesús en este Evangelio “Yo soy”, algo
que en la Biblia sólo se atribuye a Dios, quien se definirá ante Moisés
diciendo de sí mismo “Yo soy el que soy”.
El domingo pasado Jesús nos decía que era el Buen Pastor, la Puerta por
donde entran las ovejas. Hoy, en este quinto domingo de Pascua, nos
recuerda que es “La Verdadera Vid”, aquella donde se injertan los
sarmientos, que somos nosotros. Una Vid con profundas raíces, que irradia
a través de la cepa la savia que da la vida, que no es otra que el Amor de
Dios.
Vivimos tiempos de más hojas que raíces, de más apariencia que
profundidad. Se mide a las personas por su exterior y se valora
públicamente todo lo que tiene que ver con la fachada corporal. No están de
moda las grandes profundidades. Basta ver los programas de más éxito de
la TV: pura apariencia, hueca estética, conversaciones vacías, cosmética y
dietética, meterse en la vida de los otros sin analizar nada en profundidad.
Basta ver la educación: poco esfuerzo, queriendo conseguir todo por el
camino fácil. Basta ver lo que pasa en Europa y en muchas personas,
estamos perdiendo la identidad, la raíz de nuestro ser. Y ya se sabe, cuando
no hay raíz, uno está sujeto a cualquier viento.
Y sin embargo, sabemos que sólo lo que se construye con esfuerzo, con
sacrificio, que tiene hondas raíces, es lo que perdura en la vida. Sabemos
que ante las dificultades y fracasos, si no hay profundidad en la persona, se
desmoronan nuestras convicciones y tendemos a caer en la amargura, la
decepción, el desencanto, el sinsentido, e incluso en el suicidio.
También a veces los cristianos pretendemos vivir un cristianismo fácil,
cómodo, que no nos exija demasiado, acomodado a los tiempos vacíos que
vivimos. Y no es que todo lo que tiene el mundo moderno sea malo, para
nada. Hay muchas, muchas cosas buenas, muchos avances que han
mejorado la vida de las personas, muchos adelantos que han facilitado el
mejor desarrollo de nuestras potencialidades. Hay más libertad, más
derechos, más posibilidades para todos, aunque no siempre
equitativamente repartidas en nuestro mundo.
Pero es claro que a la vez estamos perdiendo valores esenciales, humanos,
necesarios para ser felices. Estamos perdiendo muchas veces el corazón y
el alma.
Qué bueno es hoy escuchar a Cristo que nos invita a afirmar y asentar
nuestras vidas sobre fuertes raíces, que no son otras que las raíces de la fe
y del amor. Sabiendo que no somos nosotros los que hacemos salir el sol,
como nos recuerda el cuento, que es Cristo el centro de nuestra fe y que sin
Él no podemos dar los mejores frutos. Unidos más que nunca a la Vid
Verdadera que es Jesús. Anclados en El, en la oración, en la participación en
la vida de la Iglesia, viviendo de la gracia maravillosa que mana de los
sacramentos, especialmente de la Eucaristía, compartiendo penas y
esperanzas con la comunidad. Sólo desde ahí, podremos luego dar fruto
abundante, fruto que perdure, fruto según Dios. Sólo así perderemos el
miedo a manifestarnos como lo que nos pide Cristo: como auténticos
discípulos, testigos, reflejos del infinito e inmenso amor de Dios.
Más que nunca el mundo necesita de los cristianos como el “alma” de
nuestra sociedad, ese “plus” de espíritu que debemos insuflar a quienes nos
rodean cada día, un “plus de amor” que sólo Dios puede dar. Nunca como
ahora la gente ha hablado tanto de felicidad como en nuestros días. Y
tampoco nunca como hoy ha habido tanta gente infeliz. Es hora de
testimoniar que la felicidad no se consigue en las cosas externas y
materiales, sino en la profundidad de las cosas importantes, las cosas del
espíritu y del corazón.
Hermosa tarea la nuestra. Pero no tengamos miedo, contamos con Cristo,
somos sarmientos de su Cepa, con El lo podemos todo. Y a su lado
podemos hacer salir de nuevo en la humanidad el sol de la esperanza, la
solidaridad y la paz.
¡QUE VIVAMOS NUESTRA SEMANA UNIDOS MÁS QUE NUNCA A CRISTO,
NUESTRA VID”